Opinión

El deterioro del poder adquisitivo

    Foto: Dreamstime.

    José Ramón Sánchez Galán

    Cuando invertimos un dinero esperamos obtener, al menos, una rentabilidad superior a la inflación. Y aunque no existen inversiones perfectas, sí hay posibilidad de encontrar para cada capital unos productos ajustados al perfil del inversor, de manera que se logre el conocido equilibrio en el binomio rentabilidad / riesgo. El problema surge cuando una variable pesa más que la otra, desequilibrando la estructura. En otros términos, cuando lo ahorrado no lleva hacia una inversión que permita lograr resultados.

    Pues esto es precisamente lo que está sucediendo en España: el pequeño ahorrador, siempre víctima de la situación sea ésta cual sea, sufre retornos inferiores a los previstos provocando el deterioro monetario de su liquidez. El inversor español está perdiendo progresivamente poder adquisitivo, lo cual implica una distorsión del objetivo de cualquier inversión.

    Pero, ¿cuáles son las razones?

    En primer lugar, la debilidad de la tasa de ahorro de los españoles. Su capacidad de ahorro se encontraba en 2017 en el 9%, muy por debajo del 21% de la media europea. Esto merma las posibilidades de invertir en productos que precisan una cantidad mínima inicial para obtener unos resultados eficientes.

    En segundo lugar, el exceso de conservadurismo, es decir, la tendencia a invertir en productos considerados "seguros" como depósitos, cuentas corrientes o fondos inmobiliarios, que al final ofrecen resultados inferiores a la inflación. En este sentido, existe una gran falta de profesionalidad de las entidades, tanto en lo concerniente a la creación y gestión de productos orientados hacia las grandes fortunas, como en informar a los pequeños ahorradores sobre diferentes alternativas que los inviten a salir de su inmovilismo.

    En tercer lugar, la crisis económica que dificulta la confianza en inversiones paralelas, porque el ahorro está destinado más a la previsión que a la rentabilidad a largo plazo. Esto significa que el peso del ahorro se encuentra en depósitos y en efectivo. En España, esto supone más del 40% de la cartera, muy por encima de la media europea que se sitúa alrededor del 30%.

    En contraposición, mientras que en Europa cerca del 42% se encuentra colocado en fondos de pensiones y seguros (horizontes temporales extensos), en nuestro país llega casi al 16%.

    En mayo pasado se publicaron los resultados de una encuesta realizada por el Banco de España y la CNMV sobre el conocimiento financiero de los españoles: el 58% apenas comprende el concepto de inflación, el 46% no sabe qué es el interés compuesto y el 49% la diversificación del riesgo. Esta situación ayuda a comprender la pobreza de resultados, máxime cuando, además, los característicos productos considerados "tradicionales" (fondos de inversión, fundamentalmente), están dando pérdidas a uno, dos y tres años, debido a la actual situación de tipos en mínimos históricos (incluso cero y negativo, para algunas operaciones del mercado interbancario…).

    En definitiva, se trata de un cúmulo de circunstancias tanto externas (el entorno crítico actual), como internas (la inquietud, incertidumbre, aversión al riesgo y desinformación o escasa cultura financiera).

    ¿Qué solución existe? Por el momento podemos ofrecer nuevos canales de distribución de productos que reduzcan la excesiva bancarización física del sistema, por ejemplo a través de las Fintech o productos tecnológicos. También, plantear otras alternativas más realistas de productos sofisticando sus estructuras; la Ingeniería Financiera actual tiene mucho que decir al respecto. Y por último, mantener informado al pequeño ahorrador y trabajar para acercarlo a los diferentes productos financieros. La información es poder, pero ante todo elimina la incertidumbre, hace que las distancias se acorten y aumenta la confianza.

    En este entorno de tipos tan bajos, son fundamentales la creatividad y la innovación. Y ahí radica, precisamente, la capacidad de los gestores para ello…