Política
El ajedrez político español: juegan blancas ¿y ganan?
Borja Ventura
Casi todas las partidas de ajedrez empiezan igual: avanzando a los peones primero y colocando las defensas después.
En el PP ese proceso se inició cuando en un primer paso Rajoy renovó la cúpula del partido, dando entrada a algún joven talentoso con presencia mediática, consciente de que el juego se desarrollaría en el terreno televisivo. Continuó cuando, aprovechando el devenir de los movimientos, el líder se fortificó desplazando convenientemente a quienes fueron molestos. Desde Esperanza Aguirre a Arantza Quiroga, pasando por Alberto Fabra o Mayor Oreja. Todos ellos, en distinta medida, suponían un dolor de cabeza del que había que deshacerse antes de empezar a jugar.
En el lado contrario, el PSOE, el peón era el líder. En este caso fue la reina quien orquestó, auspició y permitió la llegada de Pedro Sánchez, a quien lanzó a la arena política con poco más bagaje en la mochila más allá de ser una cara telegénica. Susana Díaz, protegida tras el frente de Madrid, contemplaba la jugada custodiada por las torres andaluzas, los caballos de los barones autonómicos y los alfiles de la vieja guardia. Lo que quizá no sospechaba es que el peón saliera airoso y sobreviviera durante tanto tiempo, porque normalmente los peones son los primeros en caer.
Una vez se mueven los peones y se colocan las defensas, las partidas de ajedrez suelen desarrollarse con jugadas más o menos rápidas que bloquean o despejan el tablero: a veces sacrificas piezas para cobrarte otras del rival, a veces te limitas a bloquear posiciones y esperas a ver quién comete el primer fallo. La colleja a su hijo en la radio. La bandera de España gigante en el mitin. Los desplantes a los medios. Las declaraciones grandilocuentes. La corrupción. La división interna. Ambos bandos han ido perdiendo tropas a lo largo de la batalla.
La cuestión es que esta partida no era a dos bandos, sino a cuatro. Quizá el primer jaque fue el que sufrió Rajoy cuando decidió no ir a los debates: para muchos de sus votantes eso no es importante, pero para muchos de quienes no son votantes sí. Luego vinieron otros jaques, como los muy aminorados resultados electorales de Ciudadanos o el fracaso de la confluencia de izquierdas que hubiera disparado a Podemos en caso de sumarse los votos de IU.
En las partidas de ajedrez llega un punto decisivo: el control del centro del tablero. Es lo que en política se llama 'centralidad', y que no siempre tiene que ver con la centralidad ideológica. En un contexto como el actual se refiere a alcanzar la posibilidad de pactar con unos u otros indistintamente, de poder mirar en varias direcciones para diseñar estrategias. El control del centro del tablero suele venir aparejado del control de las diagonales que lo cruzan, las que van de una ideología a otra, y ahí es donde empiezan a concretarse posiciones.
Es evidente que el PP perdió esa centralidad tras las elecciones: entre el desgaste de la gestión en la tormenta de la crisis, la forma en que ha desplazado a todos los grupos durante la legislatura gracias a su mayoría absoluta y los problemas de la corrupción, el PP se ha ganado estar solo. Porque cuando prácticamente nadie en un Parlamento tan plural está dispuesto a prestarte tu apoyo es por algo. La única opción fácil del partido de Rajoy era ganar de forma más holgada, o bien que sus socios potenciales fueran segunda o tercera fuerza. Pero no fue así.
Ahí es donde empezó la partida de verdad, los movimientos decisivos. El PSOE fue rápido y pasó al ataque: pactó con Ciudadanos la presidencia de la Mesa del Congreso, mientras en el Senado, donde el PP tiene una abrumadora mayoría absoluta, posibilitó a Democràcia i Llibertat y Esquerra tener grupos propios cediéndole senadores, al tiempo que facilitó la entrada del PNV en la Mesa del Senado. A la vez, ofrecía una mano a Compromís en el Congreso para ayudarle a tener grupo propio y, de paso, dividir a Podemos. La estrategia era cosechar apoyos -o abstenciones- y dejar arrinconados a PP y Podemos, uno a cada lado y él en el centro del tablero.
Jaque
La jugada salió tan bien que tuvo un efecto colateral quizá inesperado: al pactar la Mesa del Congreso el PSOE se quedó la presidencia, pero la izquierda perdió la mayoría. Así PP y Ciudadanos impidieron la creación de cuatro grupos parlamentarios para Podemos y sus socios autonómicos, además de bloquear un grupo de Esquerra, IU y EH Bildu. Compromís agradeció la oferta del PSOE pero pasó al grupo mixto, mientras Podemos tenía que ver cómo componer los equilibrios en su grupo "plurinacional".
Jaque
A todo esto Rajoy jugaba con negras. Si hay una técnica de juego que ha definido al presidente del Gobierno en funciones es el 'arriolismo'. Consiste básicamente en sentarse a ver el río, que casualmente acaba arrastrando frente a sus ojos los cadáveres de sus enemigos políticos. Rajoy practica con éxito su 'galleguismo' de respuestas ambiguas y aparente inmovilismo, hasta que las cosas dejan de existir por el mero paso del tiempo. Es lo que tiene jugar con negras: tu rival lleva la ventaja de la iniciativa, pero si sabes aguantar y esperar puedes contrataacar y ganar.
El contraataque vino por la vía de la oferta: el PP deslizó a los medios desde meses antes de las elecciones y también después la idea de la gran coalición, conscientes de que algo así podía consumir internamente al PSOE. A la vez le obligaba a mojarse: decirles que no era renunciar a gobernar con ellos, y a la vez empujarles a decir con quién hacerlo si no, con Ciudadanos o con Podemos y los nacionalistas. La primera opción sublevaría a la militancia de base, la segunda a la aristocracia de Ferraz -y San Telmo-.
Rajoy, con negras, sabía que lo tenía difícil para ganar atacando, pero también sabía que si se defendía bien las blancas necesitaban demasiados aliados -y algunos 'peligrosos' para golpear-. Y en estas irrumpe un tercer contrincante.
Pablo Iglesias se presentó tras la visita a la Zarzuela con su "equipo de gobierno", con una oferta al PSOE, una propuesta concreta de programa y hasta cargos repartidos para él, como vicepresidente, y algunos de sus aliados más cercanos. El referéndum ya no era una línea roja, ni tampoco aquella promesa de no gobernar con el PSOE como segundos. De un plumazo revolucionó la partida, como cuando en un despiste de uno de los jugadores se pierde una pieza importante, como un alfil o una torre: marcó la agenda de todos, tomó la iniciativa cuando no se le esperaba y aceleró los plazos.
El plan de Iglesias era arriesgado, pero como órdago tenía sentido. Si el PSOE le decía que no, tras decir también que no al PP, sólo le quedaba Ciudadanos y en minoría. Si le decía que sí, empezaba la guerra civil en Ferraz. Si nada resultaba se repetían elecciones y, según las encuestas, Podemos lograba el 'sorpasso'. O vicepresidente o líder de la oposición.
Jaque
En un giro inesperado de los acontecimientos, Rajoy hizo otro movimiento 'arriolista', seguramente el más arriesgado (valga la paradoja) de toda su carrera política: enrocarse. Contraviniendo el protocolo, la imagen política y la decisión del Rey, desestimó la invitación del monarca a intentar formar gobierno como líder de la lista más votada. Rajoy no renuncia, ni abandona: sólo se pone de perfil para obligar a Sánchez a que se moje
Jaque
Las críticas han arreciado sobre el presidente por la cobardía tacticista de no ir a un pleno de investidura que sabía que no iba a ganar. Es la sublimación del "dejar hacer, dejar pasar" que tan a gala ha llevado en estos años de gestión. Con su movimiento fuerza a Iglesias a medir fuerzas, y es un movimiento muy arriesgado: si el líder del PSOE suma Rajoy tendrá que irse porque en su partido no consentirán que siga al frente alguien que ya sufrió dos derrotas electorales antes de llegar a Moncloa; si por el contrario Sánchez no suma, Rajoy ofrecerá entonces de nuevo la opción de la gran coalición, o dará su mano a Ciudadanos para intentar ser presidente de nuevo y evitar convertirse en el primer mandatario electo en España que no logra la reelección. Cualquiera de los dos escenarios se llevaría a Sánchez por delante.
El tercer escenario sería que, ante el bloqueo, se convocaran nuevas elecciones, quién sabe si repitiendo candidatos en el PP o en el PSOE. Como firmar tablas. La cuestión es que en esta partida no hay tablas posibles porque tarde o temprano habrá perdedores.
Juegan blancas.