Opinión
Invertir a largo plazo, ¿por ti mismo o delegando la gestión?
- Invertir a largo plazo supone definir el nivel de riesgo necesario para cumplir nuestro objetivo
- Se deben buscar segundas opiniones expertas aún cuando dispongamos de las capacidades necesarias
Alejandro Vidal Crespo
Si somos titulares de una cartera de ahorro, seguramente uno de los consejos que habremos recibido en más ocasiones es la necesidad de invertir a largo plazo. O mejor dicho, a no dejarnos llevar por los mercados y actuar llevados por los movimientos, bien sea al alza o a la baja, de los mercados en el corto plazo.
Y ciertamente es un buen consejo, puesto que las prisas suelen ser malas consejeras en general, y en la inversión no iba a ser menos.
Pero desde una perspectiva más amplia, invertir a largo plazo no supone solamente no dejarse llevar por modas o por la sensación de vértigo que todos, incluso los inversores con más experiencia, sentimos cuando los mercados se mueven violentamente y, en especial, cuando lo hacen ante un escenario incierto o desconocido.
Invertir a largo plazo significa también conocerse desde una perspectiva financiera, significa haber reconocido cuáles son nuestras capacidades presentes de generación de riqueza, nuestras necesidades futuras de consumo de ese capital y haber construido una cartera y un plan de inversión que consiga conciliar una cosa y la otra.
Invertir a largo plazo no es elegir una determinada lista de activos (acciones, fondos, o cualquier otra cosa) con la vocación de permanecer en ellos durante diez o quince años. Se trata más bien de definir cuál es el nivel de riesgo necesario para obtener el capital necesario para cumplir con nuestro objetivo vital (bien mantener nuestro nivel de vida en un futuro o legar un patrimonio a quienes más nos importan), plasmarlo en una estrategia de inversión y monitorizar desde ese marco cuáles son los activos concretos que en cada momento económico y cada situación de mercado es más probable que nos mantengan en la senda deseada.
Una vez aclarado lo anterior, entramos en un segundo debate. ¿Es mejor hacerlo uno mismo, o por el contrario es preferible apoyarse en un profesional? Para responder a esta pregunta, separaría dos planos que, en mi opinión, son claves.
El primero de ellos es puramente técnico: ¿tengo los conocimientos necesarios, el acceso a la información clave y el tiempo necesario para llevar a cabo esa tarea? Si la respuesta es negativa, claramente se debería buscar la gestión delegada o cuanto menos el asesoramiento de un profesional. Errores como la excesiva concentración de riesgos, la inversión en activos poco trasparentes o una excesiva rotación de la cartera lamentablemente han costado muchos disgustos a multitud de pequeños ahorradores.
Pero incluso contando con los conocimientos y los recursos necesarios para construir y gestionar una cartera de inversión merecedora de ese nombre, hay un segundo plano que también debemos analizar, y es el emocional.
Y es que no es lo mismo tomar decisiones difíciles sobre nosotros mismos que hacerlo desde una perspectiva puramente profesional. Y no solamente en finanzas, es un dicho muy común también, por ejemplo, en la abogacía que no es buena idea defenderse a uno mismo. Incluso cuando disponemos de las capacidades y las habilidades para hacer algo, sigue siendo una buena idea recabar una segunda opinión y un contraste de otro experto antes de acometer acciones importantes, aunque solo sea para eliminar los sesgos propios o conductuales.
Y por último, ¿Cuáles son los pasos y las claves para culminar el proceso de inversión a largo plazo? En primer lugar, construir una tesis de inversión valorando el potencial de cada tipo de activo a largo plazo. Es decir, estimar el rendimiento y riesgo a largo plazo de las bolsas, los bonos corporativos, materias primas… en función del momento del ciclo económico y del potencial de crecimiento a largo plazo.
En segundo lugar, combinar estas estimaciones teniendo en cuenta además su comportamiento relativo (correlación) para deducir el rendimiento esperado para cada nivel de riesgo.
En tercer lugar, elegir cómo representar cada tipo de activo en nuestra propia cartera, teniendo en cuenta las distintas alternativas y vehículos disponibles para optimizar la operativa, los costes, la diversificación de riesgos, fiscalidad, etc. Y, por último, implementar dicha cartera adquiriendo dichos activos teniendo, esta vez sí, en cuenta la situación del mercado a corto plazo.
Como supondrá el lector, para completar un proceso tan sólido y exhaustivo como el anterior es necesario disponer no tan solo de conocimiento e información, si no de recursos, tiempo y voluntad para hacerlo en un primer momento y, posteriormente, mantenerlo sólido y equilibrado a lo largo del tiempo. Lo cual nos devuelve a la pregunta inicial: ¿invertir por ti mismo o delegando la gestión de la cartera?