Opinión
Netanyahu y la estrategia del miedo
- La visita a Obama no disimuló la preocupación por su acercamiento a Irán
Marcos Suárez Sipmann
A pocos días de las elecciones en Israel, la visita del primer ministro Benjamin Netanyahu a Washington marca un mínimo histórico en las relaciones con EEUU. Tras el oportunismo mediático y las maniobras electoralistas se esconde la preocupación por el acercamiento entre EEUU e Irán, que cooperan en la lucha contra el Estado Islámico.
Es un episodio más en una larga serie de desencuentros entre Netanyahu y Obama. Poca visión demuestra tener el primer ministro al apostar tan fuerte por el Partido Republicano. Una formación en la que hubo más antisemitismo que entre los Demócratas y que de cara a las elecciones de 2016 está dividida: muchos defienden un neo-aislacionismo de EEUU.
Y Netanyahu está equivocado por otra razón: Obama no es una especie de aberración que pasará. Los grupos minoritarios -latinos, afroamericanos y asiáticos- que lo votaron, crecerán. No son anti-israelíes. Aunque critican su política. Con su experiencia histórica de ciudadanos de segunda se identifican más con los palestinos que los americanos anglosajones. Esto por no hablar de los jóvenes que se decantaron abrumadoramente por Obama y que serán la mayoría del futuro. EEUU está cambiando.
El acuerdo al que se quiere llegar sobre el programa nuclear tan criticado por Netanyahu implica que en diez años Irán no podrá desarrollar una bomba atómica. Ninguna nueva potencia nuclear contribuye a la paz, desde luego, y no hay que infravalorar el peligro. Pero jamás se habla de la bomba de Israel.
Pese a sus advertencias apocalípticas durante dos décadas, el primer ministro es consciente de que Irán no representa una amenaza existencial para Israel que cuenta con un arsenal nuclear submarino lo que implica destrucción mutua si Irán unilateralmente decidiera atacar. Del mismo modo, Tel-Aviv no tiene la capacidad necesaria para destruir el programa nuclear iraní. No; lo que teme Netanyahu es perder su monopolio nuclear en la región. Egipto, Arabia Saudí y Turquía podrían seguir los pasos de Irán.
La política del premier coloca la seguridad de su país y de sus ciudadanos como prioridad absoluta. Es legítimo. Sin embargo, al mismo tiempo hace todo para seguir aislando cada vez más a Israel con la política de asentamientos ilegales y ocupación. Su discurso en el Capitolio - en el que evitó referirse a la ocupación de los territorios palestinos; el mayor conflicto de Israel - no hizo más que profundizar esa herida.
Desde la fundación del Estado en 1948 ningún Ejecutivo ha agotado su mandato. La decisión de convocar elecciones se debió a las complicadas relaciones dentro de su coalición. Dos de los ministros expulsados del Gabinete: Yair Lapid, ex ministro de Finanzas, y Tzipi Livni, ex ministra de Justicia, habían reprochado a Netanyahu su deriva ultraderechista. Sus posiciones son cada vez más extremistas y alejadas de la realidad, como demuestran su reciente intento de imponer una definición excluyente de Israel en su Ley Básica como "Estado nación judío" y la incesante ampliación de asentamientos.
Las elecciones supondrán un enorme gasto en un momento económico difícil. Reina la desesperanza entre la juventud ante la carestía de la vida, la constante inseguridad y la falta de oportunidades. Mientras el primer ministro sigue llamando a los judíos europeos para que emigren a Israel el 40 por cien de los jóvenes está dispuesto a marcharse fuera del país, según las encuestas.
Livni, que comenzó su carrera en el partido de Netanyahu, el Likud (La Consolidación), y que ahora lidera HaTnuah (El movimiento) ha anunciado una alianza con la Unión Sionista de Isaac Herzog en una lista única. Ese matrimonio de convenienciaentre el laborista Herzog y la centrista Livni, es el único que puede evitar que el premier forme gobierno por cuarta vez.
Un importante factor añadido de incertidumbre es el voto árabe.
La vasta mayoría de los 350.000 palestinos de Jerusalén oriental no tienen nacionalidad israelí y no pueden votar. No obstante, un quinto de los 8,2 millones de israelíes es árabe. La tradicional abstención de los árabes se ha debido a que la presencia de sus diputados en el Parlamento no ha servido para nada. Ahora y por primera vez todos los partidos árabes concurren bajo una lista única a la que los sondeos atribuyen entre doce y 16 de los 120 escaños de la Kneset.
La lista árabe puede convertirse en tercera fuerza. Si hubiera una coalición entre la Unión Sionista y el Likud, algo no descartable, el líder de la lista árabe se convertiría en jefe de la oposición, una situación sin precedentes.