Opinión

Ucrania, entre los principios, la fuerza y el gas


    Francisco de la Torre Díaz

    Lord Cardigan, general jefe la brigada ligera de caballería británica, ordenó una carga de sus jinetes contra los rusos. Así comienza el episodio más heroico, pero también más costoso, inútil y estúpido de la última guerra entre franceses y británicos, por una parte, y rusos por otra: la famosa carga de la brigada ligera en Balaclava (1854), en la guerra de Crimea. Se cuenta que los rusos pensaron que los ingleses habían abusado de la bebida, dada la estupidez de una carga en "el valle de la muerte" contra una fuerza muy superior, y en la que la artillería rusa batía desde tres puntos distintos a la caballería británica. Ahí, los británicos perdieron mas de la mitad de sus efectivos, y si no fueron más, fue por la intervención de la caballería francesa.

    Hasta el referéndum de 2014, no reconocido por la Comunidad Internacional, Crimea formaba parte de Ucrania. Desde entonces, Crimea forma parte de la Federación Rusa. Además, en la región ucraniana del Donbas, las tropas ucranianas se enfrentan a los rebeldes pro-rusos, con apoyo logístico y militar del Kremlin desde hace ocho años. Los europeos y norteamericanos han respondido a Rusia con la amenaza de "enormes sanciones políticas, económicas y diplomáticas".

    La posición europea en la cuestión ucraniana es cualquier cosa menos sencilla. Y recuerda de alguna forma a la situación de hace siglo y medio en Crimea. Por una parte, se puede aislar política y diplomáticamente a Estados poco relevantes en el concierto internacional, pero no a miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU, como China o Rusia. Y en cuanto a fuerza militar, incluso dejando aparte la cuestión del armamento nuclear, que no es precisamente menor, está la cuestión obvia de que la Unión Europea no tiene fuerzas militares comparables a las rusas, especialmente después del Brexit. En esta cuestión dependemos de la OTAN, es decir, en buena medida de los Estados Unidos.

    Pero, aunque Joe Biden no es Donald Trump, los intereses norteamericanos no siempre coinciden con los europeos. Esto se puede ver, especialmente, en el ámbito económico. Se pueden aplicar sanciones a Rusia, pero buena parte del precio lo pagaríamos en Europa. La razón fundamental es que importamos muchísimo gas natural a Rusia. No es el único suministrador posible, pero los precios mundiales están ya en máximos. Además, dada la estructura del mix eléctrico en casi toda Europa, con la notable excepción de Francia, los precios que pagamos por la electricidad en Europa, dependen en buena medida del gas. El problema es que, en estos momentos, el gas que los rusos no puedan vender a Alemania, lo venderán a China, que es ya el mayor importador mundial, o a otros grandes importadores, que también han aumentado su consumo como Japón.

    Según las previsiones de la Agencia Internacional de la Energía (AIE), que se acaba de dar cuenta de que Rusia utiliza el gas como arma política, Estados Unidos será en 2022 el principal exportador mundial de gas natural. Casi todo este gas procede del fracking. En términos energéticos, la situación actual no es la de hace un año, con unos precios muy inferiores de todos los productos energéticos, ni si quiera la previsible dentro de unos meses cuando termine el invierno en el hemisferio occidental, lo que reducirá la demanda de gas natural.

    La previsión dentro de unas décadas es que cuando vaya culminando el proceso de transición ecológica, dependamos muchos menos o nada, del gas natural. Efectivamente, hay proveedores de esta energía, como Argelia o la propia Rusia, cuya política exterior nos gusta menos que la de Noruega. Pero en una crisis energética, tristemente, todos ellos son necesarios, al menos si no queremos agravar todos los problemas económicos que ya tenemos.

    La energía nuclear tiene dos problemas importantes, los residuos, que duran miles de años, y por otra parte los costes fijos de las nuevas centrales, que son muy importantes y que igual no terminan de salir rentables. No obstante, el uranio, aunque se tenga que importar, no es mucho, es barato y se almacena con facilidad. Es lo que podríamos denominar la opción de la "caballería francesa".

    Recientemente, Josep Borrell, alto representante de la Política Exterior y de Seguridad Común de la Unión Europea, señalaba que "Ciertamente hay un vínculo entre la situación militar en Ucrania y esta infraestructura, el gaseoducto Nord Stream 2. Es obvio". Este gasoducto permitía a los rusos vender directamente gas a Alemania sin pasar por Bielorrusia o Ucrania. Lo que los rusos están pidiendo son contratos a largo plazo, temerosos de que, en el futuro, la demanda del gas en Europa se reduzca sustancialmente, siendo sustituida por energías renovables.

    Pero el momento en que esta sustitución sea posible todavía no ha llegado, y todavía no sabemos cuándo llegará. Las energías renovables, salvo la hidroeléctrica, que es muy limitada, son intermitentes. Sólo tenemos un porcentaje relevante de generación de energías renovables, que además no suele cubrir toda la demanda, cuando sopla el viento o hay sol. Eso indica que el esfuerzo en investigación y desarrollo en almacenamiento de energía y baterías es uno de los puntos clave, no sólo de la transición ecológica, sino también de la autonomía geoestratégica de Europa.

    Pero mientras tanto, seamos conscientes de que para plantear una batalla económica y energética estamos en la peor situación. No repitamos una carga de la brigada ligera 150 años después, y ahora sin heroísmo. Toca negociar.