Opinión
Duende y misterio de la V asimétrica
Víctor Arribas
La V con la que el gobierno cree que se va a recuperar la economía española tras la caída del PIB tiene un brazo cortado, una curva ascendente amputada por la realidad que nubla la vista a las ministras de Sánchez. El hundimiento este año en una sima de casi el 10% (optimista ya de por sí, teniendo en cuenta que en sólo quince días ha retrocedido un cinco) sólo va a tener recuperación el próximo año del 6,8%, con lo que muchas familias, empresas, autónomos, proyectos vitales y profesionales se quedarán en el camino. Tantas como corresponden a tres puntos de producto interior bruto.
La nueva expresión propagandística del ejecutivo para que la ciudadanía se trague sus ruedas de molino es "la V asimétrica", la caída a plomo y la posterior recuperación con ese brazo derecho segado por la mitad. Una recuperación manca. Y apoyada en parámetros muy discutibles, porque prever ese crecimiento económico partiendo de un déficit público del 10%, una deuda pública desbocada al 115% del PIB, una caída del consumo por encima del ocho y un retroceso en la inversión terrorífico que superará el 25%, es ser un optimista compulsivo. Es como el duende y misterio de Edgar Neville: pura magia. No se hará ni con una subida masiva de impuestos ni con una bajada masiva de impuestos, en palabras de María Jesús Montero. Para soportar el gasto público que va a suponer una España subsidiada como la que han imaginado el presidente y el vicepresidente hará falta mucho más que las tasas Google y Tobin, hará falta masacrar a los españoles con las condiciones leoninas del rescate que van a verse abocados a solicitar a la UE. La España de los comedores sociales ya ha empezado a enseñar sus dientes en estas semanas de feliz y responsable confinamiento, con las cuentas corrientes a cero porque no llegan los ingresos prometidos de los ERTE ni las ayudas y créditos a los autónomos.
Para compartir el daño político, la telaraña ya está tejida con el fin de atrapar a los incautos. La comisión parlamentaria de la reconstrucción, claramente volcada a un partidismo en favor del gobierno, buscará la coartada común cuando llegue ese momento que Rajoy esquivó, el de ver llegar a Barajas a los hombres y mujeres del maletín que vendrán vestidos de negro o del color que les plazca. Antes de que eso ocurra, la telaraña espera sus presas en la nueva prórroga del estado de alarma, que se ha convertido en la alarma colectiva por la nueva normalidad. Los cuarteles generales de PP y Ciudadanos auscultan las consecuencias de su voto a la ampliación de esta privación de libertades que dura ya casi dos meses.
Cuando entre en vigor la prórroga, el estado de alarma superará los 60 días que la ley fija como máximo para el estado de excepción. Pero el resquicio legal que no marcó un límite de tiempo a la situación de alarma es empleado como una gatera por Sánchez para evitar que se vuelva a una normalidad real tan pronto. Las nuevas prórrogas permitirán evitar cualquier tipo de manifestación de rechazo a la gestión de la crisis, y es más cómodo llegar así hasta el día de San Juan, con la sociedad anestesiada y recluida en sus provincias como si los límites fronterizos fueran castillos medievales inexpugnables. Después del solsticio de verano llegan julio y agosto, meses poco proclives a la lucha de las causas ciudadanas, incluso en tiempos de extrema gravedad. Ese plan diseñado en los cenáculos de Moncloa es el que se intenta ejecutar con todos sus detalles.
Pero ese plan puede chocar con la nueva realidad del Congreso nacida del coronavirus. La mayoría que llevó a Sánchez a ganar la investidura no aguanta la prueba del algodón de una crisis como ésta. Imponer su desescalada a todos sin darles la más mínima alternativa de opinar o aportar ideas supone una forma de gobernar que los socios independentistas no están dispuestos a aceptar. Y la oposición constitucionalista debería pensarse dos veces si está dispuesta a validar ese trágala.