Opinión

Luz de gas en la noche del PP

    Pablo Casado, presidente del Partido Popular

    José María Triper

    Salvando la lógica satisfacción por la importante subida en votos y en escaños y admitiendo el acostumbrado exceso anímico y verbal que acompaña a una noche electoral, para muchos observadores, e incluso para algunos destacados militantes, resultaba sorprendente la euforia desatada en la sede popular de Génova y entre sus líderes, exultantes por haberse consolidado como la alternativa mayoritaria al sanchismo imperante, sin reparar en que la mejora conseguida dista mucho de la que aspiraban y necesitaban para negociar con el PSOE de igual a igual las condiciones del desbloqueo político que España necesita con la mayor urgencia.

    Aumentar en 22 los escaños del Congreso y obtener 600.000 votos más que hace seis meses es, evidentemente, un excelente resultado, pero que debe matizarse por la paupérrima cosecha de la que se partía, porque ni de lejos se han acercado a esa cifra mágica de los cien diputados que se habían marcado como meta, y porque siguen todavía a 32 escaños de un Sánchez a la baja y que perdió su plebiscito, mientras que no ha conseguido recuperar muchos de los votos que se le fueron a Ciudadanos en abril y que ahora han preferido encandilarse con los cantos de sirena de Abascal.

    Casado y Egea deben mirarse en el espejo de Albert Rivera y ver a dónde lleva el "no es no"

    Además, hay otros datos que invitan más a la reflexión y a la preocupación que a la soberbia, como el hecho de haber sido superado por Vox en Murcia -por cierto la comunidad de su secretario general Teodoro García Egea- y en Andalucía, o que sigue siendo extraparlamentario en el País Vasco o que en Cataluña solo ha conseguido dos escaños, uno más que el solitario que ya tenía Cayetana Álvarez de Toledo. Una comunidad donde tampoco ha sabido rentabilizar el descalabro de Ciudadanos del que quien más se ha aprovechado ha sido también Vox. Un partido éste de la derecha extrema que en el único punto de España donde ni crece y ni siquiera existe es en la Galicia de Núñez Feijoo. ¿Habrán tomado nota Casado y sus acólitos?

    Son muchas y graves sombras entre las luces que se abrieron en la noche electoral, a las que se añade ahora la disyuntiva de apostar por la radicalidad desde la oposición o apostar por algún tipo de acuerdo con el PSOE para dotar a España de la estabilidad que precisa con urgencia para afrontar el problema territorial y la crisis económica. "Casado y García Egea no quieren el acuerdo" afirmaba una voz autorizada del PP, quien admitía también que ahora es "impensable exigir la cabeza de Sánchez para el pacto. Nosotros no nos hemos acercado y él, aunque retrocede, consiguió salvar los muebles".

    Cierto es que si hay acuerdo, el PP corre el riesgo de dejar el protagonismo de la oposición a Vox, pero si no lo hay Casado pasará a la historia como el hombre que antepuso los intereses partidistas a los del Estado, que posibilitó un nuevo Gobierno Frankestein con los populistas y los independentistas y como el nuevo responsable del bloqueo. Haría bien en mirarse en el espejo de Rivera y ver a dónde le ha llevado el "no es no".