Opinión
Sobre la evolución de las doctrinas social de la iglesia
Juan Velarde Fuertes
Cómo ha surgido ese importante movimiento social, con consecuencias grandes sobre la economía en multitud de países que recibió el nombre de doctrina social de la Iglesia?
Su raíz se encuentra en el cambio radical, simultáneamente político, social, económico y científico ocurrido a partir del siglo XVII. En él participó la ciencia económica. Como señaló Walras en 1900, en sus famosos Elementos de Economía Política pura (o Teoría de la riqueza social), un conjunto de economistas, desde Adam Smith a Cournot, Gossen, Jevons y, por supuesto, también a él, significaron lo mismo en la Revolución Científica que existía con enorme fuerza en el siglo XIX, que, previamente, en Astronomía Galileo y Kepler como preludios de Newton y Laplace, o en las matemáticas a los Bernouilli, o los Leibnitz, o en química a Proust o en biología a la línea que va desde Linneo a Pasteur. En esa Revolución Científica, entre otras alteraciones radicales, surgió como derivada, la Revolución Industrial, ligada a su vez, en el aspecto político, a la Revolución Liberal.
Todo esto originó transformaciones extraordinarias, en primer lugar, en los ámbitos inglés y flamenco, pero muy pronto sus respectivas revoluciones puritana y calvinista se unieron a planteamientos fuertemente desarrollados en Francia, que culminaron nada menos que con la aparición de la Revolución Francesa y, de modo derivado, con el creciente peso, sobre todo a partir del desastre francés de 1870, del mensaje de la francmasonería en ese país, como base de su política, por ello permanentemente ligada a un mensaje básicamente enemigo de la Iglesia Católica. Y como consecuencia de la aparición en todos estos países de ese derivado de la Revolución Científica que fue la Revolución Industrial, surgió un planteamiento original, generado en el ámbito de los economistas, y vinculado con las condiciones laborales que se creían precisas para esa Revolución Industrial.
Un derivado de esto último fue la aparición de un movimiento vinculado con las reacciones del proletariado, desarrolladas en el siglo XIX, y relacionadas por Marx a planteamientos del materialismo histórico. Esto, mezclado con lo anterior, produjo una fuerte reacción intelectual, con derivaciones políticas y sociales notables. Uno de sus aspectos más importantes fue el nacimiento, en Alemania, de un nuevo planteamiento en la etapa en que Bismarck labora la recreación, pero ya con hábitos modernos, del Imperio Germano. Y dentro de ello, nace una herejía en la ciencia económica muy importante. Su expresión más clara fue la llamada batalla del método, porque frente al método deductivo en el que se desarrollaba la ciencia económica, se plantea la posibilidad de que el más adecuado sea el método inductivo, basado en observaciones de planteamientos sobre la realidad social. Derivación de todo esto fue una política económica en la que se aceptaban situaciones corporativas, intervencionistas del Estado, de solución de los problemas obreros, de vigencia de la nación, frente a corrientes capitalistas internacionales. Ésa es la línea que ese admirador de Bismarck que era Cánovas del Castillo pasa a desarrollar en España, pero también en la línea que va a entrar en el conjunto de los planteamientos nuevos de la Iglesia.
En relación con la actitud de ésta ante los problemas económicos, nos encontramos con que se habían abandonado los mensajes que el pensamiento católico había expuesto precisamente en España, en la famosa Escuela de Salamanca. Basta citar, por ejemplo, que en ella se justificó el cobro de intereses en el conjunto de la vida financiera. Ahí tenemos los puntos de vista de la Escuela de Francisco de Vitoria y de su discípulo Martín de Azpilcueta, que creaban así una adhesión a un elemento clave del funcionamiento del mercado y de la aparición del capitalismo.
Sin embargo, a pesar del rigor científico de estos planteamientos de la Escuela de Salamanca -recordemos su actual exposición, por ejemplo, la de Marjorie Grice-Hutchison- no calaron demasiado en la actitud de la Iglesia ante la nueva realidad. Basta recordar, por ejemplo, que a finales del siglo XVIII, en las Constituciones Sinodales del Obispado de Oviedo, en la época del Obispo Pisador, se mantiene la condena al cobro de intereses. Por eso se buscan soluciones al margen de la ciencia económica, de lo que están diciendo los Adam Smith, los Gossen, o los Walras. Todo esto hace que la Iglesia, en general, se incline hacia los planteamientos heterodoxos de la ciencia económica, nacidos sobre todo en Alemania, como se ha señalado. Éste es el caso de lo que se encuentra debajo de la famosa Encíclica de León XIII, Rerum Novarum. A partir de ahí, enlazado con esta postura corporativista e intervencionista, se fueron consolidando estas actitudes, hasta culminar en la Encíclica de Pío XI Quadragésimo Anno.
Así fue como nació la llamada doctrina social de la Iglesia, que marchaba al margen de lo que sostenían los economistas más importantes de su época. Buscaba apoyo, en nuevos heterodoxos, como, por ejemplo, para justificar el corporativismo, a lo que sostenía el rumano Manoilescu. Multitud de centros de estudios, de realidades económicas y financieras, nacieron en los países católicos y, concretamente, en España. Por citar alguna realidad basta mencionar las actuales, y por cierto eficaces, Cajas Rurales, y también, desde luego, desde Sindicatos Obreros Católicos a abundantes Cajas de Ahorros. Existieron procesos impulsores de todo esto, como en nuestro caso eran las múltiples realidades vinculadas al Marqués de Comillas. Los ejemplos pueden ampliarse.
Parecía que todo estaba atado y bien atado, cuando se produjo la reacción ante ello de San Juan Pablo II. Cuando este Pontífice se dispuso a redactar la Encíclica Centesimus Annus consideró obligado convocar a un conjunto de economistas de extraordinaria altura. Y así fue como llegaron al Vaticano desde Arrow a Robert Lucas, o desde Amartya Sen a Jeffrey Sachs. No eran buscados como católicos, aunque algunos -no los citados- lo eran, y el Papa les consultó a fondo. Y así es como se entiende, por ejemplo, lo que aparece en el texto de esta encíclica sobre "si se entiende por capitalismo el sistema económico que reconoce el papel fundamental y positivo del comercio, la propiedad privada y la consiguiente responsabilidad de los medios de producción, así como la actividad humana libre en el sector económico, la respuesta, ciertamente, será afirmativa, aunque fuera quizá más acertado hablar de economía comercial, economía de mercado o, simplemente, de economía libre". Este mensaje de San Juan Pablo II enlaza de nuevo con los puntos de vista de nuestra Escuela de Salamanca, y desde luego se vincula con los críticos de los planteamientos de la hasta entonces existente doctrina social de la Iglesia, volviendo ésta a la ortodoxia económica. Se trata, pues, de un cambio radical. Pero siempre ocurre que cuando eso sucede, quedan multitud de talantes que intentan mantener las situaciones anteriores.
Por ejemplo, tenemos el caso del Cardenal Arzobispo de Barcelona, Juan José Omella, si es que es auténtico el telegrama de la Agencia Efe de 4 de febrero de este año, donde se lee: "El Cardenal Arzobispo de Barcelona, Juan José Omella, ha calificado de "pecado" que los bancos no devuelvan a la sociedad los beneficios que han conseguido tras su rescate con dinero público". Ese punto de vista fue al parecer expuesto en el Fórum Social Pere Terns, evidentemente entidad vinculada a los anteriores planteamientos de la doctrina social de la Iglesia.
A mi juicio, esta ignorancia de lo que significa el equilibrio financiero en una crisis, o en un planteamiento más general, de no consultar lo que los economistas señalan sobre el papel del Estado en las crisis económicas, es indicio del alejamiento a aquella postura de San Juan Pablo II. Las cuestiones financieras ya se habían planteado con evidencia en la etapa del nacimiento del capitalismo, gracias a eminentes aportaciones españolas.
Pensemos, por ejemplo, en las tesis sobre el déficit del sector público y las derivaciones inflacionistas del padre Mariana. Estamos pues, en que aparte de recuperar mensajes anteriores, existe la exigencia de cuidar extraordinariamente el léxico, para que no genere algo así como una mueca de desprecio por parte de los economistas de lo que, con estos nuevos talantes, debe ser la resurrección de una doctrina social de la Iglesia que, en estos momentos, tenía un planteamiento básico muerto.