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Estancamiento europeo y petróleo barato



    La opinión general es que la eurozona está bordeando una recesión deflacionaria.

    Sin perder de vista la tendencia a disminuir drásticamente la dependencia de los combustibles fósiles (lo que será un factor desestabilizador de la actual geoestratégica mundial), las turbulencias de los últimos meses, con reducciones de precios del petróleo próximas al 40 por ciento, deberían ser buena noticia para la renta disponible, y, por tanto, la reactivación de la economía de varios países europeos, importadores netos de petróleo. Pero también es un factor que puede agravar las presiones deflacionistas, en concreto en España, si la bajada no sirve para, además de alegrarnos los que compramos gasolina, aumentar la competitividad de las empresas, reducir la elevada deuda externa y, en definitiva, elevar el crecimiento y el empleo. De no ser así, puede haber víctimas y victimarios.

    Y es que la opinión generalizada de los institutos de previsión es que la eurozona está bordeando una recesión deflacionaria, por lo que reaparece un discurso compartido globalmente por gobierno y oposición. En resumen, ante esta atonía, en parte por la política macroeconómica alemana y la monetaria no suficientemente expansiva del BCE, se podría interrumpir la reciente recuperación. Luego es prioritario pedir a Europa que impulse programas de inversión, a Alemania suavizar sus políticas presupuestarias y al BCE que despegue más "artillería" monetaria, incluso comprando activos con riesgo, para reactivar el crédito de una banca supuestamente solvente. En conclusión, estamos subordinados a la eurozona.

    Y, efectivamente, importantes indicadores corroboran la desaceleración. El déficit comercial acumulado a septiembre, aún con el ahorro en las importaciones de petróleo, es un 71 por ciento superior al de 2013, el PIB creció al mismo ritmo en el tercero que en el segundo trimestre y el IPC interanual sigue en tasas negativas. Con el actual contexto del precio del petróleo, tener una inflación negativa en diciembre va a ser posible.

    Con estas tendencias, solo cabe esperar una recuperación del entorno de la mano del BCE y Alemania, lo que, junto con los programas de inversión anunciados, unas políticas fiscales menos severas y la bajada del petróleo deberían contribuir a dinamizar nuestra economía. Esto no llegará ni este año ni en 2015, cuando la eurozona crezca solo el 1,1 por ciento frente al 3,8 mundial, según previsiones de la Comisión.

    Claro que, bajo este discurso, parece ignorarse que cualquier actuación paneuropea, simétrica en su origen, puede generar asimetrías entre países con modelos productivos muy distintos. Así, imagínense ustedes el "estímulo" para España de las infraestructuras de transporte proyectadas por el nuevo Fondo Europeo para Inversiones Estratégicas anunciado por Juncker. A Alemania, que no tiene nuestro AVE, quizás le venga bien. Cualquier otro factor exógeno, como el shock de los precios del petróleo, puede tener consecuencias dispares entre los distintos países europeos, por las mismas razones. Seguramente Alemania, potencia industrial y de los primeros productores y a la ver consumidores de productos energéticos, se verá más favorecida que España de unas posibles tensiones deflacionistas (no tiene deflación) originadas por este nuevo shock petrolífero.

    Las declaraciones de los responsables políticos sobre los peligros de la deflación dejan traslucir la ausencia de estrategias macroeconómicas a medio-largo plazo para afrontar una crisis fundamentalmente interna. Obsérvese la insistencia en volver a la situación pre-crisis (recuperación), asumiéndose como un objetivo encomiable, que llevaría 20 años, volver a tasas de desempleo "de antes de la crisis" (PWC), cuando eran de las más elevadas de Europa. Ahora se destaca que la gasolina "le costará menos al consumidor final" (veremos en qué medida).

    Las elecciones europeas están sirviendo para romper la inercia de los dos grandes partidos, que con un discurso obsoleto no han tomado decisiones de calado para afrontar no solo la crisis, sino principalmente el origen de la misma: las debilidades del modelo productivo anterior, el del "milagro" de la burbuja inmobiliaria. Un modelo para el que la actual reducción de los costes energéticos debería suponer, de inmediato, una mejora de la competitividad y el empleo y un aumento de los beneficios que permitiera reducir el enorme endeudamiento que aún padecemos. Más allá de "la rebaja del precio de la gasolina".

    Anthony Downs, pionero en aplicar criterios económicos al comportamiento electoral, decía en Teoría Económica de la Democracia (1957) que "en el sistema bipartidista la política de cada partido es más vaga, más parecida a la del otro partido, menos directamente vinculada a una ideología". Y esa ha sido la tónica dominante, cuyos efectos indeseables saltan a la vista. Por eso Downs concluía que dadas las posibilidades que tenía un ciudadano para decidir, lo más racional era la abstención.

    Este escenario se puede modificar sustancialmente. Y, afortunadamente, hay buenos expertos que, desde hace años, diagnosticaron los problemas y propusieron los cambios necesarios. Si tras muchos años de incompetencia, altísimo desempleo y corrupción se acaba el duopolio, no hay que tener miedo a la competencia entre partidos, menos aún los 5,5 millones de parados.