Opinión

Del tren de la risa al festival de la corbata

    El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez.

    José María Triper

    No defraudó Pedro Sánchez en su comparecencia para hacer el tradicional balance del curso político antes de las vacaciones. Como siempre ocurre cuando es el examinado el encargado de autocalificarse, Sánchez ofreció un recital público de autoelogio y ausencia total de asunción de responsabilidades que, sin decirlo expresamente, le inducían a superar el examen un notable alto en su gestión, que contrasta con la realidad de una economía a las puertas de la recesión, el empobrecimiento general de los españoles, el descrédito de las instituciones, la ausencia total de soluciones y proyecto político, la falta de credibilidad personal y del Gobierno y el hartazgo de los ciudadanos que reflejan todas las encuestas.

    Una gestión política y unos resultados que se han visto rematados al final del ejercicio por un cúmulo de decisiones y de eventos que son, efectivamente, para nota y que van desde el tren de la risa en Extremadura al festival de la corbata, pasando por una tasa de inflación que raya el 11% desconocida desde hace 38 años, la rendición plena ante los independentistas catalanes, nuevos impuestos populistas que pagaremos todos, la defensa de los condenados por los ERE, y una encuesta de población activa que, pese a sus resultados aparentes, los ministros competentes han venido a considerar como pan para hoy y hambre para otoño.

    Especialmente relevante ha sido el episodio de ese tren de la risa, como habría que calificar a ese llamado AVE, en realidad un Alvia, que circula a 89 kilómetros por hora, sin catenarias, que tarda más que un coche en llegar a Madrid, con pleno de retrasos desde su funcionamiento, sillas de playa en los apeaderos y que es la última tomadora de pelo que tienen que sufrir los extremeños y una ruleta rusa para los pasajeros de ese convoy que el propio Pedro Sánchez definió como "el tren del progreso y del futuro" sin rectificar ni sonrojarse. Memorable.

    Tanto como ese festival de la corbata con que nos deleitó también el presidente durante su comparecencia, en la que apareció con la camisa a cuello descubierto para anunciar que había pedido a sus ministros que no usaran tan anudada prenda para ahorrar energía. Una esperpéntica propuesta que ha sido recibida con un mezcla de indignación, sorna y estupor entre la mayoría de los representantes de la política, la economía y de la opinión pública y publicada, aquí y fuera de nuestras fronteras.

    Nos quieren imponer un estilo de vida al más puro estilo de las peores dictaduras

    Eso sí, para dar ejemplo, el mismo Sánchez pocos minutos después utilizaba un helicóptero Puma de elevado consumo de combustible para recorrer los 20 kilómetros que separan La Moncloa de Torrejón de Ardoz, con la carretera despejada. Idea esta de la corbata que tampoco es nueva ni propia.

    Quienes ejercemos como cronistas parlamentarios desde tiempo recordamos como en 2008 el entonces ministro de Industria con Rodríguez Zapatero, Miguel Sebastián, acudió sin corbata a un Pleno del Congreso argumentando que por cada grado que reducimos en el aire acondicionado ahorramos un 7% en energía.

    Medida que el entonces presidente de la Cámara, José Bono, impidió triunfara en la Cámara de Diputados, pero que sí se impuso en algunos ministerios. Ocurrencia esta que va acompañada de un plan de ahorro energético con límites al aire acondicionado y la calefacción en edificios públicos que tampoco es nuevo porque ya en 2009 el Gobierno de Rodríguez Zapatero aprobó un Plan, todavía vigente, con medidas para reducir un 20% en el consumo de energía en la Administración General del Estado.

    Y para terminar el esperpento aparece la ministra de Igual da, la políticamente estéril Irene Montero, con su cartel fake contra la gordofobia, que nos cuesta más de 80.000 euros de dinero público además del ridículo en los medios internacionales y posibles querellas porque las imágenes fueron robadas de cuentas de redes sociales de modelos sin su autorización y, además, fueron manipuladas.

    Pues eso, que ahora resulta que los mismos que no saben cómo resolver los problemas de la gente nos quieren enseñar e imponer cómo vestir, cómo calentarnos, cómo comer y cómo vivir al más puro estilo de esas dictaduras, de las que unos proceden y a las que otros resucitan.