Opinión: Nagorno Karabaj, desaparición por abandono internacional
Juan Carlos Giménez-Salinas
La vocación y pensamiento imperialistas de Turquía y Rusia, siempre presentes, aprovechan cualquier circunstancia propicia para alcanzar sus fines ocultos, dormidos.
Esta vez, sin ruido internacional, sin reacción alguna por parte de occidente, ni de Rusia, garante de los pueblos del Cáucaso, Turquía y su cómplice Azerbaiyán, ambos de etnia turca, han conseguido hacer desaparecer un enclave armenio codiciado desde hace años por Turquía, el de Nagorno Karabaj o Alto Karabaj.
Este pequeño territorio de origen armenio y de religión católica impedía las ambiciones expansionistas turcas, deseosas en unificar bajo su bandera los territorios que facilitaran la unión de su país con Asia.
Nagorno Karabaj, con 120.000 habitantes, ha desaparecido del mapa y sus ciudadanos han decidido exiliarse a Armenia al comprobar que sus enemigos, Azerbaiyán y Turquía, no pretendían solamente la conquista de su territorio, si no su aniquilación física.
La única carretera que posibilita el trayecto hacia Armenia, de setenta kilómetros de largo, ha sido el camino de huida de la totalidad de la población. Setenta kilómetros por los que los sufridos armenios que viven en Nagorno Karabaj han transitado para conseguir alcanzar su seguridad hasta llegar al único país dispuesto a acogerles con garantías para sus vidas. Treinta y seis horas de viaje con todo lo que ello comporta.
Rusia, demasiado ocupada en derrotar a Ucrania, ha olvidado sus acuerdos de protección sobre aquel pequeño país y Europa no ha considerado este conflicto como suyo.
Azerbaiyán, rico en yacimientos de los que obtiene energía que vende a Rusia y Europa, hermanado con Turquía, ha aniquilado un pequeño país y además lo ha desertizado. Ha conseguido sus fines y ahora tiene vía libre para ocuparlo y proseguir con los fines deseados, la unión de Turquía con Asia. Pacificación territorial, una nueva ruta de la seda dominada por Turquía. Vías comerciales rápidas y pacíficas, todo ello a costa de un pueblo.
Hemos sido espectadores de un hecho insólito en nuestra historia, el acuerdo del gobierno de un país, con el beneplácito de sus instituciones, de disolverse, de desaparecer, de suicidarse. Fecha del suicidio 1 de enero de 2024. Éxito rotundo de los países vencedores, el propio país objeto de sus ambiciones se autodestruye por su incapacidad de defensa. Conscientes de su abandono por la comunidad internacional, deciden suicidarse.
Lo de siempre. El derecho, la defensa de los derechos humanos, los acuerdos bilaterales o plurilaterales, de nada sirven si a quien hay que defender es irrelevante o bien su defensa y prevalencia perjudica los intereses de una gran mayoría. Mirar hacia otro lado, es mejor desconocerlo, ignorarlo en aras de un fin superior que beneficia a una gran mayoría de países.
Como lección para muchos países es el hecho de que, si deseas defenderte, iniciar una andadura individual, debes ser fuerte o asociarte al fuerte si puedes ofrecerle algo que pueda interesarle. Si no es así, quedas en manos del vecino ambicioso sin alternativa posible.
La racionalidad de estos argumentos es incuestionable, pero quien sufre su frialdad es una población que vive y ha vivido cientos de años en un lugar y que se ve obligada a desaparecer sin que nadie la apoye.
Turquía y Azerbaiyán no asistieron a la reunión internacional celebrada en Granada. Evidente.
Finalizadas estas líneas aparece un nuevo conflicto entre los palestinos e Israel. Ucrania, Nagorno Karabaj, Israel y Palestina. Conflictos territoriales, étnicos y religiosos. Parece que puede existir un contagio muy peligroso porque de éstos existen muchos todavía larvados.