Opinión

China-EEUU: lucha por la hegemonía mundial


    Alberto Nadal

    No se trata de una guerra comercial. Se trata lisa y llanamente de la lucha por la hegemonía mundial. En el siglo XXI las grandes potencias no se enfrentan entre sí en el campo de batalla. El poder destructivo de la tecnología moderna hace irracional cualquier forma de conflicto armado entre grandes potencias.

    Los conflictos armados se confinan a lugares donde se ejerce una labor de control de grupos que amenazan la seguridad o a la estabilización de áreas concretas. Las grandes potencias, por el contrario, luchan por la posición hegemónica en el campo económico.

    La lucha por la hegemonía es algo novedoso para nuestras generaciones. Sin embargo, ha sido una constante en la Historia de la humanidad. Desde siempre ha habido un conflicto por la preeminencia. Este conflicto se disputaba en los ámbitos diplomático, económico y militar. Y como consecuencia de la lucha, una potencia sucedía a otra como hegemón.

    Tras la segunda guerra mundial, en occidente, la hegemonía le correspondió a los Estados Unidos. Y, a partir de la caída del muro de Berlín, esta supremacía se hizo universal. A principios de los años noventa del pasado siglo, la Pax Americana llegaba a su cenit. Pero entonces nadie podía pensar que se pudiera ver amenazada en un futuro previsible. Tantos años de predominio de una única potencia nos habían hecho olvidar que está en los genes de la Historia la disputa por la hegemonía.

    Mientras tanto, al otro lado del mundo, el león dormido chino empezaba a despertar. El ascenso al poder de Deng Xiaoping a finales de los años setenta pondría en marcha un proceso de modernización y apertura de la economía china, que se aceleraría de forma creciente a partir de la caída del muro y como consecuencia del deseo de la Administración Clinton de extender la economía de mercado y la prosperidad económica a todo el planeta. Un mundo que comercia detesta la guerra, y sin guerras no se puede desplazar a la potencia dominante. Este era en aquella época el pensamiento dominante en Washington.

    "El objetivo chino de adquirir tecnología lo más rápidamente posible explica las restricciones que impone China a los inversores extranjeros en términos de socios locales o de obligaciones de transferencia tecnológica"

    Sin embargo, las autoridades chinas lo veían de otra forma. La élite ilustrada que formaba el nuevo mandarinato que llegó al poder con Xiaoping era ya entonces muy consciente de que el principal problema de China era su retraso tecnológico. El declive chino frente a occidente ya se había puesto de manifiesto en el siglo XIX, cuando, a partir de las Guerras del Opio, el Imperio Chino fue humillado y saqueado por las potencias occidentales y Japón. Con el fin de la Segunda Guerra Mundial y la victoria del comunismo tras la guerra civil en China, empieza una política de independencia frente al exterior: China era pobre, atrasada y débil, y esto había que cambiarlo; y la forma de hacerlo fue, en ese momento, a través del desarrollo hacia dentro. Sin embargo, los experimentos autárquicos de Mao acabaron en hambrunas y desastre económico. Y Xiaoping y sus nuevos tecnócratas se dieron cuenta de que era necesario cambiar de estrategia: la solución pasaba por atraer inversiones y tecnología, pero siempre bajo control estricto chino, y sin repetir los errores del pasado. Así, la apertura gradual hacia el exterior, el comercio con el resto del mundo y la atracción de inversiones trajeron prosperidad; y además, todavía más importante, empezaron a reducir la brecha tecnológica.

    Es precisamente el objetivo chino de adquirir tecnología lo más rápidamente posible lo que explica las restricciones que impone China a los inversores extranjeros en términos de socios locales o de obligaciones de transferencia tecnológica. Y también explica la política, impulsada por el poder público, de adquisiciones de empresas estratégicas fuera de China o el gigantesco impulso realizado en formación superior, especialmente en las áreas científicas y tecnológicas. Simultáneamente, China accede, sin apenas restricciones, a los mercados internacionales y a la compra de empresas.

    Los resultados no se han hecho esperar. Como puede apreciarse en el gráfico, en los últimos 20 años el poder económico mundial ha cambiado de forma sustancial. La UE y EEUU pierden peso mientras China lo gana a un ritmo que hace que se sitúe cerca de las grandes áreas occidentales. En 1960 EEUU representaba el 40% del PIB mundial, en 2017 el 24%. Sigue siendo la nación más poderosa del planeta, pero ya no puede permitirse ser el gendarme universal, de ahí el repliegue americano. A su vez, la UE, que desde la crisis de Suez ha dejado de ser una potencia política o militar pero sigue siendo un gigante económico, también pierde peso. China, por su parte, asciende a toda velocidad y ha pasado de suponer el 1,6 por ciento del PIB mundial en 1990 al 15 por ciento en 2017. Es decir, en 1960 la economía de los EEUU era 20 veces mayor que la China, en 2017 sólo era un 60% superior. Además, la mayor parte de esta convergencia se ha producido en los últimos quince años. Esta aceleración del peso de la economía china en el mundo es lo subyace al reciente cambio de actitud de los EEUU.

    Está en juego quien será el jugador dominante en las próximas décadas

    Está en juego quien será el jugador dominante en las próximas décadas. Estados Unidos ha reaccionado ante la amenaza y exigirá, de forma creciente, protección y remuneración a su propiedad intelectual. Esto será así con independencia de quien ocupe la Casa Blanca o quien dirija los destinos de China. La batalla entre ambos bloques, con intereses contrapuestos, es inevitable. El conflicto comercial o las disputas con Huawei son las primeras escaramuzas de una larga guerra en la que veremos momentos de enconada tensión alternándose con períodos de tregua. Ambas partes tratarán de evitar que el conflicto altere gravemente los niveles de vida de sus ciudadanos (el riesgo político es demasiado elevado), pero también perseverarán en la consecución de sus objetivos. China seguirá intentando reducir su brecha tecnológica lo más rápido posible y Estados Unidos intensificará la protección de su conocimiento. Mientras, el resto del mundo seguiremos observando, y sufriendo las consecuencias, de cómo se desarrolla el conflicto entre Roma y Cartago.