Opinión
Ave Sánchez, los que van a morir te saludan
Juan Fernando Robles
Tanto ha resistido Sánchez que ha terminado por convertirse en dictador sin pasar ningún Rubicón ni conquistar la Galia. Su único mérito ha sido la falta de eficacia y la lentitud con la que tomó medidas contra la epidemia, cuyo premio ha sido un poder cuasi absoluto por más tiempo del que hubiera sido necesario de ser rápido y eficaz. Otra corroboración del principio de Peter y el encumbramiento de los ineptos.
Ya tenemos, por tanto, a nuestro César, bajo cuya dictadura estamos siendo gobernados y sacrificada nuestra libertad, y a veces nuestra vida, en aras de bienes superiores, siendo el más superior de todos que se mantenga en el poder. Pues a ese propósito ya se fía todo, dado que lo realmente importante no es defender principio alguno, ley alguna, bien alguno, vida alguna, sino que nuestro excelso dictador siga guiando nuestros destinos, ya sea hacia la miseria o hacia la fosa, siendo ambas cosas indiferentes pues no parece haber hecho nada en verdad eficaz para evitar cualquiera de los dos finales.
Para justificar tanto ataúd, nuestro César nos seduce con la excusa de lo imprevisible. Pero no se trataba de leer el futuro, sino el entonces presente. En todo caso, se escabulle entre los técnicos, esos que decían que en España no se iba a contagiar casi nadie y que además fueron nombrados por el PP. Siempre podrá decir, me colasteis un inútil y el inútil me coló la epidemia. Quizás no le falte razón en eso, pero había muchos expertos de verdad que dijeron otra cosa y no fueron escuchados, además del propio sentido común, aunque imposible pedir tanto, pues a la vista estaba lo que sucedía en Italia y el lejano Oriente.
Los ancianos han fallecido en masa porque a nadie del Gobierno se les ocurrió aislarlos antes
Este César tan peculiar, nos muestra su guardia pretoriana arengándonos con informaciones inútiles donde nos cuentan los miles de sancionados y detenidos. Lo que en cualquier país civilizado son mensajes propios del ministro del Interior o de Defensa, nos es transmitido directamente por los mandos militares o policiales, quizás para recordarnos que vivimos en un régimen en el cual lo que prima no es nuestro leal sometimiento a la ley, sino la sospecha de que no lo tengamos, y por eso se nos amenaza día tras día con sanciones por unos uniformados, que con ciertas frases, se pueden estar extralimitando no solo en sus funciones, sino en el respeto que tienen que tener a todos los ciudadanos. Y tenemos que soportar como uno de los jefes de la guardia pretoriana nos habla de fake news, cuando no es misión de la policía perseguir tal cosa. Ni tienen criterio para distinguirlas, ni la ley les autoriza a ello, son los periodistas los encargados de desmentirlas, cada uno desde su posición editorial. Pero ya aquí cada cual se permite tratarnos como si fuéramos sospechosos de mentir, sobre todo contra el César. El auténtico César nunca dejó las coacciones a sus legados ni tuvo guardia pretoriana, eso vino después cuando la dictadura tornó en imperio. Porque reconocer la inmensa labor de las Fuerzas de Seguridad y el Ejército, nada tiene que ver con tener que soportar las arengas de sus mandos como si España, de pronto, se hubiera convertido en un cuartel.
Se nos muestran, pues, las entrañas del poder para que sintamos miedo, no ya de la enfermedad, sino de quienes lo ejercen, y así, tenernos controlados no solo en lo que hacemos sino en lo que pensamos o difundimos. Con el mismo ahínco se cuelan normas en el BOE que privan de libertad y bienes a los ciudadanos, todos ya súbditos del César y su camarilla, que amparados en la emergencia y el poder absoluto, ofrecen unos textos a aprobar en el Congreso que dan una de cal y una de arena, lo que impide oponerse al conjunto a la oposición y a tragar con un articulado con el cual no puede estar de acuerdo, pero que de no aprobarse les situaría en el bando de los desleales y de quienes buscan el perjuicio de la sociedad toda por intereses partidistas, cuando el verdadero interés partidista reside en el propio Gobierno del César. Y de esa trampa algunos no salen por su falta de coraje y porque creen que los principios están de más en una urgencia como la actual, cuando son lo único que salva a los pueblos, tanto de la muerte como del oprobio.
La pregunta que flota en el aire es cuántas vidas se podrían haber ahorrado sin la negligente pasividad de nuestro Gobierno
Julio César no vio venir la conjura de los idus de marzo. El César Sánchez mira para otro lado cada vez que sus socios abren la boca para clavarle un puñal que, al final, se hunde en España. A merced de filoterroristas, comunistas y separatistas, espera tranquilamente el día que definitivamente le apuñalen mientras España se desangra. No solo cometió la imprudencia de las manifestaciones, sino que cada día se traga los sapos que le escupen desde aquí o desde allá. Ya sea una cacerolada contra el Rey como un artículo en una norma para legalizar la ocupación de inmuebles privados. Todo ello sea en aras de que el César mantenga el poder beneficioso para una España que ha perdido ciudadanos a más del doble de ritmo de lo que cuentan, no vaya a ser que la OMS se moleste por contar víctimas sin test. Por eso, quizás resultó conveniente al principio no tenerlos y así contar menos víctimas.
El César se puede esconder tras lo que quiera, pero no se podrá esconder de la historia. Cuando el relato no lo manejen a sus anchas, la verdad de lo sucedido, de los test fake, de los titubeos, de las mentiras y de la ineficacia de un ministerio de Sanidad, y un gabinete entero, regido por la ineptitud, saldrá a la luz junto con las víctimas ocultas. Ancianos fallecidos en masa y sin test porque a nadie se le ocurrió aislarlos, con tanto experto ministerial y tanto ministro más preocupado por la alerta climática, el autogobierno catalán, la manifestación feminista o la ocupación de una cuota, que por la vida de sus mayores y conciudadanos.
El Gobierno está contribuyendo a destruir nuestro economía por un largo tiempo
Aznar fue llamado asesino por un atentado con 193 víctimas, Rajoy irresponsable por matar un perro y no sabemos qué epíteto merecerá Sánchez cuando el conteo final de víctimas supere la previsible cifra de 50.000 españoles. Es un número que ni siquiera han conseguido reputados genocidas, pero, aunque a nuestro César no le sean aplicables los atributos para recibir tal calificación, la pregunta que flota en el aire es cuántas vidas se podrían haber ahorrado sin la negligente pasividad de nuestro Gobierno. Si se es el responsable, se es el responsable, es algo de lo que no se puede escapar, para bien o para mal, y nuestro César será obviamente recordado como el presidente de las decenas de miles de muertos y, quizás, como el mandatario del país occidental con más víctimas por 100.000 habitantes, pues si contamos a todas vamos a pasar de 100 con toda probabilidad.
La izquierda nos vende la idea, y cuanto más radical más nos la vende, de que pueden protegernos a todos. Nuestra salud y nuestros mínimos vitales. Tienen la varita mágica de que todos, aun sin hacer nada por nosotros mismos, salgamos adelante. El liberalismo, al menos, es menos hipócrita, y pone a la persona y su acción como el centro de la prosperidad de los pueblos, conscientes de que el Gobierno, más que poderlo todo, tiende a estropearlo todo. Aquí tenemos un ejemplo claro de cómo la ineficacia del Gobierno no solo pone en riesgo nuestra vida, cuando está llamado a protegerla, sino además va a contribuir a destruir nuestra economía por largo tiempo. Hostilidad hacia los empresarios, prohibiciones absurdas, como la de no despedir, medidas envenenadas, como atentar contra la propiedad privada, y la evidencia de un Estado policial que desconfía de sus ciudadanos, dispuesto a vigilarlos, a requisarlos y a tratarlos como a súbditos. Y esta crisis es la gran excusa para controlar la economía, intervenirla y, lo que es más grave, seguir atacando a las clases medias para convertirlas en menesterosos dependientes de la paguita del César y su acólito. A los comunistas empotrados en el Gobierno les gusta la idea de la pobreza, para que los españoles sean iguales y más propensos a la cartilla de racionamiento.
Este Gobierno ni protege nuestra vida ni nuestra prosperidad
Por todo lo anterior y por muchas más cosas que no caben en una tribuna como esta, es la obligación de todo hombre libre denunciar dónde estamos, dónde nos llevan y el destino que nos espera, que no es otro que cambiar nuestro régimen, empobrecernos y convertir España en el cortijo de cuatro bolivarianos para tenernos atentos y dependientes de la paguita y del aló presidente. Y no crean que eso está tan lejos, pues casi se puede tocar. Acaben cuanto antes con el Estado de alarma, no necesitamos dictadores para quedarnos en casa ni leyes repugnantes para destruir nuestra economía. Este Gobierno ni protege nuestra vida ni nuestra prosperidad.