Europa, ¿nueva 'colonia' inglesa?
Ignacio Nart
Una cosa es despedirse con un portazo de la UE; otra cosa bien distinta es poder despedirse sin darse de bruces con la realidad de las cosas. Algo que Theresa May, la reciente primer ministro británico, reconocía cuando todavía formaba parte del Gobierno de David Cameron: "No tengo claro por qué Bruselas va a acceder a negociar con nosotros un tratado más favorable que el que une ahora a los diferentes estados miembros de la Unión". Y es que las pretensiones con las que se presenta el Reino Unido a las negociaciones son una continuación de los disparatados e irreflexivos argumentos a favor del Brexit. A saber: un tratado de asociación que les garantice el acceso sin barreras arancelarias al mercado único y el mantenimiento del llamado passaporting que permite a la City ofrecer sus servicios financieros sin trabas por todo el continente. En resumen: barra libre en cuanto beneficios, pero obligaciones, pocas, y a la carta. Una Gran Bretaña como nueva gran potencia en su magnífico aislamiento enseñoreando desde su innata superioridad su nueva 'colonia' europea. Ese, que no otro, es el delirante sueño que subyace en el Brexit. Resabios de la época del Imperio, que nubla el sentido de la realidad del imaginario colectivo británico.
El camino de salida del Reino Unido no será, sin embargo, la marcha triunfal hacia un futuro rutilante, como fantasean sus partidarios; más bien, un largo y penoso vía crucis con una primera estación constituida por largas y complejas negociaciones con la Comisión y el Consejo Europeo, para pasar luego por el nihil obstat del Parlamento Europeo y a continuación otras 27 estaciones penitenciales, en que todos los países miembros deberán ratificar uno por uno en sus respectivos parlamentos nacionales los acuerdos alcanzados. Un largo y prolijo proceso que los partidarios del Brexit, haciendo gala de una ignorancia cierta o fingida, habían planteado a los electores como un mero trámite.
Encuadrarse en el modelo noruego mediante su entrada en la EEA (Área Económica Europea) en compañía de Liechtenstein e Islandia o adoptar el modelo suizo es salir de Guatemala para entrar en ?Guatepeor?. Su acceso al mercado de la Unión está condicionado a la adopción automática de toda la legislación y normativa comercial relevante -en constante evolución- sin poder participar en su elaboración, excepto con un sonoro amén, así como contribuir a financiar las instituciones y organismos comunitarios con los que deberán mantener contacto. Y, ¡oh sorpresa! la ineludible obligación consustancial a dichos tratados de permitir la libre circulación de las personas. Causa asombro este tortuoso recorrido circular en el que se ha embarcado el Reino Unido para encontrarse otra vez en el punto de arranque pero ahora transmutado en sujeto pasivo.
Ha sido un duro despertar, con caída de la cama incluida. Pero, inasequibles al desaliento, han vuelto a subirse al lecho de sus ensoñaciones y la pasada semana Theresa May, haciendo de la necesidad virtud, declaraba: "Creo que no deberíamos adoptar uno de los modelos pret a porter existentes -noruego o suizo- sino que debemos desarrollar un modelo único que sea ventajoso tanto para el Reino Unido como para la Unión Europea".
Una vez más la excepcionalidad británica a toda maquina pidiendo un traje a medida. En palabras de David Davis, el ministro británico a cargo de las negociaciones del Brexit: "El ideal y también el resultado más probable será un acuerdo de libre acceso (sin aranceles) del Reino Unido al mercado de la Unión Europea" para añadir petulantemente "sin embargo si la Unión Europea actuara irracionalmente adoptaríamos el marco de la Organización Mundial de Comercio (WTO) y aplicaríamos una tarifa del 10 por ciento a los coches que importemos desde la UE". Palabras que a buen seguro resonaron atronadoras en los pasillos de Bruselas encogiendo el corazón comunitario e hicieron temblar en sus cimientos a la industria alemana del automóvil. Una amenaza de escaso calado: el 40 por ciento de las exportaciones del Reino Unido tienen como destino la UE, mientras que para los países miembros las exportaciones con destino a la isla sólo supone un 8 por ciento de media. Conviene recordar a la tronante voz del ministro Davis las declaraciones del propio director general de la Organización Mundial del Comercio Roberto Azevedo al Financial Times en que avisaba en que las cosas no eran tan simples como las pintaba. "El Reino Unido no podrá simplemente cortar y pegar los términos de los que disfrutaba como país miembro de la UE. Deberá renegociar las miles de tarifas que regulan el comercio internacional entre sus 161 miembros, los subsidios con los que podrá proteger a su sector agrícola y las condiciones en las que su sector financiero podrá operar en los mercados internacionales. Unas negociaciones largas, prolijas y que por su propia complejidad tardarán años en completarse".
Hay una observación que hace fortuna entre pinta y pinta de cerveza en los acogedores pubs de la City: It is impossible to be at the same time an intelligent, honest Brexiter. Any two are possible but not all three. No es posible ser al mismo tiempo inteligente, intelectualmente honesto y además Brexiter. Dos, es posible, pero los tres... ¡imposible!