Opinión
Puertas al campo o nos queda Portugal
José María Triper
Autocrítica pide Pedro Sánchez a las cadenas de distribución en un intento de desviar las iras de los agricultores y las miradas de la opinión pública hacia un chivo expiatorio a quien cargar unas culpas que sólo a él y a su Ejecutivo corresponden por la desatención permanente hacia un sector básico de la economía y por unas decisiones de Gobierno dictadas más por intereses populistas y las servidumbres debidas a quienes le mantienen en La Moncloa que por la razón política y el interés general del país y de los ciudadanos a los que debería servir pero de los que se sirve.
Un gobierno que si no tiene miedo a las denuncias y las críticas de la oposición y de los medios de comunicación si ha demostrado que tiene pánico a la presión de calle, y en este asunto del campo, como en casi todos los que ha tocado hasta el momento, Sánchez y su Gabinete siguen demostrando que ni entienden ni quieren entender.
Los mayores costes laborales llevara a los agricultores a trasladarse al país vecino
Los números, que como el algodón no engañan, muestran que, del total de la producción agrícola y ganadera de este país sólo un 20% se queda aquí -España es el cuarto exportador agroalimentario de la UE - y apenas, un 7% de esa producción es la que llega a las cadenas de distribución. A las que hay que pedir responsabilidad y colaboración, pero sin olvidar que entre el productor y el punto de venta existen pasos intermedios de cooperativas, intermediarios o mayoristas. Y, sobre todo, asumiendo que lo que demandan los agricultores no es subir los precios al consumo, sino medidas compensatorias para mantener la viabilidad de unas explotaciones hoy deficitarias y amenazadas por la competencia exterior, el precio de los carburantes, las subidas del salario mínimo y la presión fiscal. Cuatro jinetes del Apocalipsis, los dos últimos imputables directa y exclusivamente a la gestión gubernamental, empeñada en poner puertas al campo y que está provocando ya la paralización y fuga de inversiones.
Primero fue el presidente del Círculo de Empresarios, John de Zulueta. Corroboró la CEOE, y confirmaron las empresas de consultoría. En España empieza a haber fuga de empresas y de capitales particulares que buscan estabilidad y seguridad en Portugal. Y también las grandes multinacionales que han parado sus inversiones en España estudian trasladar su sede central al país vecino. Y ahora a este exilio económico se suman también los agricultores y los ganaderos.
Lo anunció Pedro Barato en la Junta Directiva de la patronal del 22 de enero, antes incluso de que se enterara el presidente extremeño Guillermo Fernández Vara que reacciona tarde y sin firmeza. Subir el salario mínimo obligará a muchos agricultores de Galicia, Castilla y León y Extremadura a trasladar sus explotaciones a Portugal, donde el SMI es de 700 euros mensuales en doce pagas.
Competencia exterior, precio del gasóleo, subida del salario mínimo y presión fiscal son los cuatro jinetes del Apocalipsis del campo español, estos dos últimos imputables al Gobierno.
Un éxodo que vuelve a poner en boga ese aforismo popular de "menos mal que nos queda Portugal", empleado muchas veces con connotaciones negativas pero que hoy se emplea con admiración, reconocimiento y sana envidia, no sólo por ser un país espléndido, sino por su crecimiento económico y su estabilidad política y social en contraste con la de esta España nuestra.
Son tres comunidades que, junto con Castilla-La Mancha, La Rioja y gran parte de Aragón, forman el núcleo principal de esa España vaciada, de la que Sánchez y sus ministros tanto hablan y tan poco se ocupan y preocupan. Unas comunidades hartas de ver como el Gobierno cede permanentemente a los chantajes de los independentistas y premia a las comunidades donde los partidos nacionalistas, beneficiados por una ley electoral injusta, mercadean sus apoyos parlamentarios a cambio de inversiones cuantiosas y prebendas competenciales, en perjuicio del resto del Estado. Un gobierno que si no tiene miedo a las denuncias y las críticas de la oposición y de los medios de comunicación si ha demostrado tiene pánico a la presión de calle.