Opinión

El taxi se perjudica a sí mismo


    elEconomista.es

    Los taxistas madrileños intentaron ayer boicotear la inauguración de la nueva edición de la Feria Internacional del Turismo (Fitur), a la que acudieron los Reyes. Debe celebrarse que no lograran ese objetivo. Tampoco consiguieran doblegar al Gobierno autonómico, del que pretendían arrancar una limitación desorbitada a la actividad de los servicios VTC, semejante a la que la Generalitat catalana, con la complicidad del Ayuntamiento de Barcelona, les concedió un día antes.

    De hecho, el único resultado que el gremio tiene entre manos se reduce a hacer aún más evidente la inaceptable naturaleza de sus protestas. Por un lado, se manifiesta ya clara su disposición a llevar el extremismo hasta el punto de utilizar como rehenes a sectores económicos enteros, sin relación directa con el conflicto por el que protestan.

    Así, el intento de bloqueo a Fitur no solo es una agresión en toda regla a una de las industrias básicas de la economía de nuestro país. Además, supone un flagrante intento de manchar la imagen exterior de España en uno de sus principales escaparates internacionales.

    Por su parte, el daño que sufren los propios ciudadanos madrileños no es menor. Afortunadamente, ningún obstáculo impide su acceso a Fitur, pero aún soportan los inconvenientes de los cortes de autopistas y otros actos vandálicos de índole semejante.

    Pero quienes encajan el mayor perjuicio son los usuarios mismos del taxi. Ellos tienen que afrontar la total carencia de un medio público de transporte, debida a una huelga incontrolada de duración indefinida y carente de todo tipo de servicios mínimos. El gremio de los taxistas pierde, de este modo, cualquier legitimidad y respaldo frente a sus propios clientes.