Opinión
En manos de Sánchez
Ana Samboal
Desentrañar el hilo argumental que mueve al independentismo es una tarea compleja y desalentadora, entre otras cosas porque el propio movimiento y los que lo lideran han crecido y se alimentan políticamente de mentiras. Pero vale la pena detenerse en los últimos acontecimientos para tratar de entrever cuál será su próxima jugada.
La nueva escalada violenta comenzó hace apenas diez días, después de que médicos, bomberos, funcionarios y estudiantes cabreados salieran a las calles de Cataluña y se dirigieran a la Generalitat para exigir explicaciones a los que supuestamente les gobiernan, para protestar por los recortes que, al contrario que en otras autonomías, no se han revertido.
Sus demandas fueron el resorte que amedrentó a los independentistas y reactivó su maquinaria de propaganda. Al comunicado de los políticos en prisión anunciando una "huelga de hambre", le siguió un rosario de acciones violentas de los cada vez más descontrolados cachorros del separatismo. Inmediatamente después, el títere de Puigdemont, Quim Torra, nada menos que el representante del Estado en Cataluña, reivindicaba la sangrienta vía eslovena, que dejó decenas de muertos en las calles, como el camino hacia la independencia de la comunidad. Y, entre unas cosas y otras, los ciudadanos, la gente a la que tanto gusta invocar Pablo Iglesias, abría la puerta de salida del Gobierno de Andalucía a la izquierda, fiel aliada del populismo radical y beneficiaria directa del separatismo.
Nada es casual. Cada vez que las aguas de la vida política se amansan, se observan con nitidez todas las vergüenzas de los ineptos dirigentes separatistas: nadie ha gobernado en Cataluña durante años, la región es más pobre, sus hospitales están deteriorados, sus servicios públicos son inoperantes, los ciudadanos viven peor de lo que vivían. Y la expectativa desalentadora que tienen ante sí es un deterioro constante. Los golpistas han perdido el poder real, cada vez tienen menos que perder. Por eso han iniciado una nueva escalada violenta. Echarán el resto en los próximos meses para tratar de arrancar un salvavidas a un gobierno de España asfixiado e hipotecado por los apoyos recibidos en su investidura. Estamos en manos de Pedro Sánchez.
Haría mal el presidente en dejarse obnubilar. El resultado de las elecciones en Andalucía y las encuestas sin edulcorantes le muestran el camino de lo que desean los españoles. Y no es ruptura, sino reforma; no es chalaneo bajo la mesa, sino reparto en igualdad de condiciones y justicia.
Aún está a tiempo de elegir: puede prometer subvenciones sin fin, reformas constitucionales futuras al separatismo o activar con todas sus consecuencias el artículo 155. Puede capitanear el tránsito del PSOE hacia la socialdemocracia pactista europea o condenarlo a convertirse en otra fuerza antisistema y menguante, como la de Iglesias, de corte chavista. Puede favorecer la renovación tranquila del país o condenarnos a todos a una abrupta y duradera ruptura.