MADRID, 28 (CHANCE/ Sheila Domingo)
Conchín Fernández es el claro ejemplo de que las pequeñas cosas pueden cambiar el mundo. Tenía una vida cómoda y un trabajo estable, trabajaba como la "chica del tiempo" en TVE, pero unas vacaciones en la República del Congo, en Loukolela, le cambiaron la vida.
CHANCE: ¿Por qué decidiste escribir "Querido Noah"?
CONCHÍN FERNÁNDEZ: Cuando volví de la República Democrática del Congo me encontré en Madrid sola y embarazada. Recibía muchas miradas y preguntas que empezaron a pesarme, a mí me daba igual pero entendí que a mi hijo también le harían esas mismas miradas y decidí contarle su historia. Detrás de esa mujer embarazada había una preciosa historia de amor hacia un hombre extraordinario y un país precioso. Quería que se conociese el Congo que no sale en las noticias, un país precioso de naturaleza exuberante donde viven personas preciosas. Que mi hijo se sintiese orgulloso de sus orígenes y de mí.
CH: ¿Tenías un diario mientras estabas en el Congo?
C.F: No, no fui haciendo ningún diario. Escribía en Facebook y eso me servía un poco de diario. Tomaba notas. Empecé a escribir el libro cuando estaba embarazada de tres meses y hasta que mi hijo ha cumplido un año. Lo escribía por las noches, cuando él dormía, mientras le daba el pecho cerraba los ojos y hacia una regresión a Loukolela y a esos lugares en los que había estado. En el silencio de la habitación me volvían todos los recuerdos, metía al bebé en la cuna y me ponía a escribir. Lo tenía todo muy fresco.
CH: Te vas de vacaciones al Congo para hacer un reportaje y te cambia la vida...
C.F: Efectivamente. La primera vez fue en 2007, me fui de vacaciones. Había un sacerdote ruandés al que había conocido años atrás y que vivía en la República del Congo. El padre Amable vino de vacaciones a Madrid y como sabía que trabajaba en la televisión trató de convencerme para que grabase un reportaje allí. Del Congo yo no sabía nada, solo lo que había visto en documentales. Me daba mucho miedo y le dije que no, pero el azar hizo que me viese con un billete en la mano para irme al Congo.
CH: No eres la primera persona que va a África y se enamora de ella,
¿Qué te conquistó del Congo?
C.F: Sobre todo la gente, su forma de salir adelante en esas circunstancias. La sencillez de la vida, me sentía como en casa. La naturaleza exuberante, la selva, los ríos inmensos y ese cielo infinito. África es la vida en estado puro, todo eso te acaba enamorando. Allí encuentras respuestas sencillas a las preguntas difíciles que aquí nos hacemos y nos complican la vida. Poco a poco me fui impregnando del espíritu de que todo es posible.
CH: Aún así fuiste muy valiente, en tu primer viaje casi te matan unos militares. ¿De dónde sacabas el valor para seguir allí?
C.F: Llegué al Congo muerta de miedo. En Internet había visto la cantidad de enfermedades raras que podría cogerme por no hablar de mis prejuicios. Después de navegar por los ríos Alima y Congo, llegué a Loukolela, un poblado perdido en la selva congoleña donde decenas de negros me miraban fíjamente. Fui consciente de que era la única blanca en muchos kilómetros a la redonda y me dije: "¡Qué hago aquí! Seguro que estos son caníbales". A medida que fui conociendo a esa maravillosa población, mis prejuicios se fueron cayendo y empecé a rodar con mi videocámara. Asumí que si me moría daba igual, que yo tenía que hacer ese trabajo para que se viese cómo eran las cosas allí. La realidad era muy dura, los padres morían dejando a sus hijos huérfanos y los niños morían de enfermedades muy fácilmente curables. Aquello me supuso un shock y cuando volví a España algo había cambiado dentro de mí. Las imágenes se habían quedado grabadas en mi cerebro, en mi alma y en mi corazón y sabía que no podía quedarme con los brazos cruzados.
CH: Tu experiencia es el ejemplo de que las pequeñas cosas pueden cambiar el mundo...
C.F: Ese lugar de África se ha transformado. Ahora hay más de seiscientos niños que van al colegio y más de diecinueve mil personas que tienen agua potable. Han aprendido a cultivar un montón de alimentos como sandías o cebollinos con los que negocian. La fundación Carmen Rodríguez Granda está allí terminando el proyecto de agua potable. El cambio es impresionante, todo con personas anónimas como Carmen, el padre Amable, la fundación Aikido por la Paz o como yo.
CH: ¿Cómo te sientes al ver todo lo que se ha conseguido a raíz de unas vacaciones?
C.F: Me siento muy orgullosa y creo que sigue en la filosofía de los africanos, el todo se puede. No hay que tener miedo al fracaso ni al qué dirán. El congoleño es una persona con una creatividad enorme, desde que se levantan por la mañana están pensando en cómo ganarse la vida. No hace falta grandes millonadas ni proyectos, solo un poco de creatividad e imaginación. La realidad está ahí, quién quiera verlo solo tiene que coger la canoa e ir a Loukolela (ríe).
CH: Acabaste yéndote a vivir a la República democrática del Congo, ¿Qué te hizo dejar una vida llena de comodidades para vivir en uno de los países más pobres del mundo?
C.F: Porque veía la vida de otra manera, veía que con todas las enseñanzas que había acumulado en Loukolela podía hacer algo más. El transformar la vida de otras personas llenaba la mía propia. Surgió la oportunidad de que surgiese una plaza como responsables de proyectos de cooperación en la República democrática del Congo, me presenté y me adjudicaron la plaza. Me encargué de los proyectos de salud y de educación, tenía que visitar todas las maternidades del país y todo tipo de hospitales. Conocí los centros de salud por dentro y sus problemas. También todo lo relacionado con la educación. Gracias a eso la cooperación española hizo muchísimos proyectos.
CH: ¿Cómo fue para ti trabajar allí?
C.F: Ha sido una experiencia que jamás olvidaré y que tengo anclada en mi corazón. Dejé de vivir para mí y los sufrimientos de la gente los hacía míos. Todo lo que veía lo traía grabado en el alma y eso no se va.
CH: ¿Cómo vivió tu familia todos estos cambios? Teniéndote tan lejos...
C.F: Mi madre lo llevó fatal, la primera vez que le dije que me iba al Congo me dejó de hablar durante tres meses. Cuando les dije que dejaba la televisión y me iba al Congo tuve que hacer una labora pedagógica muy grande porque no lo entendía. Nadie entendía que quisiese dejar mi vida e irme al Congo. Me veía con capacidad de transformar, no es suficiente con ganar más dinero o ser más famosa, quería transformar el mundo. En la miseria había visto a personas que también podían ser millonarias y famosas pero que utilizaban sus capacidades para transformar el mundo. Quería ser una de esas personas que ayudan a que el mundo sea mejor.
CH: Y donde menos lo esperabas encontraste el amor...
C.F: Exacto, no me lo podía imaginar. Fue una sorpresa de la vida, una recompensa. Encontré el amor de mi vida en África, un congoleño con una trayectoria muy distinta a la mía. Es un hombre que nació en la selva, que estudio filosofía y que ha llegado a ser el responsable de que los niños del Congo vayan al colegio. Yo he nacido en Pamplona, me he educado en las mejores universidades de España y tenía una trabajo extraordinario en la televisión. Que nos entendiésemos y tuviésemos esa conexión es muy complicado. Más allá de nuestra cultura y nuestro color de piel, veíamos la vida de la misma manera.
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