Opinión
La industria europea es la gran perdedora, aunque se logre un acuerdo con Trump
Amador G. Ayora
Los mercados han logrado una notable recuperación desde que Trump anunció la prórroga arancelaria de 90 días. El fin de semana liberó de tasas a teléfonos inteligentes, tablets y semiconductores, aunque luego dio marcha atrás sobre estos últimos. El lunes amplió las exenciones al mercado de automóviles.
La Casa Blanca quiere presentar estas reversiones como un triunfo, pero la realidad es que Trump improvisa sobre la marcha, y nadie confía ya en que tenga una estrategia, sobre todo para lidiar con China, con la que está obsesionado. Después de anunciar aranceles de hasta el 145% para los productos chinos, comunicó exenciones que afectarán a unos cien mil millones, el 23% de las importaciones americanas de este país. Luego se arrepintió y continuó con la escalada. El miércoles, Pekin denunció que algunos productos sufrían tasas del 245%. Estados Unidos importó 439.000 millones en bienes de China el año pasado. Cómo va a sustituir estas importaciones sin provocar un alza de precios considerable en el consumo es una incógnita.
La guerra comercial está lejos de terminar. Incluso con la pausa de 90 días, los aranceles que están en vigor representan el mayor aumento de impuestos desde 1982. Son mayores que el alza de impuestos de Bill Clinton en 1993 o de George H. W. Bush en 1990. Los primeros datos sobre la cadena de suministro global tras el Día de la Liberación sugieren que se está produciendo no solo una reubicación de fábricas, sino también una reestructuración de las redes de producción globales. Además de cambiar el comportamiento de las empresas americanas, las políticas de Trump favorecen la formación de bloques de producción regionales. Así, los fabricantes asiáticos han trasladado sus plantas de China al sureste asiático para evitar las disputas entre Pekín y Washington.
La eurozona quiere concentrar la producción dentro de sus fronteras y ahora da más opciones a cerrar acuerdos con otras asociaciones como Mercosur. Esta fragmentación de las cadenas de suministro, anteriormente centradas en EEUU, podría convertirse en un cambio estructural de la arquitectura económica global, con graves consecuencias para Trump, porque las capacidades tecnológicas y la inversión acabarán transfiriéndose a estos centros. Pero hasta que esto ocurra, queda un largo comino salpicado de dimes y diretes de Trump con sus socios comerciales. El más importante de ellos es la UE. El 4 de abril, dos días después de la entrada en vigor de los aranceles, el presidente francés, Emmanuel Macron, los calificó de "brutales e infundados", exigiendo una respuesta específica para cada sector e instando a una pausa en la inversión empresarial en EEUU. El 9 de abril, la Unión aprobó aranceles de represalia del 25% sobre algunos productos en respuesta a los del acero y el aluminio.
Como se sabe, dentro de la UE existen opiniones encontradas sobre la contundencia de las represalias. Hay países como Italia partidarios de adoptar una aproximación cautelosa, mientras que otros creen que la unidad interna permitiría una respuesta más contundente. Ante estas diferencias, la UE dio un paso atrás y retrasó 90 días sus contramedidas, en consonancia con la suspensión temporal de Trump.El ministro de Finanzas francés, Éric Lombard, sugirió regular más estrictamente a los gigantes tecnológicos como posible represalia. La UE mantiene un superávit de 157. 000 millones en el comercio de bienes con EEUU, pero registra un déficit de 109.000 millones en servicios, por culpa de las tecnológicas.
Sin embargo, en los contactos iniciales celebrados entre el comisario de Comercio europeo, Marco Setcovic, y su homólogo estadounidense, Howard Lutnik, esta era fue de las líneas rojas marcadas por la UE para no provocar la ira de Trump, aunque seguirá adelante con los procesos sancionadores abiertos a las tecnológicas americanas. En medios industriales consideran que "estamos condenados a entendernos, porque Europa necesita tanto la tecnología como la defensa de Estados Unidos". ¿En qué materias Bruselas plantará cara a Washington? La UE, de momento, no está dispuesta a dar su brazo a torcer ni en el IVA, que Washington considera una regulación encubierta, ni en "los estándares europeos sobre calidad y seguridad alimentaria". Otro de los puntos controvertidos. Pero hay muchos más asuntos sobre el tapete de la mesa de los que nada se sabe. Washington acusa a Bruselas de poner todo tipo de cortapisas regulatorias a las exportaciones de productos sanitarios y fitosanitarios o ataca la agricultura y ganadería europeas, así como a la industria del motor por poner tasas excesivas a las importaciones americanas. Las diferencias se extienden hasta a las plataformas de vídeo o las películas de cine. Pese al paso atrás con las tecnológicas, el acuerdo se antoja complejo, como se vio en el comunicado emitido tras las buenas palabras del ministro de Economía español, Carlos Cuerpo, después de su entrevista con el secretario de Estado del Tesoro, Scott Bessent, el martes pasado.
España está en su punto de mira. Las críticas a la tasa Google o la suspensión del proyecto del AVE de Texas, en el que competía Renfe son una muestra de que habrá medidas diseñadas para cada país, además de las que afectan al conjunto de la Unión. Bessent quiere, según The Wall Street Journal, utilizar las negociaciones en curso para que sus socios limiten los tratos con China. La idea sería obtener compromisos para aislar a Xi Jing Ping a cambio de reducciones en las barreras comerciales. La Casa Blanca aprovecharía las conversaciones abiertas con más de 70 países para impedir que Pekín exporte mercancías a través de éstos, se instale en sus territorios ó adquieran productos chinos baratos. Ello explica que Bessent dijera que la apertura al mercado chino sería como "cortarse el cuello" sobre el encuentro de Sánchez con Xi Jinping.
En este aspecto, el choque con Bruselas también es inevitable, ya que una de las banderas levantadas por la presidenta de la Comisión Europea, Úrsula Von der Leyen, es la defensa a ultranza de la neutralidad y el multilateralismo europeos y el mantenimiento de las líneas abiertas de negociación con China. Está por ver, además, que Europa se mantenga unida cuando los técnicos bajen a los detalles.
La Administración estadounidense espera reactivar su industria manufacturera, pero la tarea no va a resultar sencilla. Trump se ha encontrado con un efecto inesperado en el mercado de bonos del Tesoro, cuya rentabilidad se disparó por encima del 4,5%, provocando una gran desconfianza hacia el dólar, que pierde más del 10% desde comienzos de año. Los expertos consideran que las tensiones comerciales, las incertidumbres sobre la financiación de sus déficits fiscales y las consecuencias adversas sobre la economía no son pasajeras y profundizarán en la debilidad del dólar durante los próximos años. Un efecto buscado por la Administración americana a fin de impulsar sus exportaciones y combatir la inflación.
Los expertos vaticinan que la moneda única podría pasar de 1,13 a 1,15 a finales de año y continuar su escalada el próximo año hacia 1,18 unidades por dólar o incluso a 1,20. Entretanto esto ocurre, el arancel recíproco del 10 % por parte de Estados Unidos sigue adelante, al que habría que sumar el 25% sobre el acero y el aluminio, lo que anticipa un impacto económico mayor, que el recogido por el BCE hace unos meses. Hemos pasado de una contracción de entre el 0,3% al 0,5% en el PIB a más de un punto porcentual, que colocará a la economía europea al borde de la recesión, aunque la mayoría de los expertos no se atreva a realizar pronósticos con exactitud hasta conocer el desenlace de las negociaciones. En esta línea, el BCE echó un balón de oxígeno a la economía con otra bajada de un cuarto de punto en los tipos de interés este jueves. La UE, por su parte, prepara un paquete de emergencia y se podrían requerir nuevas políticas de estímulo. La industrial europea es ya la gran perdedora de la coyuntura geopolítica, porque EEUU descarta aranceles cero y tras el acuerdo que se alcance muchos sectores tendrán que lidiar con tasas del 20%, a las que habrá que sumar un porcentaje similar por la apreciación del dólar y una competencia desleal china dispuesta a arrasar a sus pares europeos por su falta de competitividad.