Opinión
Momento histórico cargado de anomalías
Víctor Arribas
La recta final de la primera década del siglo nos ha traido el vértigo del bloqueo político y la parálisis de las instituciones españolas. Es el peor momento desde que en 2014 irrumpieron los nuevos actores de la vida pública, cuya nefasta actuación ha derivado en los actuales lodos en los que nos movemos.
Terrible año, aquél 2014, del que ahora con perspectiva conocemos las cargas de profundidad de dejó colocadas, en forma de dirigentes posmodernos, en el entramado de nuestro sistema. Los españoles no éramos entonces conscientes de que se gestaba la mayor crisis no ya económica, sino de valores y principios, del pasado reciente, una convulsión hermana de la que iban a vivir países de nuestro entorno con similares protagonistas.
Anómalo es que la futura gobernabilidad del país se pretenda hacer descansar sobre las espaldas de uno de los partidos que ha cometido el golpe a la legalidad constitucional hace apenas dos años
En la foto fija del presente más inmediato, el destino nos ha puesto ante los ojos una serie de disrupciones que antes de ese año fatal no habríamos ni siquiera imaginado. Anómalo es que la futura gobernabilidad del país se pretenda hacer descansar sobre las espaldas de uno de los partidos que ha cometido el golpe a la legalidad constitucional hace apenas dos años. Que se otorgue a su líder, encarcelado por los tribunales del Estado de Derecho por sedición, el papel de interlocutor y llave para decidir si el candidato propuesto por el Rey debe ser o no investido presidente. Pero mucho más anómala resulta la utilización de los tiempos y los posicionamientos de una institución pública como la Abogacía del Estado, a cuyos funcionarios se utiliza como moneda de cambio ante las amenazas y el chantaje independentista.
Resulta intolerable escuchar a los miembros del gobierno en funciones asumir como propia la manipulada versión que los separatistas están difundiendo sobre la resolución en torno a Junqueras y su condición de inmunidad, perdida ya de facto por una sentencia posterior a su elección.
El juego de tronos que los dos partidos de esta indeseable (por el propio PSOE hasta hace muy poco) coalición tendrá su punto máximo de anómalo delirio cuando ante el monarca tomen posesión el vicepresidente y los tres ministros de Podemos que defienden la derogación de la monarquía y el derecho de autodeterminación
Ya que estamos con las anomalías de la política actual, no dejemos escapar la que supone una negociación oculta, escamoteada a los ciudadanos, para el reparto de los sillones de futuro Consejo de Ministros. El jefe del Estado se enteró por la prensa y desde Cuba del acuerdo de Sánchez e Iglesias sólo 48 horas después de abrirse las urnas en la noche del 10 de noviembre.
El juego de tronos que los dos partidos de esta indeseable (por el propio PSOE hasta hace muy poco) coalición tendrá su punto máximo de anómalo delirio cuando ante el monarca tomen posesión el vicepresidente y los tres ministros de Podemos que defienden la derogación de la monarquía y el derecho de autodeterminación de cualquier territorio que lo reclame. Como León.
Cargado de anomalías el momento histórico que vive la política española, lo menos grave es que el presidente se niegue a comparecer ante los españoles, como manda una reciente y saludable tradicion, para hacer balance del año que termina. Dado que su ejecutivo está en funciones desde abril, y que los cuatro meses anteriores fueron realmente improductivos por la precaria mayoría que le sostenía, mejor no hacer balances. Así evitará la molesta incomodidad de contestar a los periodistas y su "enfermiza obsesión por preguntar", una frase ésta que habría supuesto el cese del Secretario de Estado de Comunicación nombrado por cualquier partido que no fuera el de la eterna bula autoconcedida. De esta forma, el censor monclovita logra su propósito de callar a la prensa independiente, y su jefe evita explicar a los ciudadanos qué demonios está negociando con ERC tras las sombras.
Una última anomalía insospechada: que la mayoría los medios de comunicación acepten todo esto como la pura normalidad y se lo sirvan a sus audiencias convertido en somnífero para adormecer su sentido crítico. Y que esa sociedad lo acepte sin rechistar.