La verdad es un pedazo de carne cruda que nadie quiere masticar. La gente prefiere mirar hacia otro lado, escuchar lo que quiere oír, pero la realidad siempre tiene una forma de golpear que no se puede ignorar. Rosa Peral lo sabe, y en su caso, la brutalidad de lo ocurrido está escrita en sangre. El caso del crimen de la Guardia Urbana, que mantiene a la opinión pública atrapada como si fuera una novela de suspense, regresa con un nuevo capítulo, uno que llega cargado de detalles inquietantes, como las palabras de Manu Marlasca, periodista de sucesos.
En una entrevista reciente en el pódcast Lo que tú digas, Marlasca, quien presenció el juicio de Peral, no se anduvo con rodeos. Habló de ella con una crudeza que paró la conversación de golpe. No era un comentario de paso ni una mera observación. Fue una sentencia, algo que nos obliga a mirar, a fijarnos en lo que a veces tratamos de evitar. Según Marlasca, Rosa Peral no era simplemente una mujer atractiva. Su presencia, su magnetismo, era algo que traspasaba cualquier límite de lo racional. "Es más que eso", dijo Marlasca. "Es un magnetismo que era casi animal. La mirada, la forma de moverse… Era una persona con una sexualidad apabullante".

El periodista destacó que la defensa de Rosa Peral intentó despojarla de esa aura, esa carga de deseo y atracción, al presentarla ante el tribunal como una figura distante, casi deshumanizada, sin la dimensión sexual que la rodeaba. Pero el magnetismo de Peral era más grande que cualquier intento de desexualización. No se trataba de la atracción que uno podría esperar de una mujer bonita; era algo más primitivo, más visceral. Algo que, según Marlasca, quedaba claro ante los ojos de cualquiera que la observara con detenimiento.
Rosa Peral no fue solo una mujer que cometió un crimen, fue alguien que, antes de todo, cautivó, atrapó y dejó una marca indeleble en quienes la conocieron. Y eso, esa mezcla de belleza y poder, fue la que terminó de desbordar todo a su alrededor, llevando a un hombre a la muerte. El juicio y la condena a ella y a Albert López, el otro implicado en el asesinato de Pedro Rodríguez, mostraron un lado oscuro de lo humano, un lado que no siempre se ve, pero que existe. El magnetismo de Rosa Peral no era un accesorio de su apariencia, sino una fuerza que arrastraba todo a su paso, sin que nadie pudiera detenerla.
El testimonio de Marlasca nos obliga a pensar en la naturaleza de las personas involucradas en crímenes tan terribles. La atracción, la presencia, la sexualidad, como elementos que van más allá de la superficie, afectan más de lo que imaginamos. Marlasca no dejó lugar a dudas, y esa es la verdad que todos, de alguna forma, tratamos de evitar: que el deseo, la fascinación, y la oscuridad de la naturaleza humana, se entrelazan de manera compleja.
Y mientras todo esto sucede, Rosa Peral continúa en la sombra de su condena, enfrentando la imagen que se ha construido de ella: no solo como una asesina, sino como una mujer cuya sexualidad, casi animal, fue el principio de todo. La respuesta de Rubén, su exmarido, a la demanda millonaria que ella quería interponer contra Netflix y la productora de El cuerpo en llamas, puede parecer un detalle más, pero es solo otra pieza en este rompecabezas de sombras, misterios y destinos sellados por una mirada que nunca dejará de hipnotizar.