Opinión

Un no estéril

    El Rey Felipe VI

    Julio Anguita

    La realidad es tozuda. Se van a cumplir 40 años de la Constitución y la pieza clave de la misma, la Monarquía, no sólo no goza del consenso tácito que tuvo en sus primeros momentos sino que es abiertamente cuestionada por amplios sectores de la sociedad, la universidad y determinados medios de comunicación.

    El que ello se deba fundamentalmente a los escándalos y presuntos delitos fiscales y financieros de quien la encarnó 39 años (3 de ellos sin constitución que lo respaldase), no es óbice para afirmar que también se debe a la ilógica persistencia de una institución obsoleta y que además en el caso español -fue impuesta por el dictador- asumida velis nolis por los protagonistas de la Transición y metida en el lote constitucional votado el 6 Diciembre del 1978.

    El referéndum que sobre la institución monárquica demandaba entonces la oposición democrática fue sustituido por Suárez, -vistos los sondeos gubernamentales contrarios a la monarquía- por la Ley para la Reforma Política votada en referéndum el 15 de Diciembre de 1976. El referéndum aplazado entonces, vuelve ahora con la premura de las facturas no pagadas en tiempo y hora.

    Pero no nos engañemos, la cuestión fundamental que debemos abordar, con carácter prioritario y urgente, es la de preparar la alternativa a la monarquía.

    El rechazo que la institución tiene en estos momentos puede tornarse en apoyo resignado si la mayoría social no tiene ante sí un proyecto claro, articulado, favorable a sus intereses, y que le induzca a luchar por su implantación.

    El instalarse en el no a la monarquía simplemente es, al fin y a la postre, dar a una forma de Estado anticuada - y en el caso de España irregular en su origen- oxígeno para seguir vegetando y lastrando la dinámica social. Y hablar de alternativa a la Monarquía es plantear la III República. Y sobre esta conviene asumir lo que la experiencia histórica y el tiempo presente nos demandan.

    La República española del siglo XXI no puede ser una reposición de la debelada por los golpistas en 1936. La Política y su ejercicio ponderado, democrático y válido para la actual mayoría social, no puede alimentarse de añoranzas por mucho que éstas hayan constituido el soporte y sostén para tiempos de clandestinidad y zozobra.

    Los fundamentos de la República son la Justicia, el coraje y la virtud cívica, la efectiva separación de poderes, el federalismo y la laicidad del Estado. Cuestiones todas ellas de multisecular necesidad en esta piel de toro que llamamos España.

    Nunca se ha construido nada partiendo de un no sin antes contar con un proyecto alternativo. El no, lo mismo que la rebeldía, necesitan de una causa por la que luchar. Sin ella, toda negación será estéril.