Opinión

Grotesco

    El encuentro entre el presidente Sánchez y Quim Torra solo puede ser calificado de grotesco

    Joaquín Leguina

    Hace seis años Torra era un pequeño editor catalanista. Luego fue agente de seguros. Hace una década llegó a liderar una plataforma independentista radical. Por esa época, participó en la interposición internacional de querellas contra España, aunque ninguna prosperó. Torra se sentó en el Palau de la Generalitat porque allí lo puso el fugado Puigdemont (ambos son del conocido como clan de la Costa Brava). También gozaba del apoyo incondicional de la ANC y de Òmnium Cultural.

    Las incertidumbres de los primeros pasos de la legislatura fueron un mal presagio. Torra se definió a sí mismo como "president custodio", asegurando que el legítimo president era Puigdemont. A su círculo más íntimo le confesó: "Yo he venido aquí a proclamar la república. Si no lo puedo hacer, me voy".

    Según un alto cargo del PDeCAT, "un president está para tomar decisiones. El gran error de Torra fue no realizar gestión de gobierno. Tenía una obsesión y eso paralizó cualquier acción de gobierno".

    El Gobierno de Torra no tiene interés en nada que no sea la autodeterminación

    "Este es un gobierno que no tiene interés en nada", resumió un alto dirigente de la oposición. Sólo han hecho reivindicar la autodeterminación, la amnistía y la petición de parar la "represión".

    La empatía de Torra con los grupos más radicales del independentismo (su familia está alineada con los principios extremistas del soberanismo) le llevó, en octubre de 2018, cuando se cumplía un año del referéndum ilegal, a arengar a los comités de defensa de la República (CDR), con la famosa frase "Apreteu, apreteu".

    Su atorrante desafuero irracional no es nuevo. Hace seis años dejó por escrito que los españoles eran "bestias inmundas". Luego intentó borrar el rastro de sus posicionamientos radicales en las redes sociales, eliminando polémicas y desafortunadas expresiones en Twitter, como que los españoles habían llegado a Cataluña para expoliarla y les pedía que se fueran.

    Pues bien, es con este sujeto con el que se sentó el jueves pasado a "dialogar" el Presidente del Gobierno español. Reunión muy bien acogida por la prensa monclovita: "Sánchez y Torra desbloquean el diálogo", tituló el viernes 7 de febrero en su primer página El País.

    "He venido hoy con profundo respeto y emoción", dijo Sánchez durante aquel grotesco reencuentro con el tal Torra, porque, según Sánchez, "la Ley no basta" (o tal vez quería decir "la Ley sobra").

    En fin, de grotesco fue calificado el asunto por un diario que está en la oposición al sanchismo. Y como uno está más que harto del "conflicto" catalán y de su interminable día de la marmota, me permitiré salir de ese agujero para meterme a filólogo y, con la ayuda de Patrick Parrinder, glosaré la palabra grotesco. Se trata de un término que deriva del descubrimiento (en el siglo XV) de ornamentos en los baños del emperador Tito (hijo de Vespasiano) y se emplea en relación con las grutas donde aparecieron esas figuras que, según Vitrubio, "ni existen, ni pueden existir, ni haber existido. Pues, ¿cómo puede un junco sostener un techo o un candelabro adornar un hastial? ¿O cómo pude ser un tallo tierno una estatua sedente? ¿O cómo pueden las flores y los bustos brotar aquí de raíces y allá de tallos?".

    En efecto, representaciones de lo inexistente. Como la independencia de Cataluña.