Trump todavía se extralimita con China
- El bloqueo económico que EEUU quiere para su rival global es equivocado
Daniel Gros
D os episodios recientes ponen el foco sobre la estrategia comercial de EEUU frente a China. El primero, que afecta las negociaciones comerciales bilaterales, no sorprende: el presidente Donald Trump, ha abandonado sus bravatas sobre las vagas promesas que China ha hecho antes -implementar derechos de propiedad, distender las restricciones a la inversión extranjera y dejar de presionar a las compañías extranjeras para que compartan su tecnología-. El segundo episodio, que preocupa a los aliados de EEUU, es revelador, y engañoso.
En los últimos meses, la Administración Trump ha dado a conocer sus objetivos de negociación para un posible acuerdo comercial con Reino Unido después del Brexit, así como futuras conversaciones con la UE. Gran parte de estos objetivos no son sorprendentes: buscan maximizar el acceso a los mercados británicos y de la UE, protegiendo a la vez a sectores norteamericanos sensibles. Pero sí incluyen una cláusula sumamente inusual.
En su documento sobre la Unión Europea, EEUU manifiesta su intención de garantizar "un mecanismo para asegurar la transparencia y tomar medidas apropiadas si la UE negocia un acuerdo de libre comercio con un país no perteneciente al mercado". El "país no perteneciente al mercado" sin duda es China. Si la UE acepta esta exigencia, debería informar a EEUU -que tendría el derecho a intervenir- aún si está negociando un acuerdo comercial ni más ni menos que con la segunda economía más grande del mundo.
Hay que tomar en serio este objetivo, porque Washington hizo que se agregara una cláusula similar al renovado Tratado de Libre Comercio Estados Unidos-México-Canadá (Usmca por su sigla en inglés). En verdad, la cláusula del Usmca es aún más estricta, porque le da a EEUU derecho a intervenir aún antes, cuando Canadá tiene la intención de comenzar negociaciones con China.
Pedirle a un socio comercial que garantice "transparencia" cuando negocia con otros países puede sonar inocuo, pero representa un nivel sin precedentes de interferencia en la política comercial de los países socios. Las negociaciones comerciales ya son asuntos difíciles y prolongados, sobre todo porque implican aligerar la protección de sectores políticamente sensibles.
Sumar una tercera parte no vinculada a los procedimientos -especialmente un actor cuya intención podría ser torpedear las negociaciones- haría que el éxito resultara aún menos probable. Es más, la acción que EEUU consideraría "apropiada" si la UE comenzara a negociar un acuerdo con China incluiría la amenaza de aranceles contra los exportadores europeos.
La UE actualmente no tiene ninguna intención de entrar en un acuerdo de libre comercio con China. Pero, por una cuestión de principios, es altamente improbable que acepte una cláusula semejante. Y, dado que la UE en realidad es una potencia comercial global más grande que EEUU, está en posición de decir que no. Sin embargo, un Reino Unido post-Brexit posiblemente no tenga muchas opciones más que seguir el ejemplo de Canadá y entregarle a EEUU un veto efectivo sobre su política comercial hacia China. En el Reino Unido, los defensores del Brexit usaron el eslogan "Recuperar el control" al hacer campaña para abandonar la UE. Con estas exigencias de EEUU, Reino Unido perderá su autonomía sobre la política comercial. Es poco probable que se concrete el sueño de un "Singapur en el Támesis".
No puede haber ninguna justificación económica para que Estados Unidos objete que uno de sus aliados cierre un acuerdo comercial con otro país, inclusive si éste no tuviera una economía de mercado. El análisis económico demuestra que los acuerdos comerciales regionales pueden tener efectos ambiguos en los terceros países. Es por este motivo que dichos acuerdos están sujetos al Artículo XXIV de la OMC, que establece que los acuerdos de libre comercio regionales deben cubrir "sustancialmente todo el comercio" entre los socios relevantes.
Este impedimento podría ser difícil de sortear para la UE y China, dado que ambos países todavía tienen sectores agrícolas bastante protegidos. EEUU entonces podría presentar cualquier queja legítima sobre un acuerdo de la UE o el Reino Unido con China a través de los canales existentes de la OMC. Éste es otro ejemplo de cómo EEUU podría usar el sistema de comercio multilateral a su favor, en lugar de minarlo.
Pero la intención de EEUU de controlar la política comercial de sus aliados hacia China no está motivada por consideraciones económicas. Más bien, representa un esfuerzo geoestratégico de aislar a China, dándole así a EEUU más ventaja sobre su principal rival. No es la primera vez que se despliegan armas económicas en una rivalidad de grandes potencias. A comienzos del siglo XIX, el ejército francés había vencido a la mayoría de las demás potencias en el continente europeo. Pero Napoleón no pudo imponer su voluntad a los británicos, cuya marina dominaba los mares y tenían los recursos financieros para respaldar a sus enemigos. Entonces, en 1806, en el ápice de su éxito militar, Napoleón erigió el llamado Bloqueo Continental, prohibiendo a cualquier territorio que él gobernara comerciar con Gran Bretaña.
El bloqueo demostró ser extremadamente difícil de implementar, inclusive en Francia, donde proliferó el contrabando. Peor aún, al obligar a todos sus aliados a fijar su política comercial según su voluntad, Napoleón inadvertidamente alimentó la hostilidad hacia su régimen, especialmente en el norte de Europa.
Sin embargo, Napoleón estaba tan obsesionado con implementar el bloqueo que hasta obligó a Rusia -la única potencia que no había derrotado- a aceptarlo como condición de paz. Esto le resultó costoso a Rusia, que finalmente desestimó el bloqueo y reabrió sus puertos a los británicos. Napoleón, en respuesta, invadió Rusia. El resto es historia. La extralimitación imperial de Napoleón fue su perdición. Si Trump se aferra a su rumbo actual en materia de política comercial, EEUU bien puede enfrentar un destino similar.
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