Opinión

Ciudadanos, en flor, y Rajoy, en su crisálida

    Albert Rivera, líder de Ciudadanos

    Amador G. Ayora

    Desgraciadamente, el accidente de Germanwings empañó el resto de acontecimientos de esta semana. Hasta el momento del accidente, lo más relevante en los foros de discusión política era la lectura de las elecciones andaluzas, dado que la fragmentación electoral es una de las mayores incertidumbres para la marcha de la economía, en estos momentos. El resultado de Podemos, peor del esperado, provocó que la bolsa española recuperara el paso perdido con respecto al resto de mercados europeos. El otro acontecimiento que influyó fue el resurgimiento de Ciudadanos. Los inversores empiezan a perder el miedo a la merma del bipartidismo, y confían en que una parte del voto descontento de las dos grandes formaciones políticas se canalice hacia el partido de Albert Rivera.

    En Andalucía, la impresión entre el mundo empresarial es que el empuje de Podemos se vio atenuado por el populismo de Susana Díaz y que la formación de Pablo Iglesias obtendrá un mayor porcentaje de voto fuera de esta comunidad autónoma.

    El otro aspecto que sorprende a los empresarios andaluces es el hundimiento del PP. Todo el mundo esperaba una caída, pero no de esa naturaleza, nada menos que 17 escaños. El descontento de la población con la política económica y los escándalos de corrupción es más profundo de lo que se pensaba. El Gobierno no sabe trasladar a la opinión pública sus éxitos económicos. Apenas está activo en las redes sociales y sus responsables rehuyen los debates de televisión, al contrario que el resto de políticos.

    La gran mayoría culpa del fracaso directamente a Rajoy, al que reprochan que fuera a Andalucía hasta en ocho ocasiones en la última campaña, acompañado de una cohorte de miembros de su Gobierno, después de haber pasado olímpicamente de los andaluces durante toda la legislatura. Eso, al parecer, indignó a sus votantes. Los barones autonómicos del PP, que hicieron mutis por el foro en la Ejecutiva del partido celebrada al día siguiente de los comicios, son de la misma opinión.

    El presidente Rajoy parece que está preso del síndrome de Moncloa, que llevó a Zapatero a negar la crisis hasta que se le cayó el mundo encima. El mismo que hizo creerse a Aznar el centro del universo.

    Unos días antes de los comicios andaluces, Rajoy invitó a almorzar a un grupo de tertulianos afines, a los que adelantó el trastazo que se iba a pegar en Andalucía. También les previno de que en las autonómicas habría sorpresas desagradables en Madrid y, sobre todo, en Valencia. En Cataluña, el batacazo se da por descontado, ya que ni siquiera encuentran un sustituto para Alicia Sánchez Camacho. Pero para sorpresa de sus comensales, Rajoy auguró que, a pesar de los pesares, repetiría su victoria en las generales, porque después del verano la gente empezará, por fin, a sentir los efectos de la recuperación económica. La mayoría salieron con la idea de que ya habían oído antes esta canción.

    Si Rajoy no reacciona pronto, el PP puede quedar relegado de la mayoría electoral en noviembre. Sin Andalucía ni Cataluña y con Valencia en caída libre, sólo Madrid puede salvarlo de la debacle. Por eso quizá dio su brazo a torcer y tragó con Esperanza Aguirre, de quien es consciente que tiene el techo de cristal, como apunta la investigación sobre su número dos, Francisco Granados, que hoy publica elEconomista. ¿Dónde estaba Aguirre, tan lista como es, cuando se enriquecía Granados? Claro que la misma pregunta es trasladable al propio Rajoy, a la luz de la cuenta B del PP descubierta por el magistrado Pablo Ruz.

    En estas circunstancias, la creciente fortaleza de Ciudadanos puede convertir a este partido en una alternativa de Gobierno en caso de derrumbe del PP. Su líder tiene dos de los atributos esenciales de un político: intuición y humildad para situarse cerca de la gente. Además, acierta al elegir un tono moderado, ajeno de los reproches mutuos de los jefes de filas de PP y PSOE. Y, sobre todo, puede presumir de un expediente limpio y un pasado exento de sospechas.

    El mundo económico se deshace, en general en elogios hacia Rivera. Como si, de repente, hubiera encontrado la horma de su zapato. Empieza a preocupar, sin embargo, la elección de Luis Garicano, como el principal espada económico. El profesor de la London School sorprende por su pontificación socialdemócrata. En sus entrevistas, habla por doquier de una subida de impuestos de la Seguridad Social, con excepción de los autónomos, y de un complemento para los sueldos más bajos, que ni él mismo sabe cómo financiar. Esa experiencia ya la vivimos con Montoro y fue muy poco alentadora para la economía.

    Rivera no debería dejar que Garicano le reescriba su discurso económico si quiere ver florecer a Ciudadanos esta primavera, mientras Rajoy intenta desembarazarse de su crisálida de seda y salir a flote.