Dicen que quien ama su trabajo es capaz de sumergirse en él despojado de los lastres de una rutina que, en ocasiones, nos ahoga. Para Cristina Vázquez, la encargada de plasmar en óleo paseos a la orilla del mar, ese es su secreto. Cristina nos atiende por teléfono desde Sevilla, y su voz transmite la misma paz que se refleja en sus cuadros. "Pinto playas porque paso mucho tiempo en ellas, si estuviera viviendo en Madrid pintaría edificios", admite entre risas, mientras recuerda la suerte que tiene por ver cada día el mar.
Aunque ahora puede decir que se dedica exclusivamente a la pintura, Cristina ya es veterana en el ámbito laboral. Detrás de su peculiar Gabinete de las Maravillas, nombre de su proyecto artístico, hay una joven que compró el dominio cuando estudiaba Bellas Artes. Ahora se dedica a plasmar a través de sus cuadro simple y llanamente lo que ve, pero comenzó a trabajar cuando estaba estudiando.
Parte de su éxito se lo debe, paradójicamente la pandemia. Cuando la penumbra se deslizaba en cada esquina de los hogares en cuarentena, Cristina apostó por dibujar lo que tanto anhelábamos: la sensación de libertad. "Tuve éxito porque supe ver lo que la gente echaba de menos", nos explica, y echa la vista atrás para recordar aquel lúgubre 2020. Inmersos en pleno confinamiento, hizo de su sueño un trabajo.
Tres años más tarde, y con la adrenalina de quien lleva a término una idea largamente sopesada, dice con cierto alivio que van "bien" las cosas. Su debilidad son las playas del sur, pero ya son muchos los que le piden encargos de cualquier otra playa. "Me envían una fotografía y me piden que la pinte. También dibujo playas del norte", asegura. Su alcance trasciende a sus paisanos del sur: tiene seguidores en Madrid, Suecia e incluso en Nueva York.
"El tiempo que tardo en realizar los encargos es relativo", dice. "No es lo mismo pintar un cuadro de dos metros, que uno pequeño de acuarela. En este último, el tiempo aproximado son dos días", afirma. Aunque su éxito ya es una realidad -prueba de ello son los halagos que recibe por redes-, cuando más rentabilidad saca a su negocio es en los meses de verano y Navidad. En cambio, cuando los cuadros tardan más en salir de su casa es en marzo o en abril. Quizá porque ahí, como todos, está sumergida en una rutina frenética que no le permite parar a observar al mar, aunque tampoco entonces deja de pintarle.
Al citarle en la conversación su similitud con Joaquín Sorolla, ella se sonroja y recibe con orgullo el piropo. "Será por los claroscuros. Yo pinto lo que veo, lo que tengo delante", comenta. Y cuando le preguntas qué es para ella la pintura, la autora de los cuadros a orillas del mar responde: "Lo es todo. No siento que sea un trabajo. Vivo en vacaciones. Es como un verano constante".