Opinión
La comprensible cautela del BCE
elEconomista.es
La primera reunión del Consejo de Gobierno del BCE en 2019 cumplió con la expectativa de que el presidente de la institución, Mario Draghi, utilizaría un tono desacostumbradamente pesimista. Sin duda, sus palabras no fueron tan sombrías como aquéllas que pronunció en pleno apogeo de la crisis de la eurozona, en los años 2012 y 2013.
Además, Draghi evitó todo alarmismo, al considerar que las probabilidades de una nueva recesión en la Unión Monetaria son escasas. Con todo, el banquero central sí habló abiertamente de "riesgos bajistas" y dio así a su discurso un tono que no se oía desde junio de 2017.
Draghi estuvo lejos de escatimar argumentos para cimentar sus impresiones y mencionó desde la guerra comercial EEUU-China, hasta la desaceleración de este último país, pasando por la "dilución" de los efectos de la reforma fiscal de Donald Trump.
Pero la razón de más peso se halla en la pérdida de fuelle del PIB de la eurozona. De hecho, el día no pudo ser más oportuno a la hora de avalar las palabras del BCE, ya que ayer se conoció la contracción que sufrió la actividad industrial alemana, la primera en cuatro años.
Si a ello se suma el estancamiento de Italia o las incertidumbres sobre el Brexit se entiende que Fráncfort no solo demore sus alzas de tipos (la primera no se espera hasta marzo de 2020) y continúe reinvirtiendo en el mercado de deuda. Es también sensato que baraje resucitar antiguos estímulos como podrían ser las inyecciones de liquidez a los bancos. La anemia que caracteriza a los niveles de inflación y crecimiento de la eurozona disuaden de dejarse llevar por cualquier apresuramiento. En este contexto, una normalización monetaria demasiado rápida sería contraproducente.