Opinión
Montoro, el ministro de las iras que da un año de vida más a Rajoy
- Montoro se ha convertido en el representante de todos los males
- Lo que le obsesiona: el pragmatismo del trabajo y la función pública
Carmen Obregón
Montoro es tan odiado, casi como el cardenal Richelieu. Cuenta con declarados enemigos, pocos amigos, y una fila interminable de rivales dentro de su parroquia y fuera de ella que le cuestionan por todo. Por haber tenido una consultora influyente por la que han pasado altos cargos del Estado, por perseguir con la daga a todo tipo de contribuyentes, por ajustar una amnistía de la que se han beneficiado algunos de los que le reprueban en público, por controlar una lista a la que nadie se atreve a poner luz por si se quedan ciegos, y últimamente, por no hacer política en el bar de la esquina, que es por lo visto donde algunos desatascan las cuestiones de Estado.
Pero a este hombre de pequeña estatura, enjuto, cabeza amueblada, hombre de pocos excesos, de hábitos caseros, lo que de verdad le obsesiona son otros menesteres: el pragmatismo del trabajo y la función pública.
Él mismo reconoce que ha tenido que dar una vuelta al calcetín del predicamento gubernamental e introducir una pequeña reforma que tenía guardada en el baúl de las alegrías políticas para el final de la legislatura. Pero los acontecimientos se han precipitado. Y el lícito lance del juego político ha hecho que Ciudadanos reclame la parte de su tarta suscrita en el acuerdo político sellado con el Partido Popular a cambio de su apoyo en la investidura.
Alérgico a los sentimentalismos y a los dogmas de fe, el equipo de Montoro, por encargo expreso de Rajoy, se ha concentrado en ello, entregando todas las medallas a los partícipes de la negociación, en este caso a Ciudadanos, como no podía ser de otra manera, reconociendo la prioridad de la alianza, sin entrar en el debate con los que nunca estuvieron dentro de la negociación.
Ajeno a los chismes, como diría Rajoy, y reacio a las historias noveladas como suscribe Montoro, en este círculo irrefrenable de puyas el ministro mantiene que "las mejores decisiones son las más eficaces, y no precisamente las más populares".
Pero ese es el capote, el disfraz del monje, el espíritu combativo que prevalece en un hombre hecho a sí mismo con el principal patrimonio de su cerebro y su tesón por el trabajo. Y otro, es el cansancio de murgas y sambenitos, siendo diana de muchas iras.
Sorteando la última intriga del exministro Soria, y de un libro que no acaba de ver la luz, mientras cerraba la rebaja del IRPF, aliviaba el déficit de las autonomías, encuadernaba el Presupuesto de 2017 y, principiaba los puntos claves de las cuentas de 2018, el aparente frío Montoro empieza a dar muestras de relativo cansancio.
De sobra es conocido que la virginidad no existe en política. Uno acumula en su haber errores. Pero en estas dos últimas legislaturas, el ministro de Hacienda se ha convertido en el representante de todos los males, reprobaciones, en una figura retórica y recurrente que sirve para desengrasar tertulias como el tema de la bajada de temperaturas en julio. Y eso, por mucha manía que se le tenga al personaje, y admitiendo sus aristas, no oculta una gestión de números casi implacables. De momento, 'el ministro de las iras' trae otro año más de legislatura a Rajoy.