Opinión
Un país puede funcionar sin Gobierno
Matthew Lynn
La producción global se expande un 3,5% al año. El gasto de los consumidores aumenta. El paro cae de manera constante. Los precios de la vivienda mejoran modestamente. Si juntamos todos estos datos tendríamos una economía en bastante buena forma... Aunque no tenga un gobierno.
Pues hablamos de España, país al que el pasado mes de diciembre unos resultados electorales caóticos dejaron con un Gobierno interino mientras los distintos partidos tratan de formar coalición. Hasta ahora no han tenido éxito. El país va a la deriva sin perspectiva inmediata de un Gobierno estable.
Sin embargo, la economía marcha bastante bien, y no es un caso excepcional. En intervalos periódicos durante los siete años de mandato del presidente Obama, el Gobierno federal se ha visto amenazado por el cierre debido a la lucha por el control de gastos con un Congreso gobernado por republicanos. Aun así, la economía estadounidense ha rendido bien, e incluso mejor que cualquier otra del mundo desarrollado.
Bélgica pasó un año entero sin Gobierno (y su economía avanzó a trompicones de forma mediocre como había hecho antes, y haría después). Desde luego, no empeoró un ápice.
En realidad, con toda la atención que recibe por parte de los mercados y de los medios, las ventajas de un gobierno estable están bastante sobrevaloradas.
Hay excepciones (tal vez Gran Bretaña en los ochenta o Alemania en la década de 2000), pero en general los países funcionan perfectamente sin él. La próxima vez que oiga hablar de un país sumido en un punto muerto político, podría ser una ocasión estupenda para invertir en él.
En las elecciones generales de España ganó por mayoría la indecisión. El voto se dividió en cuatro grandes bandos, entre cuatro partidos que solo se ponen de acuerdo en el odio mutuo que se profesan: el Partido Popular en el Gobierno logró el 28% de los votos, el PSOE el 22%, el partido de izquierda radical Podemos el 20% y el centrista Ciudadanos el 13%. Conseguir que volvieran los Beatles en 1970 hubiera sido más fácil que formar una coalición estable con este cuarteto, por lo que nadie sabe cuándo ni cómo España acabará teniendo Gobierno.
El caos podría estar repercutiendo en la confianza en las empresas españolas, pero cuesta verlo en las cifras. Según los últimos datos de Eurostat, la economía española crece un 3,5% anual. En casi todas las regiones, los precios de la vivienda suben. La tasa de paro ajustada estacionalmente cayó al 20,5% en enero, del 20,7% de diciembre. Las ventas al por menor van bien. El rendimiento de los bonos españoles a diez años, una medida clave de la confianza de los inversores, ha caído levemente desde las elecciones, y se sitúa por debajo del 1,6%.
Es verdad que algunas de estas medidas son retrospectivas y el caos podría estar a la vuelta de la esquina, pero no hay muchos indicios todavía y, si los hubiera, es de esperar que los mercados de bonos o capital lo plasmen.
No es en absoluto una experiencia única. La mayor economía del mundo, Estados Unidos, ha adquirido la costumbre de colapsar el Gobierno federal, aunque no precisamente durante meses. En 2013 lo hizo durante más de dos semanas, y ha estado a punto de repetirlo en varias ocasiones desde entonces. Eso no ha conducido a la economía estadounidense hacia una catástrofe. Al contrario, el mercado bursátil, como apuntaba la Casa Blanca este mes, ha subido más del 60% desde que Obama tomó posesión de su cargo.
El ejemplo más famoso es Bélgica. En 2010 y 2011, el país vivió nada menos que 589 días sin Gobierno tras unos comicios confusos. ¿Qué ocurrió? No mucho. Su economía avanzó a trompicones de forma mediocre como había hecho antes y haría después, pero en ningún caso empeoró.
Eruditos y economistas hablan mucho de las ventajas de un Gobierno sólido y la reforma estructural, pero pocas veces importa mucho el Gobierno para la economía real, por una razón u otra. En gran medida incluso la entorpece o emprende acciones contraproducentes. Hay excepciones ocasionales a esa norma. Se podría sostener que el Gobierno británico de Thatcher en los ochenta marcó diferencias sustanciales para la economía. Al amansar a los sindicatos y liberalizar los mercados, Thatcher volvió a encarrilar al país por la senda del crecimiento.
Algo parecido podría decirse de Ronald Reagan en los ochenta, aunque con muchas menos pruebas que lo respalden (la economía de EEUU, siempre ha sido mucho más sólida que la británica).
Por la izquierda en el espectro político, el Gobierno alemán de Gerhard Schröder entre 1998 y 2005 promulgó importantes reformas en el mercado laboral que se consideran en general precursoras de la economía fuerte que tiene Alemania.
Actualmente, Shinzo Abe en Japón intenta impulsar cambios radicales para revivir la economía japonesa, aunque todavía está por ver si tendrá algún éxito real.
Lo interesante de estos ejemplos es que son pocos. A los políticos les encanta hacer campaña con la promesa de un cambio económico radical. Matteo Renzi subió al poder en Italia con una plataforma dispuesta a revertir la economía. François Hollande ganó la presidencia francesa con promesas de poner fin a la austeridad. Ninguno parece haber importado mucho y ambos países andan a trompicones como antes. Los discursos de campaña suelen estar vacíos.
En realidad, a los países les suele ir estupendamente sin gobierno. No se hace casi nada pero, total, quien esté en el poder tampoco habría cambiado mucho. Un consejo: la próxima vez que oiga hablar de punto muerto político o parálisis de un gobierno, podría ser el momento de invertir dinero en esa economía. Está claro que no se va a caer del precipicio de repente, e incluso podría empezar a mejorar paulatinamente.