Opinión
Cuando la única ideología es el poder
- Ni los israelíes, ni los argelinos quieren saber nada que venga del presidente del Gobierno o del ministro de Asuntos Exteriores.
Carlos Floriano Corrales
Madrid,
Todos los Gobiernos de España desde la Constitución del 78 han practicado una política exterior en la que sabíamos estar en el Magreb manteniendo buenas relaciones con Marruecos y Argelia. Asimismo, nos llevábamos bien con el pueblo saharaui al que nos debemos. Eran los tiempos de una política exterior solvente en el que defendíamos la libertad en toda América Latina y el caribe. Con la política exterior actual, dos grupos terroristas han felicitado al gobierno y han llamado a consultas a tres embajadores. Ni los israelíes, ni los argelinos quieren saber nada que venga del presidente del Gobierno o del ministro de Asuntos Exteriores.
El diseño de la política exterior que le corresponde a un país como el nuestro debería ser el de una política de Estado, es decir, que tuviera continuidad, aunque los Gobiernos cambien, al menos, en los aspectos fundamentales, para servir a los intereses de los españoles y para que nuestros aliados vean en nosotros un socio fiable y, por tanto, a quien corresponder cuando lo necesite. Sin embargo, desgraciadamente es un hecho objetivo que la política exterior española ha dejado de tener como razón la defensa de los intereses de los españoles en el exterior, para convertirse en una cara más de la política interna que le es útil a Pedro Sánchez para permanecer en el poder: para aglutinar el voto de la izquierda, su posición en el conflicto de Oriente Medio; para la imagen de líder comprometido, le sirve la que mantiene en Ucrania y cuando necesita cubrir sus miedos, cambia la histórica neutralidad española en el Sáhara Occidental.
Está situación lleva a nuestro país a chapotear en asuntos relevantes, a hacer ruido en un tema tras otro, pero a que no se distinga una línea seria y coherente en nuestra estrategia exterior: defendamos a los palestinos, pero no a los saharauis; decimos amparar los valores europeos de tolerancia, democracia y libertad, pero no participamos en la misión europea para defender en el Mar Rojo la libertad de comercio o décimos estar con Ucrania, pero una parte del Gobierno quiere que los ucranianos se rindan.
En toda ocasión, pero sobre todo en estos tiempos de guerras e incertidumbres conviene tener claro cuáles son los valores que defendemos y, por tanto, quienes son nuestros aliados con los que debemos ser leales y solidarios, porque sólo así, podremos ser exigentes en aquello más urgente paranosotros.
En este sentido, la UE y la OTAN deben mirar al Este y al Indo-Pacífico, aunque nos quede muy lejos, pero debemos exigir que también se mire con intensidad al Sahel, porque la inestabilidad del Sahel es la nuestra. Por eso, la política exterior que debemos practicar, la que nos permite exigir el compromiso de nuestros socios en cuestiones que nos preocupan deben ser siempre de luces largas, equilibradas y solventes.
Pero difícilmente podemos esperar una política exterior de largo alcance, cuando la única política, si se quiere, la única ideología que está detrás del presidente del Gobierno es la de mantenerse en el poder a cualquier precio, haciendo claudicar ante eso todo atisbo de moralidad pública, todo interés, aunque sea el general de una nación.
Estos días estamos asistiendo a uno de los ejercicios de mayor irresponsabilidad que haya realizado alguno de los presidentes del Gobierno desde la aprobación de la Constitución. Si ya fue una insensatez la tarea del entonces presidente del Ejecutivo Rodríguez Zapatero que consistió en abrir las heridas de la guerra civil cerradas durante la Transición y resulta moralmente reprochable pactar con unos perseguidos por la justicia española impunidad a cambio de los votos que le hicieron presidente del gobierno como ha hecho Pedro Sánchez, es muy difícil encontrar una adjetivo para calificar la escena de un presidente del Gobierno que se encierra en el Palacio de La Moncloa, después de dirigirse por carta a todos los españoles, para encontrar una respuesta a si debe o no continuar como presidente del Gobierno.
Es un ejercicio de irresponsabilidad propia de un niño y una afrenta contra la democracia española, porque lo quiera o no, le guste más o menos, es evidente que está intentando ocultar detrás de una pretendida dimisión, las actividades mercantiles no explicadas que realiza su mujer en el desarrollo de una carrera profesional que comenzó cuando él llegó a la presidencia del gobierno. No hay mas que eso.
La apertura de diligencias decretadas por un juez de Plaza de Castilla, para investigar la veracidad o no de las actividades de Begoña Gómez hechas públicas en varios medios de información, no justifican que el presidente del Gobierno del país, que es la cuarta economía del euro, señale a jueces, medios de comunicación y oposición política de haber urdido una campaña contra él saltándose las reglas de la democracia. Más bien parece un presidente del Gobierno que utiliza sus resortes de poder para intentar amedrentar a los que no se adhieran a él.
Y en esta tarea iliberal debemos ser los demócratas, precisamente los demócratas, los que debemos impedir y denunciar que haya quien pretenda justificar las actividades presuntamente delictivas de varios miembros del partido socialista, que han merecido la intervención judicial y la toma de declaraciones a toda una trama estrechamente vinculada al PSOE y al Ministerio de Transportes, cuando era dirigido por el señor Ábalos, o que intenten disculpar las actividades mercantiles del entorno más cercano a Pedro Sánchez que, independientemente de su carácter delictivo, ponen a la institución de la presidencia del gobierno de España en situación comprometida.