Opinión

¿Sirve para algo el G-20?



    Los desafíos más urgentes son la mejora del empleo y el recorte del gasto público.

    A falta de una robusta expansión la preocupación fundamental en la cumbre del G-20 hoy y mañana en Brisbane, Australia, es el crecimiento económico. Debe ser sostenible, equilibrado y resistente. Y sobre todo: capaz de crear empleo. Un documento preparatorio constata que hay 62 millones de empleos menos en el mundo de los que habría de no haberse producido la crisis. La Organización Internacional del Trabajo anticipa que sin un crecimiento sostenido, el paro mundial aumentará en otros 75 millones hasta 2018. Los países del G-2O quieren incrementar en un 2 por cien el valor del PIB en los próximos cinco años, con una serie de medidas destinadas a apoyar la pequeña empresa y las inversiones privadas en infraestructura.

    Christine Lagarde, directora del FMI, advierte que ese objetivo de crecimiento será insuficiente para crear los empleos necesarios. Estima que la recuperación mundial es irregular y frágil. Tras un comienzo de año en que Europa presentaba una leve recuperación, los pronósticos vuelven a mostrar al Viejo Continente al borde de la recesión y el fantasma de la deflación a un paso. En la UE la ortodoxa política de fuerte ajuste fiscal no trajo la recuperación prometida. Lo peor es el altísimo coste social. La tasa de paro sigue siendo abrumadora. El caso principal es Grecia, con un 26 por cien, seguida de España, con un 24. Portugal (14), Italia (más del 12) y Francia (superior al 10 por cien) muestran también un mercado laboral muy deteriorado.

    La opción de EEUU, con políticas de estímulo de la demanda y no solo por el lado de la oferta, es una alternativa respaldada por los países Brics. Hay resultados concretos para mostrar. La expansión ha permitido a EEUU lograr su mejor semestre desde 2003 reduciendo el desempleo al 5,9 por ciento. Quiere demostrar que Europa tiene que flexibilizar su posición con un plan de estímulo monetario como el que llevó adelante la Reserva Federal. No obstante, en la cumbre se espera una reivindicación del recorte del gasto público. Aunque la receta europea no está dando los resultados apetecidos, Alemania sostiene que es el mejor camino para lograr un crecimiento sustentable a medio plazo. Cuenta con el apoyo de Australia, cuya voz se amplifica al ser el organizador del evento. El año pasado, una coalición conservadora encabezada por el primer ministro, Tony Abbott, ganó las elecciones con una posición clara: "no es posible gastar lo que no se tiene; jamás se ha alcanzado la prosperidad mediante impuestos o subsidios". No es esta la posición del conjunto de los miembros del G-20, pero el anfitrión tratará de marcar su impronta.

    Mariano Rajoy expondrá en Australia el "impresionante programa de reformas y empleo de España". El anterior Ejecutivo socialista consiguió que el G-20 reconociera a España como "invitado permanente". El grupo representa el 85 por cien de la riqueza mundial, más de tres cuartos del comercio global y dos tercios de la población mundial. Eso incluye a dos tercios de los pobres del planeta. El Papa Francisco exhorta a los mandatarios a buscar soluciones para reducir la desigualdad y eliminar las causas profundas del terrorismo: pobreza, subdesarrollo y exclusión.

    Desde 2009, el G-20 ha desplazado al G-8 y al G8+5 como foro informal de consultas y cooperación, para mantener la estabilidad financiera internacional. Se reconoce la necesidad de democratizar los mecanismos de decisión en un mundo multipolar en que los países desarrollados van a la cola del crecimiento. Su idea era reunir en un grupo al G-8 y las mayores economías 'emergentes'. Desde entonces se está intentando reemplazar las medidas de contingencia por un plan de mediano plazo orientado a reactivar la economía.

    ¿Valen para algo estas cumbres? Demasiadas veces el espectáculo anual es el de una familia dividida cuyas discusiones parecen resumirse en largos comunicados vacíos.

    Desde luego el G-20 no va a salvar al mundo. No quiere decir esto que se deba renunciar a él. Los problemas han mostrado la interdependencia económica y esa integración requiere plataformas para actuar en común. Los desafíos para casi todos son similares: aumentar la productividad y reducir el desempleo. El G-8 no pudo ofrecer soluciones globales a la crisis y el G-20 probablemente evitó un cataclismo mayor. Mas no estamos ante un gobierno mundial; ni siquiera una organización internacional. Quizá el no tener una estructura formal, una burocracia, sea una ventaja. Para hallar los impulsos adecuados importa el proceso informal, la presencia de los líderes.