Opinión

El año presupuestario más difícil

    El incremento del déficit, un problema añadido para España

    Francisco de la Torre Díaz

    El déficit anunciado el martes, 33.000 millones, un 2,65% del PIB, con un incremento del desfase entre ingresos y gastos de más de 2.500 millones de euros, fue un mal dato. Pero como tantos otros datos del mundo de ayer, ya lo estamos echando de menos. El ejercicio presupuestario en el que ya estamos, el 2020, va a ser el más complicado, con mucha diferencia, de la historia democrática de España. Ahora bien, el punto de partida, este dato de déficit no ayuda. Y no es una cuestión cuantitativa, sino cualitativa y de la foto con la que España, como todos los demás Estados, va a tener que pedir prestado, en primer lugar para superar la pandemia.

    "Como decíamos ayer…" así comenzaba Fray Luis de León su primera lección tras ser "confinado" por la Inquisición. Permítame el lector "en confinamiento" la autocita de junio del pasado año: "Si esto sigue así, el Gobierno acabaría con seis años consecutivos, desde 2012, de rebaja del déficit, y sin que estemos precisamente en una recesión." En la misma serie de artículos publicada en elEconomista, también señalaba que: "En estas condiciones, lo esperable es tener más déficit a final de año y no menos." Los artículos fueron publicados en junio de 2019 y el título no dejaba lugar a engaño: El déficit sin control. Obviamente, en junio de 2019, esto se podía haber arreglado, ahora el dato del déficit ya es historia, pero desgraciadamente condiciona demasiadas cosas.

    Sería preferible que España tuviera un nivel inferior de deuda pública que el actual

    El déficit público se va a disparar, y esto es algo inexorable que les va a pasar a todos los Estados. Y sí , esto es independiente de cuál sea el nivel previo de déficit. Es cierto que, en el caso de España sería preferible tener un nivel inferior de deuda pública. Ahora bien, para que este nivel de deuda nos facilitase algo las cosas, tendría que ser muy inferior. Esto significaría haber tenido un nivel muy inferior de déficit no en 2019, sino en los últimos cinco o diez años. Esto no es que fuese imposible, casi nada lo es, pero sí extremadamente complicado dada la profundidad de la crisis que atravesó España entre 2008 y 2013.

    En estas circunstancias, sin embargo, lo más inmediato es obtener financiación que permita atender a los gastos inmediatos con una reducida capacidad de obtener ingresos públicos. Y aquí la última cifra de déficit es un factor relevante, pero conviene explicarlo. En primer lugar, un acreedor quiere que le devuelvan el importe de sus créditos y que el Estado al que presta no entre en bancarrota. Para que se le devuelva el dinero, el factor fundamental es que el Estado correspondiente no deba cada vez más en términos reales, con lo que se evite el efecto bola de nieve. Una primera cuestión importante es la deuda en términos reales. No es lo mismo que yo deba el dinero que lo haga un famoso futbolista con muchos ingresos. En el caso del futbolista, aunque la deuda sea mayor, su capacidad de pago también lo es. Por eso, tanto la deuda pública como el déficit se toman en relación al PIB, es decir todo lo que producimos en un año.

    España debe aprender la lección cumplir en el futuro sus compromisos de disciplina fiscal

    La idea de sostenibilidad de la deuda se puede resumir en reducir el déficit público, en relación al PIB, en los años en los que hay crecimiento económico. Bien, lo que pasó en 2019, es que crecimos al 2%, pero nuestro déficit pasó del 2,48% al 2,65%. Si el déficit crece incluso cuando crece la economía, entonces cada vez deberemos más en términos reales. La cifra de déficit no es que sea un disparate, pero, desgraciadamente, es el peor momento para exhibir un incremento del déficit en un año donde las cosas fueron, en términos de crecimiento, bastante bien.

    Desde un punto de vista económico, la forma de salir de aquí pasa por los siguientes pasos: poner todos los medios disponibles para derrotar al Coronavirus, en primer término. En segundo lugar, restablecer una actividad económica lo más cercana a la normalidad lo antes posible. Y en tercer lugar, trasladar al sector público primero, y al futuro después, vía deuda pública el coste de mantener, en todo lo que sea posible, la estructura productiva y un mínimo de cohesión social. Para poder asumir el incremento de gastos de todo esto, en un momento en el que se va a reducir sustancialmente la capacidad de obtener ingresos públicos, o más bien, cuando ya se ha reducido la capacidad del Estado para obtener ingresos, hay que recurrir al endeudamiento.

    En este punto, el primer paso es que el Banco Central Europeo (BCE) siga manteniendo la capacidad de los Estados para financiarse a corto plazo. Y hoy más que nunca yo me alegro de que estemos en el euro porque si no fuese así nos encontraríamos en una situación crítica para colocar nuestra deuda y además tendríamos que hacerlo en moneda extranjera con todo lo que supone eso. Las compras del BCE ya están suponiendo, de hecho, la mutualización de la deuda pública española, aunque a algunos dirigentes holandeses no les parezca demasiado bien institucionalizar esta situación.

    Más allá de la emergencia inmediata, y del papel del BCE, parece inevitable que España e Italia, y si esta situación se prolonga, más Estados Miembros, van a requerir del apoyo financiero de sus socios del euro. Efectivamente, las declaraciones del primer Ministro y del ministro de Economía holandés son increíblemente inoportunas, pero permiten conocer en qué situación están las cosas. Tanto algunos Estados, más saneados que España en términos de finanzas públicas, como los subsiguientes acreedores privados que llegarán, quieren que los préstamos se devuelvan. El último dato de déficit antes de la emergencia debía haber sido mejor para que ese compromiso fuese lo más creíble posible.

    Por cierto, si usted se sigue preguntando por qué determinadas medidas de gasto social, o de reducción de ingresos, como impuestos o cuotas, no se adoptan, piense en la situación fiscal y en la cifra de déficit. Si esta cifra fuese mejor, tendríamos algo más fácil acceder a una financiación para poder adoptar estas medidas u otras.

    Ahora bien, como en tantas cosas relativas a la crisis del coronavirus Covid-19, habría que lamentarse y acusar lo mínimo posible: el pasado no se puede cambiar. Lo que habría que hacer es adoptar un compromiso y unas reglas de disciplina fiscal en el futuro que se cumplan. Ésta debería ser una lección, amarga como tantas otras que deberíamos aprender de esta crisis. Gracias, de todo corazón, a los que se están dejando sus esfuerzos, salud e incluso la vida por todos nosotros en estos días amargos.