Invertir más en industria para lograr un mundo más verde
Pilar del Castillo, Jan Christian Ehler
La industria europea es crítica para nuestro crecimiento económico y competitividad global. Representa el 19% del Producto Interior Bruto de la UE y proporciona empleo a 35 millones de personas.
Basada en tecnologías avanzadas, produce sobre todo bienes de consumo de alto valor añadido. Son fundamentales la siderometalúrgica, una de las más antiguas del mundo; las industrias químicas pesadas; las de bienes de equipo; la metalurgia de transformación; la aeronáutica, la construcción naval y la industria ligera, y la industria del automóvil ocupa uno de los lugares más destacados globalmente. La UE es, además, líder mundial en software y robótica industrial.
La industria es, por tanto, esencial para nuestra subsistencia como actor global. Por ello, debe estar muy presente ante cualquier solución a desafíos de tanta envergadura como el cambio climático.
Los primeros ministros y jefes de estado en la Cumbre del Clima en Glasgow se han comprometido a conseguir un equilibrio entre el carbono que se emite y el que se elimina de la atmósfera como consecuencia de las medidas que se aplican. Esto es lo que comúnmente se conoce como "cero emisiones". La UE ha fijado, con gran ambición, alcanzar ese objetivo de neutralidad climática para 2050. Este compromiso se produce en un momento en el que la tecnología avanza a un ritmo acelerado, anunciando una era impulsada por fuentes de energía como el hidrógeno, por no mencionar el potencial de acceder a energías renovables como la solar y la eólica a precios asequibles.
El desafío que tenemos por delante los europeos es conseguir los objetivos del cambio climático sin dejar de ser globalmente competitivos, y esto requiere fortalecer nuestra industria.
La carrera mundial por la descarbonización, al tiempo que se mantienen industrias competitivas, ha comenzado; China y EEUU son claramente nuestros principales competidores. Por lo que se refiere a este último, la Administración Biden se está tomando muy en serio las transiciones digital y ecológica, y ven en ellas una oportunidad para fortalecer la competitividad global de su país.
Estados Unidos, para sus estándares, está invirtiendo fondos públicos de manera muy notable. El verano pasado, el Senado propuso invertir 250.000 millones de dólares en los próximos 5 años, en virtud de la Ley de Innovación y Competencia. Esto incluye 120.000 millones de dólares para la Endless Frontier Act, que invierte en ciencia e investigación. Incluso si el Congreso estadounidense redujera su cuantía, supondría en ese país una inversión pública con escasos precedentes para desarrollar soluciones ecológicas y digitales.
Pero, además de estos fondos públicos, en Estados Unidos se facilita la inversión privada no añadiendo cargas regulatorias adicionales, ya sean administrativas, fiscales o laborales.
En Europa sí hay una fuerte inversión pública (véase los 750.000 millones del fondo de resiliencia y los de otros programas europeos) Sin embargo, en lo que se refiere a la inversión privada, encontramos que en gran medida se retrae ante la existencia de una abundante y muy prescriptiva regulación.
Y, si esto no cambia, nuestra industria (y el conjunto del ecosistema industrial) mantendrá una desventaja competitiva que devaluará la posición geoestratégica de Europa.
Además, cualquier plan para la transición ecológica y digital de Europa solo funcionará si la industria europea es parte integral de éste. Y aquí queremos insistir en la necesidad de que las propuestas legislativas para alcanzar los objetivos climáticos de la UE que conforman el paquete conocido como Fif for 55, que ahora se debate en el Parlamento Europeo, tengan muy presente su impacto en la industria. En definitiva, es muy importante que tratemos los objetivos verdes, digitales e industriales de manera equilibrada, ya que dependen unos de otros.
Estamos a favor de objetivos ambiciosos, como reducir las emisiones a cero en 2050. Sin embargo, es imperativo que seamos realistas y que la industria se desenvuelva en un entorno regulatorio que impulse, y no obstaculice, el desarrollo de las tecnologías de descarbonización más avanzadas. Y, desde luego, también hay que asegurar que la aplicación de las medidas para alcanzar los objetivos climáticos no empujen a ciertos sectores industriales a abandonar Europa.
Que nuestro planeta goce de buena salud es una cuestión de urgencia, sin duda. Pero también que nuestra industria no se destruya, que prospere y se quede en Europa. Es la forma de asegurar puestos de trabajo ahora y para las futuras generaciones. No perdamos esto de vista. Ambos objetivos son compatibles.