Opinión

El espectáculo de los partidos políticos y la pésima calidad de sus élites


    Joaquín Leguina

    El espectáculo que están dando los partidos tras las elecciones generales, autonómicas y municipales no es precisamente edificante. Y no lo es por la baja calidad de los argumentos y de la formación profesional, ideológica y política de las actuales élites políticas. Y estas barbaridades pueden conducir a nuevas elecciones, procedimiento ideado por la democracia para zanjar cuestiones relevantes pero que se degrada si se abusa de él. Un sistema no es más democrático porque se vote más.

    Que el sistema de selección de las élites políticas es de pésima calidad se puede comprobar con sólo analizar los curricula de los actuales dirigentes, y más en comparación con aquellos que ejercieron de tales durante la Transición.

    En este momento son mayoría en el Congreso de los Diputados personas que no han cotizado jamás a la Seguridad Social fuera de sus cargos políticos dentro de los partidos o en representación de estos en las instituciones públicas. Lo cual les descalifica para representar a sus votantes, que en su mayoría sí cotizan o han cotizado (los jubilados) a la Seguridad Social. Una élite política cuyo sistema digital de selección no tiene para nada en cuenta las recomendaciones de "mérito y capacidad".

    Por otro lado, la democracia interna exigida por la Constitución a los partidos es una caricatura. Admitido y tolerado como algo inexorable, tanto como la nieve en el invierno o el calor durante el estío. En España no existe una Ley de Partidos que obligue al ejercicio de la "democracia interna", constitucionalmente proclamada, y nadie se atreve a reclamarla ni las cúpulas partidarias parecen dispuestas a impulsarla en el Parlamento. Sin embargo, los efectos de esa ausencia son tan visibles como degradantes. Los hiperliderazgos traen consigo el más descarado de los nepotismos que, junto a la endogamia, conducen al asombro ciudadano de ver, por ejemplo, como ministros a personas que nunca hubieran prosperado por méritos o talento en su profesión si es que alguna tuvieran.

    Es necesario tener una Ley de Políticos donde predomine el mérito y la capacidad política

    En efecto, los líderes actuales de casi todos los partidos, a un lado u otro del espectro ideológico, se comportan como dueños o sátrapas. Ponen en las listas solo a sus fieles y hacen mangas y capirotes con cualquier crítica externa. Críticas internas no existen y si alguien se atreviera a ejercerlas sería tachado de traidor a la causa (ahí está el caso de Toni Roldán, de Ciudadanos, para demostrarlo).

    En otras palabras: España necesita una Ley de Partidos que someta a estos a sistemas racionales de promoción -mérito y capacidad- y evite así que las élites políticas se pueblen de gente sin experiencia laboral. Y esa ley debería también imponer un método único de democracia interna.