Licenciar las legiones
Julio Anguita
El 11 de enero del año 49 a. C. Julio César tenía ante sí un dilema de difícil opción: regresar a Roma licenciando y abandonando previamente a sus legiones en la Galia Cisalpina, o enfrentarse abiertamente a la prohibición del Senado, cruzando con ellas la frontera con Italia. César eligió el camino del conflicto, pero solo aparentemente, porque el conflicto ya estaba servido con anterioridad.
La República romana estaba en una situación de enfrentamiento social y político protagonizado por la nobleza (patricios u optimates) y la plebe defendida en las instituciones por sus propios tribunos. El propio César, de estirpe patricia, había ocupado las más altas magistraturas del Estado. Semanas antes de la decisión, el Senado había accedido a una propuesta de negociación hecha por César, pero la oligarquía senatorial impidió su publicación. La disyuntiva estaba clara, ir a Roma sin ejército significaba la muerte, pasar la frontera con las legiones era una ilegalidad más que añadir a las de los poderes fácticos senatoriales.
Mutatis muntandis, la izquierda española se encuentra ante una situación similar a la que se enfrentó César, aunque en este caso no exista ninguna ley que transgredir para hacer notar su presencia y, sobre todo, para conseguir implantar su proyecto económico, político, cultural y de valores. El 15-M fue la expresión de una fuerza social emergente multiforme y muy espontánea en sus incipientes esquemas organizativos; una materia prima de calidad para trabajar conjuntamente con ella, debatiendo, elaborando programas y ejerciendo formas de participación democrática. Por otra parte, la gran marcha sobre Madrid que congregó a cerca de dos millones de personas, evidenció que había masa crítica para construir -con paciencia- un contrapoder ciudadano organizado. Porque el problema para la izquierda sigue siendo el de siempre: organización cohesionada por la participación interna, el análisis colectivo y la elaboración de programas con la ciudadanía. Aquella gran ocasión se perdió por prioridades electorales inmaduras. Tras los resultados del 26-M queda caro que comienza para la izquierda una larga travesía por el desierto. Y ello no es malo si se empieza a asumir una cuestión clave que nunca debe ser olvidada. El acceso a las instituciones es fundamental para gobernar con sus programas y propuestas, pero el camino que lleva hasta las urnas no puede ser el utilizado por los demás. Si no hay previamente un trabajo social y político que vaya configurando una base programática y de valores alternativos, las urnas seguirán siendo esquivas.
Cuando pasen los efectos de los fastos institucionales volverán a primera línea los graves problemas sociales y políticos pendientes. Y además insertos en un cuadro nada halagüeño: la crisis económica prevista, la nueva geopolítica prebélica y el colapso de nuestra civilización industrial capitalista.
El mundo que se perfila es el de la escasez y sobre quienes van a recaer su efectos. Ante ello, la izquierda no puede seguir licenciando a sus legiones.