Internacional
Texas completa su transformación de bastión conservador en un campo de batalla electoral
- La participación se dispara ya en la primera jornada electoral
- El cambio demográfico del estado puede transformar su política
Víctor Ventura
Cuando el republicano Mitt Romney derrotó aquí a Barack Obama por 16 puntos en 2012, Texas era la joya de la corona de los conservadores estadounidenses. Con 38 delegados presidenciales y con una posición ideológica unos 20 puntos a la derecha de la media del país, Texas permitía contrarrestar la influencia de estados como Nueva York a la hora de elegir al presidente del país. Sin ella, ni George W. Bush ni Donald Trump habrían pisado la Casa Blanca. Pero una década es mucho tiempo, y la evolución demográfica y política del estado han obligado a los republicanos a enfrentarse por primera vez a una posibilidad terrorífica para ellos: tener que invertir millones para defender un territorio en el que solían ganar sin mover un dedo y del que depende su viabilidad como partido de Gobierno.
Las imágenes de el primer día de votación en este territorio sureño lo decían todo: colas desde las 6 de la madrugada para ser los primeros en depositar el voto en Houston, la ciudad más poblada. Un millón de votos, con varios récords batidos por el camino, 20 días antes de que cierren las urnas. Más de un 10% de la cifra total de papeletas registradas en 2016. "Recordad que tenéis hasta el día 3 de noviembre para votar", insistían por Twitter las autoridades del Condado de Harris ante la avalancha de votantes impacientes. Más de un 5% de la población con derecho a voto ya lo ha ejercido, unas cifras enormes en un estado que lleva décadas sin alcanzar siquiera el 60% de participación en unos comicios.
Texas lleva mucho tiempo siendo un estado que los demócratas querrían sumar a su bando, pero en el que fracasaban estrepitosamente una y otra vez. Desde 1980, solo los republicanos han ganado allí en las presidenciales, y ni los carismáticos Bill Clinton (también sureño, que sí ganó en territorios contiguos) ni Obama lograron rozar siquiera la victoria en este tiempo. Y desde 1994, la hoja de resultados electorales está teñida en rojo republicano al completo: ni para 'comisario de ferrocarriles' logran ganar los demócratas.
La clave del cambio está, en parte, en la transformación demográfica que ha vivido el estado. En la última década, la población ha aumentado en 3,2 millones de personas, desproporcionadamente latinos (1,75 millones) y negros (500.000), subiendo este último grupo más que en ningún otro estado salvo su vecina Florida. Un tipo de votante que, en principio, debería tender de forma mayoritaria a apoyar a los demócratas, que esperaban que, alguna década de estas, pudieran competir allí solo por este motivo. Sin embargo, esa evolución política no tenía por qué estar predeterminada: en 2004, Bush ganó el voto hispano en Texas y su vecina Nuevo México, y en 2014 nada indicaba que los demócratas pudieran competir allí en mucho tiempo.
El catalizador del cambio fue Donald Trump. En 2016, Hillary Clinton tuvo peores resultados que Obama en la media del país (48% frente a un 51%), pero en Texas le mejoró en 7 puntos, perdiendo solo por un 9% frente al 16% por el que cayó su predecesor. Entre esas dos elecciones, la participación subió de 8 millones a 9, y Clinton arrasó entre los votantes hispanos, rozando el 66% de apoyo. Y Trump no ha parado de perder apoyos entre los blancos con estudios universitarios, hasta entonces uno de los grupos más fieles a los conservadores.
'Efecto Beto'
Con esos datos sobre la mesa, en las legislativas de 2018 un diputado 'rockero' se lanzó a por el estado. Beto O'Rourke se convirtió en una de las estrellas nacientes del partido, con una campaña al Senado que movilizó a cientos de miles de personas que nunca habían votado demócrata. Aunque perdió por poco más de dos puntos contra el republicano Ted Cruz, el pequeño margen de derrota dejó a los demócratas tocando algo que parecía imposible. La diferencia es espectacular: la participación se duplicó frente a las legislativas de 2014, cuando el senador republicano John Cornyn aplastó por 27 puntos al demócrata David Alameel, y O'Rourke superó en votos incluso a Clinton, pese a que la participación total se quedó medio millón por debajo de 2016. El electorado estaba cambiando.
Más importante fue el efecto que tuvo por debajo. Decenas de concejales demócratas, aspirantes a diputados estatales y candidatos a cualquier cosa -desde gobernador a comisario de Agricultura-, que apenas habían gastado un puñado de dólares en hacer campaña sin esperanza alguna, vieron crecer sus porcentajes de votos de forma similar, arrastrados por el 'efecto Beto'. Los republicanos perdieron 12 de sus 85 diputados estatales -el Parlamento de Texas tiene 150 escaños- y se quedaron a 9 de perder la mayoría absoluta.
Y las encuestas no indican que la situación esté mejorando para el partido de Trump. La media de las encuestas texanas le sitúa con apenas 1,5 puntos de ventaja sobre Joe Biden, y el Partido Demócrata está invirtiendo dinero en anuncios televisivos presidenciales por primera vez en décadas. Los datos parciales del Gobierno estatal indican que la cifra de personas registradas para votar ha aumentado en 1,8 millones desde 2016, y la movilización apunta a batir récords. La inmensa mayoría de esos nuevos votantes, además, provienen de sus tres grandes ciudades: Austin, Houston y San Antonio, las tres con mayorías demócratas aplastantes.
Texas, donde el voto por correo está restringido, será uno de los primeros estados relevantes en contar las papeletas
Precisamente esa puede ser la clave. El jefe del departamento de encuestas del New York Times, Nate Cohn, explicó en su reciente sondeo que, si los votantes son los mismos que ya se acercaron a las urnas en 2018 o 2016, Trump ganaría por unos 3 puntos, pero que si hay un gran número de votantes 'primerizos', bien jóvenes o gente que nunca se había molestado en ir a las urnas, entonces Biden tendría la delantera por un pequeño margen.
Las campañas se están dejando el resto por contactar a la mayor cantidad de votantes posible. "Nunca había recibido tantos SMS y emails animándome a votar", explica Kaiden, un joven de Dallas. "Y la urgencia entre mis amigos es mucho mayor de la que jamás recuerdo". O'Rourke, que intentó presentarse a las elecciones presidenciales y acabó apoyando a Biden, está organizando a los activistas demócratas, mientras que los republicanos se centran en arañar todos los votos posibles en las zonas rurales donde arrasan.
La diferencia puede ser muy importante. Los 38 delegados que otorga este estado son exactamente los que Biden necesita arrebatarle a Trump para obtener la mayoría absoluta, si el resto de los estados siguieran igual que en 2016. Todo indica que, de ganar, el demócrata lo haría llevándose otros estados del medio oeste, como Pensilvania, Michigan o Wisconsin, donde Trump ganó por márgenes minúsculos en 2016, por lo que Texas no sería más que la guinda en el pastel. Pero esos tres estados, donde el porcentaje de voto por correo es enorme este año, podrían tardar varios días en dar sus resultados finales. Texas, donde este método solo está permitido para los mayores y gente con justificante, será uno de los primeros en contar las papeletas. Una victoria de Biden allí, por la mínima, sellaría el resultado de forma definitiva el mismo día 3, y pondría en peligro la capacidad de los republicanos de volver a la Casa Blanca a medio plazo. Para Trump, resistir en el que fuera bastión de su partido es cuestión de vida o muerte electoral.