Opinión

Carta abierta a Montoro


    Amador G. Ayora

    Querido ministro: Hace muchos años que nos conocemos. En líneas generales, siempre te he tenido por un hombre prudente, estudioso de los asuntos económicos y gran experto en Hacienda. Tu larga experiencia al frente de ésta, primero con los gabinetes de Aznar y ahora con Rajoy, avalan tu gestión y tu profundo conocimiento de la Administración. Sé, por terceros, las fuertes presiones a que estás sometido. Todos te culpan de sus desgracias. Desde los barones autonómicos desalojados del poder gracias a los malabarismos electorales de Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, hasta ediles, con una larga trayectoria de irregularidades a sus espaldas.

    Por eso, quizá, hace ya meses que confesaste al presidente que no querías seguir en el Gobierno la próxima legislatura. También sé que nadie te cree. Gallardón también amagó en varias ocasiones con dimitir y después no había manera de echarlo. El poder genera una gran autoestima y un fuerte sentimiento de apego hacia sí mismo. Pero yo sí te creo. Acabas de cumplir 65 años, esa edad en que la mayoría de los mortales acomete su retiro o comienza a plantearse cómo bajar el ritmo de un trabajo intenso. El puesto de político es muy ingrato hoy en día; conozco muchos que piensan como tú. No vale la pena estar sometido al escrutinio público permanente por el sueldo que pagan. Una persona de tu experiencia y con tus contactos, se ganaría la vida mucho mejor en el sector privado.

    Los Presupuestos de 2016 serán, por tanto, el último servicio que prestes a la patria o, más concretamente, al presidente, para resarcirte de las críticas injustas, a tu modo de ver, de estos años. Porque es cierto que cuando llegaste al Ministerio el país estaba hecho unos zorros y a las puertas de ser intervenido por esos bárbaros de la troika. Los hombres de negro, unos petimetres con cara aniñada, tomaron tu despacho y se enseñoreaban dándote lecciones de Hacienda y Economía. Eran como una pesadilla, una especie de espectro redivivo del marqués de Esquilache.

    Tú pensabas que estaban más interesados en conocer la noche madrileña y los espléndidos bares de tapas alrededor de Alcalá, 7, sede de Hacienda, que los vericuetos de la economía española. Desde la pérdida del Imperio de ultramar no es la primera vez que hemos tenido que pasar por semejante humillación. Al principio, no tuviste más remedio que obedecer. Subiste el Impuesto de la Renta, pese a que habías jurado al presidente que jamás lo harías, y luego el IVA, aunque estabas radicalmente en contra. La misma receta que en Grecia, más tributos que ahogan la economía.

    Las empresas te agradecerán siempre el plan de pago a proveedores. Hubo multinacionales, del ámbito de la sanidad o la industria, que estuvieron a punto de abandonar España. Bien lo sabemos todos, aunque ya es mejor no dar los nombres. También había grandes grupos españoles de construcción y servicios agonizantes, a los que devolviste a la vida. Lograste disciplinar el gasto de los ayuntamientos, pero sucumbiste ante las autonomías. Por eso, quizá, el ministro de Justicia, Rafael Catalá, hombre de ciencia como tú, se ha propuesto cambiar la Constitución para redistribuir el papel del Estado en la próxima legislatura.

    Permitiste que los catalanes siguieran ensanchando su amplia red de embajadas en el exterior o promoviendo el independentismo a golpe de talonario mediante la casi decena de televisiones públicas. Aguantaste estoicamente los casos de corrupción en Andalucía y el coste faraónico de su administración manirrota sin retirar ni un fondo. Y los valencianos, ¡ay con los valencianos!, fue mucho peor, porque eran de tu propio partido y continuaban gastando alegremente sin remover de sus escaños ni siquiera a uno de los gobernantes que provocaron la ruina.

    Prometiste una reforma autonómica para comienzos del año pasado, luego para el verano y, finalmente, todo quedó aparcado para la próxima legislatura. No hay más opción que intervenirlas, lo que hubiera creado un lío político ingobernable, o seguir suministrándoles fondos.

    Como los drogatas, poco a poco se acostumbraron a sus dosis, y ya no pueden pasar sin ella. Primero asumiste el pago a proveedores, luego el vencimiento de sus deudas y, finalmente, hasta el abono de los intereses. Además, anunciaste un incremento de fondos de 10.000 millones y en los Presupuestos del próximo año hay consignados otros 25.000 millones para el fondo de liquidez y el pago a proveedores, a los que hay que sumar casi 3.000 millones en intereses de la deuda. Si no me fallan a las cuentas, en números redondos, a finales de 2016 habrás destinado alrededor de 100.000 millones extra para sostener la onerosa maquinaria autonómica. Y encima, nadie está contento.

    ¡No me extraña que te quieras ir! Los analistas piensan que el problema futuro de España será el sostenimiento de la deuda, pero la mayor incógnita es el enredo autonómico. No sólo por la incertidumbre que plantea para la economía el desafío independentista catalán, sino porque el modelo es insostenible a medio plazo sin una reforma urgente. El problema no sólo está en Cataluña.

    Es una pena, que entre la voracidad del gasto de las autonomías y el empeño de Rajoy en devolver sus privilegios y su paga a los funcionarios, se dilapiden 14.000 millones el próximo año. La misma cantidad que deberías haber destinado a recortar más los impuestos para "devolverle a los ciudadanos el esfuerzo que se les pidió durante la crisis", como le gusta subrayar al presidente.

    Los ciudadanos pagamos con nuestro esfuerzo, y ahora que llegan las vacas gordas, el excedente se destina a tapar el agujero autonómico y a reponer el poder adquisitivo de los funcionarios, uno de los colectivos mejor parado, sino es por los temporales. Supongo que es necesario ganar las elecciones, reconciliarte con tus enemigos y obedecer a Rajoy.

    Pero todos sabemos que sin una rebaja de impuestos en serio, sobre todo para pequeñas empresas y autónomos, no vamos a crear empleo estable y salir de la crisis.

    PD. Por lo demás, la ampliación de capital de Abengoa, que siguió a la de OHL, puso de manifiesto que las empresas españolas están aún en un proceso de consolidación y saneamiento de sus cuentas, y extendió el temor a que otras sigan sus pasos. La candidata más visible es la antigua sociedad de las Koplowitz, ahora capitaneada por Carlos Slim, el grupo FCC.

    elEconomista fue, como ya es habitual, el único periódico económico en denunciar en primera página los problemas de endeudamiento, tanto del grupo controlado por la familia Benjumea como del de Villar Mir. Los problemas de OHL en México o con otras concesiones alrededor del planeta, así como la maniobra de contabilidad creativa emprendida por el anterior consejero delegado de Abengoa, Manuel Sánchez Ortega, para ocultar parte de la deuda, acabó pasando una costosa factura. Villar Mir tiene resueltos sus problemas de liquidez, pero Benjumea aún no.

    También fuimos los primeros en anunciar la megafusión de Coca-Cola para crear el mayor grupo europeo bajo la égida de Sol Daurella, una decisión acertada después de los numerosos errores en la gestión del ERE, que muestra la iniciativa empresarial española en busca de mayor eficiencia. Cada vez es más evidente que Daurella logró el traslado de Marcos de Quinto, anterior directivo de Coca-Cola España, a los cuarteles de Atlanta, para despejar el camino de la fusión conocida ahora.