Opinión

Gran capacidad para entusiasmar a todos


    Alberto Horcajo

    Conocí a César Alierta en 1990, cuando como presidente de Beta Capital me incorporó al estupendo equipo de jóvenes economistas y analistas financieros que había creado en torno a él, siempre acompañado de la prudencia de su socio y amigo íntimo Alfonso Ferrari. César era ya conocido como un brillante financiero, formado en la universidad neoyorquina de Columbia junto a su querido amigo Luis Bastida y catapultado por su brillante actuación al frente de la banca corporativa de Banco Urquijo, en los albores de los mercados de capitales en España en la década de los 70.

    Ahí se reveló ya un rasgo del carácter de César que le distinguiría a lo largo de su vida profesional: su capacidad extraordinaria de aglutinar voluntades y crear condiciones para la colaboración, desde la sencillez, la ingenuidad y el arrojo, que tal vez alguna vez rayó la temeridad, que le acompañarían toda su vida. Cuando pasado no mucho tiempo decidí ir tras otro reto profesional, César no solo mantuvo su cariño hacia mí si no que años después me animó a volver a colaborar con él, en esa ocasión en Telefónica, mientras se preocupaba de mis avatares personales, porque César fue un gran amigo de sus amigos y de él podría quizás decirse que jamás tuvo enemigos.

    La capacidad de transmitir el entusiasmo por una idea o un proyecto, que en ocasiones le hacía proclamar los secretos a voces ciertamente añadía emoción a las diversas peripecias compartidas. Otra característica de César fue su humanidad y su deseo de estar muy cercano a todos, superando las jerarquías de las organizaciones grandes y complejas. Recuerdo con simpatía cómo en la sede de Telefónica en Madrid procuraba almorzar en la cafetería con todos y como disfrutaba charlando improvisadamente con unos y otros, siempre interesado en lo que pudieran contarle. El cinismo y la hipocresía eran intolerables para César, que realmente consideraba la doblez una debilidad que exigía constante vigilancia.

    Fue César un verdadero patriota, orgulloso de su condición de español, aragonés, zaragozano, con una visión abierta y acogedora. Recuerdo también su reacción cuando en la sede de Telefónica Brasil izamos en 2014, junto a las de Brasil y Telefónica, la bandera de España: ¡Ya era hora!

    Este recuerdo apresurado de César no puede terminar sin una referencia a la luz en la vida de César: su matrimonio con su amadísima Ana, que le completó, le aupó y a quien él, me parece, quiso homenajear, ya al margen de los negocios, con una dedicación particular en los últimos años a la promoción de la infancia y de los jóvenes, atendiendo filialmente la solicitud del Papa Francisco. Descansa en paz, querido César.