Opinión

Incompetencias y primarias

    Papeletas elecciones generales

    Joaquín Leguina

    La crisis política actual que nos ha llevado a repetir las elecciones no es producto del sistema político que se diseñó con la Constitución, sino de unos liderazgos mezquinos y sectarios que, muy a menudo, ponen sus intereses de partido y personales por encima del interés general y hasta de cualquier racionalidad.

    Estas incompetencias tienen varias fuentes, pero, a mi juicio, la principal está en las elecciones primarias. Y es que todos los partidos han acogido con gran entusiasmo este método de selección de líderes que consiste en que los afiliados los elijan en votación directa (lo del voto de los simpatizantes es, simplemente, una burla), y resulta que esos afiliados son una parte pequeña del electorado de ese partido. Pequeña y sectaria. Además, una vez elegido el líder éste se cree legitimado para comportarse como único propietario del partido, lo cual le suele llevar a liquidar cualquier oposición interna y a menudo a matar cualquier debate. Los ejemplos de Sánchez, Rivera, Iglesias y Casado bastan para mostrar la verdad de lo que acabo de escribir.

    La competencia y el debate interno son dos pilares fundamentales de la democracia, la misma que reclama a los partidos el artículo 6 de la Constitución. Y, desde luego, un sistema plebiscitario, como es el de las "primarias" españolas, no pertenece a la democracia representativa.

    Por eso, en España hace falta una Ley de Partidos que obligue, por ejemplo, a que se aplique el criterio, para cualquier cargo público, de "mérito y capacidad", es decir, por lo ya realizado (mérito) y por la adecuada formación profesional del aspirante (ca-pacidad).

    Pues bien, los partidos políticos han decidido con todo tipo de excusas no aplicar ni aplicarse este principio y si examinamos los curricula de los parlamentarios españoles nos encontramos con la desagradable realidad de que la proporción de quienes no han trabajado nunca fuera de las labores políticas es creciente y se va aproximando al 100 por cien.

    El rasgo más característico del sistema español de partidos ha sido la endogamia. En efecto, la necesidad de asentar partidos estables condujo al diseño de un sistema electoral con listas cerradas y bloqueadas, que facilitan el control de esas listas por las direcciones centrales de la organización.

    Cuando alguien -incluido yo mismo- habla de una nueva y auténtica Ley de Partidos, me viene a la memoria la fábula aquella en la cual un grupo de ratones decidieron colocarle un cascabel al gato. Pues bien, en este asunto de la Ley de Partidos, ¿quién le pone el cascabel al gato, teniendo en cuenta que a los gatos no les gusta llevar al cuello cascabel alguno?

    La situación actual tiene su origen en la Ley Orgánica de Partidos (LO 54/1978). Lo más llamativo de ella es que, a pesar de sus reformas, se limita a enumerar criterios generales, que a nada comprometen. Un partido español tiene menos obligaciones de control y transparencia que una comunidad de vecinos y esa libertad organizativa ha sido decisiva en la deriva de los partidos españoles. De este modo, la regulación de la actividad interna de los partidos quedó al albur de sus Estatutos, que con harta frecuencia se interpretan -incluso se saltan- según las preferencias del mando.