Historia

Margaret Knight, la mujer que derribó barreras construyendo máquinas sofisticadas


    Javier Sanz

    Sin entrar en detalles, el procedimiento habitual de cualquier innovación sería algo así como encontrarse con el problema, imaginar el proceso o artilugio que lo solucione, construirlo y patentarlo. Aunque si eras mujer había un paso más que dar: demostrar que tenías la capacidad de inventar.

    Si hablamos de EEUU, lo de demostrar esa capacidad imaginativa vino después de la aprobación de la Ley de Patentes de 1790, porque hasta ese momento las mujeres no podían registrar patentes a su nombre. Al considerarse el registro de una patente una propiedad intelectual, y las mujeres tener prohibido ser titulares de propiedades, directamente los inventos o no se registraban o se registraban con el nombre, por ejemplo, de sus maridos.

    Como le ocurrió a Sybilla Masters en 1715, porque aunque fue la inventora de la mecanización del proceso de limpieza del maíz, una alternativa mucho más rápida y eficaz que el procedimiento manual, la patente se registró a nombre de Thomas Masters, su marido. Lo que nos tendría que llevar a pensar en el número de inventos que la historia y, sobre todo, los registros de patentes han atribuido a hombres cuando la realidad es que salieron de las mentes de brillantes mujeres. Como por ejemplo la de la estadounidense Margaret Knight.

    "Cuando era una niña, nunca me preocupaba por las cosas que suelen hacer las chicas; las muñecas no tenían ningún encanto para mí. No les encontraba la gracia a aquellas figuras con cara de porcelana. Lo único que quería era una navaja, una pequeña barrena y trozos de madera. Mis amigos me llamaban marimacho; pero nunca me importó (...) Siempre estaba haciendo juguetes para mis hermanos. Mis cometas y mis trineos eran la envidia de todos los chicos de la ciudad"

    Pero su infancia duró poco. Cuando su madre quedó viuda en 1850, tanto ella como sus hermanos tuvieron que ponerse a trabajar en una fábrica textil. Margaret acababa de cumplir doce años. A pesar del duro trabajo y de tener que dejar el colegio, ella experimentó su propia revolución industrial, que le permitió conocer el funcionamiento de aquellas máquinas movidas por un molino de agua que hilaban y tejían el algodón.

    De hecho, tras presenciar cómo uno de estos telares hirió a un compañero cuando salió disparada una lanzadera, ideó un mecanismo de parada automática cuando algo fallase en el telar. Los propietarios de la fábrica aplicaron el invento en sus telares y se redujo considerablemente el número de heridos... y Margaret siguió a lo suyo.

    Años después, y ya como trabajadora de la Columbia Paper Bag Company, donde se elaboraban las clásicas bolsas de papel utilizadas en los supermercados estadounidenses, se encontró con el "problema" y comenzó a trabajar en el proceso que lo solucionase. Y el problema no era otro que el tiempo que se tardaba en cortar, doblar y pegar el papel para fabricar aquellas bolsas. Además, su forma -como si fuesen un sobre grande y sin un fondo plano- las hacía poco prácticas. Hoy en día, acostumbrados a ver estas bolsas, no le damos ninguna importancia al hecho de que tengan un fondo plano que permite apoyarlas en una superficie, pero a alguien, en este caso a la protagonista de esta historia, se le tuvo que ocurrir aquel detalle.

    Pero ella iba a ir un paso más allá: estudiando al milímetro el proceso de elaboración mientras trabajaba, y robándole tiempo al sueño y a sus horas de descanso, diseñó una máquina que cogería el papel directamente de los grandes rollos, lo cortaría, lo doblaría, lo plegaría y... ¡voilá!: una bolsa con fondo plano fabricada rápidamente.

    La disputa terminó en los tribunales, donde el abogado de Annan argumentó que "una mujer sin educación y autodidacta nunca podría haber construido una máquina tan sofisticada"

    Terminado el diseño, ella misma construyó un prototipo de madera para probar su invento. Y fue todo un éxito: escupía bolsas como churros. Aunque el siguiente paso habría sido registrar la patente, Margaret estaba más pendiente del proceso de convertir aquel prototipo de madera en una máquina completamente operativa y funcional. Contactó con un herrero de Boston para que fabricase las piezas necesarias que permitiesen soportar a su invento el día a día de una fábrica produciendo bolsas y más bolsas. No se sabe con certeza, pero puede que fuese en la herrería donde un advenedizo, de nombre Charles Annan, "conoció" el invento.

    Cuando en 1871 Margaret solicitó la patente, fue rechazada porque ya se había concedido para esa misma máquina. ¿Imagináis a nombre de quién estaba dicha patente? Efectivamente, Charles Annan. Pero nuestra protagonista no se quedó de brazos cruzados o lamiéndose las heridas y lo denunció. La disputa por la paternidad terminó en los tribunales, donde el abogado de Annan argumentó que "una mujer sin educación y autodidacta nunca podría haber construido una máquina tan sofisticada".

    Ante las evidencias de sus diseños, el prototipo de madera y los testimonios de los compañeros de trabajo, el juez falló a favor de Margaret. El 11 de julio de 1871 se le concedió la patente número 116.842 para su nueva y mejorada máquina para hacer bolsas de papel. Visto lo visto, ese mismo año, junto con un hombre de negocios, Margaret fundó Eastern Paper Bag Company para beneficiarse de su propia patente. Y aún debería de sufrir un ejemplo más de los problemas de ser mujer: los trabajadores de la nueva fábrica de bolsas, de la que era copropietaria, se negaron a recibir instrucciones de cómo instalar la maquinaria -¡qué ella misma había inventado!- porque creían que las mujeres no entendían de eso.

    Superado aquel estúpido escollo, las nuevas bolsas de fondo plano se ofrecían en todos los grandes almacenes y tiendas de comestibles. En 1883, el estadounidense Charles Stilwell mejoró la patente de Margaret redefiniendo los pliegues, de tal forma que las bolsas se plegaban con más sencillez, se almacenaban ocupando el mínimo espacio y con una simple sacudida de muñeca se abrían instantáneamente. De ahí su nombre: SOS, acrónimo de Self-Opening Sack (bolsa de apertura automática).

    Aunque hasta su muerte, ocurrida en 1914, Margaret siguió trabajando y patentando -hasta ochenta y siete patentes registradas a su nombre-, para ella lo importante eran imaginar y construir y no los pingües beneficios que le podrían haber reportado sus inventos. Margaret Knight fue incluida en 2006 en el National Inventors Hall of Fame (Salón de la Fama de los Inventores) y su máquina original de fabricación de bolsas se puede ver en el Museo Smithsonian en Washington DC.