El invierno del descontento
Francisco de la Torre Díaz
Aceptar la realidad es amargo a veces, pero es imprescindible siempre. Esto pasa especialmente en economía en la que se trata de asignar recursos escasos susceptibles de usos alternativos. Los recursos son siempre escasos, pero si hay crecimiento económico pueden ser mayores que en periodos anteriores. Sin embargo, cuando se sufre un proceso de empobrecimiento, los recursos son inferiores. Un shock de oferta ocasionado por el encarecimiento de la energía importada supone, siempre y por definición, empobrecimiento. Para toda Europa, y España por mucho que se quiera no es una excepción, pagar mucho más cara una energía imprescindible, supone ser más pobres que cuando la energía era más barata.
Distribuir el empobrecimiento es lo que se llama "pacto de rentas". Precisamente por eso, porque es distribuir una disminución de rentas, es algo mucho más fácil de decir que de acordar. Lo que ocurre este invierno es que, además hay otros factores que complican, y mucho, la ecuación.
En primer término, es que toda la energía es más cara, y no sólo la importada. Como sabe cualquiera a estas alturas, la luz ha subido de precio. Sin embargo, sólo una pequeña parte de la producción eléctrica se realiza a partir de gas o carbón importado. El problema es que el sistema de fijación de precios eléctrico es marginal, se paga todo al precio de la energía más cara, es decir de la que tiene costes mayores costes variables, habitualmente el gas. El sistema estaba basado en que el gas era barato. De hecho, para poder subvencionar a las energías renovables, se estableció un sistema de cargos en la factura. Ahora, los cargos, y usted no tiene más que mirar la factura, son anecdóticos. Esto parece una buena noticia, pero, en realidad es muy mala para el consumidor. A las primeras renovables se les garantizó una rentabilidad que no obtenían en el mercado. Ahora todas las instalaciones obtienen esta rentabilidad porque el precio se ha disparado: los cargos disminuyen, pero la factura sube.
Esto se ha querido compensar con el denominado "tope al gas", que es una buena idea con muy mala publicidad y explicación. Con este sistema, lo que se limita es la retribución de todas las instalaciones que no usan gas. Esto limita el precio, pero a las centrales de ciclo combinado hay que compensarlas, porque si no, no producen y hay apagones. Si hay menos oferta, porque este año ha llovido muy poco, y hay menos energía hidroeléctrica, y también hay más demanda, porque el verano ha sido muy caluroso y se ponen en funcionamiento aparatos de aire acondicionado, entonces, se utiliza más gas para producir electricidad. Si, además, el gas es más caro, la factura sube. Y, además, lo hace por el concepto de "tope al gas", que supuestamente iba a reducir la factura.
Con todo, en materia de energía, el invierno será peor. La razón es que, en el invierno del hemisferio occidental, el consumo de energía para calefacción aumenta. En Europa, la situación es especialmente complicada por dos factores. El primero es la invasión rusa de Ucrania que ha derivado en sanciones, y posteriormente en cortes del gas que Rusia suministraba a buena parte de Europa, especialmente a Alemania. Esta restricción de oferta, que además no tiene sustitución fácil, va a dar lugar no sólo a aumentos de precio, sino también a cortes en la producción industrial e incluso a cortes de calefacción en los hogares. El segundo factor es menos conocido, pero también muy relevante, la mitad del parque nuclear francés, el más grande de Europa, está parado y no es seguro que esté operativo para el invierno. La mayoría de los hogares franceses se calientan con energía eléctrica, que ahora habrá que producirla con gas, en este caso fundamentalmente noruego.
A los elevados precios de luz y gas, hay que añadir el petróleo. Aquí tenemos tres factores que juegan en contra. Por una parte, y éste es el factor más importante, la insuficiencia de la capacidad de refino en Europa. Esto se podía haber evitado, porque, por ejemplo, en España no es así, pero no se invirtió lo suficiente y se dejó el refino en manos de otros países (porque no es precisamente limpio) empezando por Rusia, ahora sometida a sanciones. Por otra parte, la Organización de Países Exportadores de Petróleo está reduciendo la producción, alineándose con Rusia, para mantener elevado el precio del crudo.
El tercer factor es que el gas y el crudo se pagan en dólares. Como la Reserva Federal ha subido más rápido los tipos de interés, y ha retirado dólares del mercado, el dólar se ha apreciado frente a todas las demás monedas. Además, Estados Unidos, como es exportador neto de gas y petróleo, gracias a la tecnología del fracking, y no importador como Europa, se ve mucho menos afectado por el shock energético que Europa. Y esto se refleja también en la cotización del dólar frente al euro.
En general, la depreciación del euro supone pagar más caros los productos importados, es decir importar inflación y no sólo en energía. Como la energía es un factor productivo, y es mucho más cara, los costes de los productos aumentan, y en buena medida se trasladan a precios.
Para frenar este aumento de precios, la primera opción es que el Banco Central Europeo, suba los tipos de interés con más intensidad de lo que ya lo ha hecho. Esto lo han anticipado los mercados financieros, subiendo los costes de financiación de los ciudadanos, de las empresas y del Estado. Esto supondrá menos inversión, y a medio plazo menos creación de empleo. Pero, a corto plazo, todos los deudores a tipo variable, es decir el 75% de los hipotecados actuales, y todos los nuevos, pagarán más cara su financiación.
Todos estos factores reducen la renta real de las familias, la que tienen disponible después de hacer frente a gastos obligados, y en consecuencia, su capacidad de consumo este invierno. ¿Esto lo puede compensar el Estado? Pues, no completamente, y mucho menos a todo el mundo, si no se quiere empeorar sustancialmente la situación fiscal. Salimos de la Pandemia más endeudados, lo que por otra parte era inevitable, y ahora, la también imprescindible, subida de los tipos de interés, hace real y tangible ese daño económico. Además, los beneficiarios últimos y reales de esta crisis energética sí están en lejanos desiertos, y no se les pueden cobrar impuestos. Por otra parte, basta mirar al Reino Unido y al estrepitoso fracaso de Liz Truss, para saber cuál es el precio de una política fiscal irresponsable en el peor momento.
Esta pésima coyuntura no durará para siempre. Occidente superó dos crisis energéticas. Pero, de momento, nos enfrentamos al invierno del descontento.