Opinión

Polarización trampa y autenticidad empresarial

  • Hay más países que se orientan hacia una menor democracia que al contrario
  • Se realizan maniobras de distracción con los debates sociales y necesarios

Higinio Martínez García

Si se deteriora o menoscaba el actual mundo libre donde poder opinar, comerciar y votar… será poco relevante seguir escribiendo aquí ideas sobre reputación, influencia y publicidad (mis áreas profesionales). Pero aplíquese lo mismo al derecho, finanzas o cualquier actividad cultural o científica. Toda actividad intelectual condicionada por un entorno autoritario, como ya hemos visto en el pasado, pierde su autenticidad para convertirse en un instrumento al servicio del poder.

Por eso, dado el momento geopolítico que vivimos en el mundo, los no profesionales de la política vamos a tener que ir empezando a expedir acuse de recibo de que existe un gran elefante en medio de la habitación. Y empezar a opinar sobre qué nos está pasando, qué nos puede pasar y qué podemos hacer.

Para que no sean sólo opiniones, será mejor acompañarlas de datos que nos hagan pensar.

De acuerdo con el informe 2024 sobre la calidad democrática en el mundo realizado por el instituto IDEA con sede en Estocolmo, hay muchos más países que se mueven hacia una menor democracia que los que se mueven hacia la calidad democrática. Y el problema no está en las regiones y países sospechosos habituales que nos vienen a la cabeza. El problema lo tenemos cerca. Europa y América son las regiones que más empeoran en calidad democrática.

España no sale bien en la foto. En los rankings de calidad democrática, hay categorías catastróficas, como la de 'Representation', en el que España se desploma 17 puestos en 2024 hasta la posición 26. Malas posiciones también en 'Rule of Law" (nº 22), "Participation" (nº 35) y sólo salimos bien -cómo no- en "Derechos" (puesto nº 12).

Más allá de la posición de España, los síntomas generales son preocupantes. Un 47% de los países ha descendido en al menos uno de los indicadores de desempeño democrático en los últimos cinco años (en categorías que van desde las Libertades civiles hasta la Independencia judicial). Votaciones, recuento de votos y resultados electorales son cuestionados cada vez con más frecuencia.

¿Y cuál es entonces el elefante en la habitación? Es algo doloroso de reconocer. Y sorprendentemente difícil de hallar en el debate público y en los medios mainstream.

Debemos reflexionar sobre esto: el mundo NO se está polarizando fundamentalmente en izquierda/derecha. Ni en progresista/conservador. Ni siquiera en proteccionista/liberal (aunque esto, algo más). La helada verdad que va emergiendo es que el péndulo va siendo cada vez más entre estado autoritario (y a veces, totalitario) vs. estado democrático. Aceptar esto, implica necesariamente reconocer que quizá podamos llegar a perder la democracia tal y como la veníamos entendiendo en Europa. Cuanto más éxito social, económico y hasta electoral tengan -aparentemente- los estados del bloque autoritario; y, sobre todo, en la medida en que grandes capas medias de las llamadas democracias liberales occidentales perciban que su futuro es peor que el pasado reciente de prosperidad que vivieron sus padres, más amenazada estará la subsistencia de estas democracias.

Aunque la palabra 'democracia' no concite unanimidad sobre cuál es su verdadero significado, al menos es fácil aceptar que debajo de la democracia lo que tenemos es el problema de la Libertad. De eso no hay duda. Todos la deseamos y debemos defenderla. Demasiadas veces en la historia de Europa hemos visto cómo los gobiernos cambiaron el derecho y la justicia por el simple ejercicio del poder. Para nazis, fascistas y bolcheviques, la ley podía ser impuesta a otros países por el país más fuerte. El poder o autoridad como fuente de legitimidad. Así de simple. Superados el nazismo y el marxismo, y una vez superado el totalitarismo, en el periodo de paz se regresa progresivamente al atractivo de la seguridad de la autoridad, que rápidamente cae en manos de otros "ismos" como nacionalismo, regionalismo, ecologismo, etc. Es la huida del vértigo de la libertad con su dosis correspondiente de responsabilidad. Lo explicó Ernst Jünger en su ensayo La Emboscadura. En unas líneas esclarece perfectamente la libertad en estos tiempos convulsos: "El auténtico problema está, más bien, en que una gran mayoría no quiere la libertad y aun le tiene miedo". O en boca de Viktor Frankl: "Prefiero una libertad peligrosa a una servidumbre tranquila".

Por todo lo anterior, centrarse en la polarización superficial sería en realidad utilizar (secuestrar) una serie de debates sociales, con temas como el cambio climático, los derechos de las minorías, la emigración, las religiones, etc. Son debates capitales, útiles y necesarios pero que, ante una amenaza fundamental y sistémica, podrían servir como maniobras de distracción para una 'polarización trampa'. Una polarización equivocada que no se si es intencionada; pero, como mínimo, constato que con ella es más fácil manipular a las masas para captar su apoyo y su voto incondicional.

En suma, sorprende comprobar que en los dos bloques -autoritario y democrático- puede haber países que defiendan o ataquen los temas de los derechos arriba enumerados. Esas banderas ya no son exclusivas ni de la derecha ni de la izquierda. Bienvenidos a la nueva perplejidad. Los valores y guías son tan líquidos que han reventado la antigua y simple división entre izquierda y derecha.

Las empresas, instituciones y gobiernos tienen el deber moral de poner luz. Y contribuir cada uno según sus capacidades a ese privilegio de vivir en una sociedad libre y participativa. Si quieren ser percibidos como reales, alcanzar la autenticidad y gozar de la confianza de los consumidores/asociados/electores, no hay más remedio que contribuir -cada uno a su nivel- a ilustrar, explicar y divulgar. Y a la vez, escuchar y tomar nota de lo que esperan tus grupos de interés alrededor.

En este sentido, existe un peligro muy sibilino para las empresas como es la cerrazón en torno a un propósito corporativo inamovible, (sin escuchar a los stakeholders). Por supuesto, es bueno y deseable que empleados, clientes y reguladores concedan a una empresa o institución la ansiada reputación. Pero la última frontera, el escalón siguiente, es la Autenticidad empresarial, que se conquista proactivamente mediante las acciones correctas. La definición de autenticidad no es eliminar el clásico Say/Do gap, es decir, la diferencia entre decir y hacer. Va más allá. En realidad es la ausencia de doblez o 'gap' entre -por un lado- toda la literatura corporativa, y -por otro- un equilibrio entre dos conceptos: la realidad de la empresa y lo que esperaban de ella sus stakeholders clave. A veces da la impresión de que hay empresas que caminan super-fieles a su propósito corporativo fundacional. Caminan muy, muy lejos; pero, de pronto, miran a su alrededor y ven que no hay nadie a su lado. Ni clientes, ni empleados ni reguladores. Por eso, escuchar y ajustar continuamente es la clave para lograr la Autenticidad, con la que luego llegan la aceptación, la licencia social para operar y la identificación total de sus grupos de interés con la empresa o institución, de la que acaban presumiendo como si fuera suya.

Por esto es clave que las empresas e instituciones lean bien el momento que vivimos. Desde su propio ejemplo, deben animar a todos los ciudadanos a pensar por sí mismos. Garantizada la libertad, siempre habrá tiempo luego de hablar de leyes sobre impuestos, jornadas laborales, descarbonización o lo que haga falta. Y por supuesto, también de imagen, reputación y publicidad.