Opinión
El 'Brexit' ya se ha desinflado
- Los costes económicos hacen que el entusiasmo por el Brexit pierda fuelle
Anatole Kaletsky
Al eliminar la fecha límite inflexible del 29 de marzo para completar las negociaciones por el retiro del Reino Unido de la Unión Europea, la UE evitó el desastre de una parada repentina de los negocio,s al estilo de la crisis de 2008, con su segundo socio comercial más importante. Esta decisión mejora drásticamente las perspectivas económicas y políticas para Reino Unido y para toda Europa. Para Londres, las perspectivas son mucho más claras y mejores que en cualquier otro momento desde 2016. Si bien la posibilidad de que Theresa May pronto sea destituida podría dar la impresión de una crisis constitucional, la realidad es que las condiciones políticas seguramente se estabilizarán una vez que el período para renegociar la relación entre el Reino Unido y la UE se vuelva a extender, del modo que sea, después de la nueva fecha límite muy flexible del 12 de abril. Cómo se producirá esta extensión -ya sea por la llegada de un nuevo primer ministro, una elección general, un segundo referendo o un voto en el Parlamento para eliminar todas las líneas rojas de May que le impidieron negociar una pertenencia asociada de la UE al estilo noruego- es imposible de predecir todavía. Tampoco es muy importante. Lo único que importa realmente es que la eliminación de la fecha límite inflexible para el Brexit pone fin a la amenaza de una ruptura sin acuerdo con Europa. Y una vez que la promesa de una soberanía nacional sin restricciones combinada con una integración en la economía global se revele como un engaño, el escenario más probable pasará a ser una secuencia interminable de acuerdos de transición "temporales". Los acuerdos de la UE con Noruega y Suiza, originariamente destinados a durar apenas un año o dos cuando se creó el mercado único de la UE a comienzos de los años 90, hoy están llegando a su cuarta década. Los votantes británicos tal vez se den cuenta de que cualquier acuerdo semidesvinculado de este tipo, lejos de permitirle al Reino Unido "recuperar el control" de manera indolora, implicaría costos económicos altos y una reducción de la soberanía nacional. En la medida que esta interpretación vaya surtiendo efecto, el entusiasmo por el Brexit se disipará, los políticos que buscan una reelección se verán obligados a concentrarse nuevamente en las cuestiones domésticas relacionadas con las políticas económicas, sociales y regionales, -que en gran medida motivaron la protesta del referendo de 2016- y, de una u otra manera, Gran Bretaña decidirá quedarse en la Unión Europea. Luego, llegar a un acuerdo sobre un mecanismo creíble para dejar de lado un referendo que decidió que dos más dos es igual a cinco se tornará una cuestión importante, pero secundaria para el país.
Más importante para el mundo que lo que suceda en el Reino Unido es cómo la postergación o la cancelación del Brexit afectará a las condiciones políticas y económicas en el resto de la UE. Empezando por la economía, eliminar el riesgo de un colapso del comercio con la segunda economía más grande de Europa debería impulsar significativamente la confianza comercial en todos los países de la UE.
Ahora bien, es poco probable que los beneficios sean inmediatos, porque, en teoría, la UE creó un nuevo riesgo atemorizante al fijar como límite el 12 de abril, fecha en la que el Reino Unido debe decidir sobre una nueva estrategia de negociación, aplicar una nueva extensión y aceptar participar en las elecciones europeas si pretende no quedarse fuera. Las empresas que operan con plazos más prolongados van a preferir no tomar decisiones hasta ver de qué manera se puede superar este nuevo escollo diplomático y si es posible que se produzcan cambios importantes en los acuerdos comerciales a partir de las nuevas negociaciones, tras una extensión prolongada del Brexit.
La continua incertidumbre sobre el Brexit será especialmente perjudicial para Alemania, Francia e Italia, porque, por diferentes razones, las condiciones domésticas en cada una de estas economías son alarmantes. Alemania se ve afectada por una caída de la demanda de coches no solo en Europa y Gran Bretaña, sino también en China y Estados Unidos. Nadie puede decir con certeza si se trata solo de un traspié temporal o de un cambio estructural. Pero lo que es seguro es que la industria más importante de Alemania estará asolada por la incertidumbre los próximos dos años -y posiblemente más-. Mientras tanto, la confianza de las empresas y de los consumidores en Francia se ha visto afectada por una crisis política probablemente peor que la de Gran Bretaña, mientras que Italia ya está atravesando una recesión causada por una crisis de crédito y una austeridad gubernamental exigida por las reglas fiscales de la eurozona. La respuesta correcta para estas presiones sería un estímulo fiscal de gran escala, con grandes recortes impositivos y programas de inversión pública tanto a nivel de la UE como por parte de los gobiernos nacionales. Este argumento resulta más evidente en Alemania, donde un gran presupuesto y los excedentes comerciales son el mayor impedimento para un crecimiento saludable de la demanda en Europa y, por cierto, en la economía global.
¿Pero qué tiene que ver esto con el Brexit? Mucho. La retirada humillante de May del Brexit enviaría un mensaje preocupante a los partidos populistas. De la misma manera que el referendo por el Brexit alimentó la retórica populista en Francia, Italia y Alemania, los reveses vergonzosos del Brexit probablemente tengan el efecto contrario. Después de todo, si la economía con mejor desempeño, la democracia más estable y la potencia militar más fuerte de Europa no puede permitirse abandonar la UE, ¿qué esperanza puede haber para iniciativas similares? Esto significa que las elecciones del Parlamento Europeo podrían producir giros menores de los esperados hacia partidos anti-UE. Una implicación menos obvia, que algunos líderes populistas exitosos como Matteo Salvini ya entendieron, es que los líderes nacionales astutos deberían dejar de atacar las instituciones de la UE y, en cambio, atacar las políticas específicas que imponen esas instituciones. La última fase de las negociaciones por el Brexit ofrece nuevos motivos para que los gobiernos nacionales resistan las interpretaciones de las reglas de la UE que hace la Comisión Europea. El consejo inicial de la Comisión sobre extender el plazo final del Brexit era permitirlo solo bajo condiciones políticas que el Reino Unido no pudiera aceptar o cumplir. Si los líderes de la UE hubieran seguido el consejo inflexible de la Comisión en la cumbre del 21 de marzo, habrían abocado a Reino Unido a una salida sin acuerdo y ahora quizás estaría enfrentando un desastre económico de proporciones similares a las de 2008. Una prórroga mayor es una certeza, ahora que ha prevalecido el principio de una negociación potencialmente interminable.
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