Política

Aguirre dinamita al PP y cuestiona las fuerzas y el modus operandi de Rajoy y Cospedal

    Esperanza Aguirre. <i>Imagen: Elisa Senra</i>

    Antonio Papell

    Ayer, y nada más darse a conocer la letra pequeña de la condición que supuestamente le fue impuesta a Esperanza Aguirre para ser candidata a la Alcaldía de Madrid, la líder del PP regional embistió como los grandes toros con un desafío: o manda, o se va. Rajoy, desde el extranjero aseguró que el tema estaba zanjado. Pero el PP de Madrid y el nacional -a tenor de la encuesta de este domingo- están a punto de explotar. Y paradójicamente, el caso de la elección de Aguirre y la destitución de González pueden dejar aun más muertos por el camino.

    La designación de Esperanza Aguirre para encabezar la lista popular al Ayuntamiento de Madrid no era potestativa para la dirección popular, ya que la expresidenta de la comunidad era la que con mayor fuerza podía intentar detener el declive del partido en sus feudos capitalinos.

    La inexorable caída de Ignacio González -Rajoy no se podía exponer a que nuevas revelaciones echaran abajo la candidatura del PP a la comunidad- hacía inevitable recurrir a Aguirre, a pesar de los temores que su autonomía suscita en Génova. Y por ello, Cospedal intentó arrancar a Aguirre su renuncia a la presidencia del PP madrileño, con el fin de controlar las restantes listas.

    El caos estratégico de Génova

    La negativa de la lideresa madrileña ha sido sonada: si hay gestora, no hay candidatura. Naturalmente, Génova ha reculado y tan sólo ha conseguido la promesa de que si consigue la alcaldía, renunciará a presidir también el PP de Madrid. Vanas promesas a muy largo plazo.

    Esperanza Aguirre, consciente de que tiene la sartén por el mango, no se ha cortado un punto: ha aclarado que a ella no le va a hacer el programa Manolo Cobo ni las listas Javier Arenas. En otras palabras, ella quiere el poder no como una aura decorativa sino para ejercerlo, y lo ejercerá en las listas madrileñas -también en los pueblos y ciudades de la comunidad- para instalar a sus personas de confianza y mantener las riendas del poder en su área de influencia.

    Esperanza Aguirre ha sido y es, incuestionablemente, una política de peso, que ha prestado objetivamente unos magníficos servicios a su partido. Su trayectoria personal ha sido intachable, aunque no siempre haya acertado en la elección de sus colaboradores -Granados, López Viejo-, por lo que será objeto de críticas en parte merecidas.

    De la ambición a la supervivencia

    Ambiciosa, aspiraba sin duda al liderazgo nacional de su partido, pero no llegó a disputar a Rajoy el cargo, aunque en el congreso de Valencia conspiró para conseguirlo. Ahora, en el ocaso vital de su carrera, reaparece como un torbellino, dispuesta a hacer valer su personalidad y su biografía, en medio de un partido carcomido por la corrupción y ante unos augurios nada claros de futuro.

    Ayer mismo, una encuesta estatal certificaba la decadencia del PP, que en este momento habría perdido la hegemonía y se encontraría con otros tres partidos -PSOE, Podemos y Ciudadanos- formando parte de un cuarteto inédito que puede dar lugar a pactos y coaliciones insólitas. En estas circunstancias, Aguirre puede ser un revulsivo para el PP al que Rajoy, un personaje con un claro sentido de la supervivencia, no puede renunciar.

    El PP y el PSOE no han dado un espectáculo edificante en la elección de candidatos para las instituciones madrileñas. Si sus responsables hicieran una introspección reflexiva, entenderían el por qué del declive del bipartidismo. Y si lo hubieran interiorizado hace tiempo, cuando el modelo que periclita estaba todavía en su esplendor, hubiesen introducido las primarias en la ley de Partidos para que nuestra política se pareciera más, pongamos por caso, a la norteamericana. Porque la elección de candidatos es un ritual que influye decisivamente en la calidad de la democracia.