Firmas
¿Distensión en Cataluña?
- La independencia de Cataluña no será viable sin más respaldo social
Julio Anguita
Una incipiente brisa de cordura comienza -aparentemente- a soplar sobre Cataluña. El encuentro entre Sánchez y Torra era impensable hace dos o tres meses. El presidente del Gobierno había avalado la sui generis aplicación del artículo 155 de la Constitución hecha por Rajoy y el president había echado más leña al fuego con sus declaraciones sobre la vía eslovena para Cataluña, e incluso había animado para la acción a los Comités de Defensa de la República (CDR).
La Moción de Censura, se quiera o no, había tenido dos consecuencias importantes. La primera desalojar de la Moncloa a Rajoy, uno de los maquinistas responsable del choque de trenes. La segunda consistió en la desautorización a Puigdemont, implícita en la moción que también votó el PDeCat porque el expresident se había opuesto a la misma. El otro maquinista suicida quedaba relegado. Quedaban las inercias, las ataduras con el pasado reciente y las huidas hacia adelante. El Gobierno, por boca de Borrell, declaraba el 10 de septiembre con respecto a los presos políticos: "Preferiría que no estuviesen en prisión incondicional". Todo un cantar la palinodia por parte de quien como dirigente del PSOE consideró, en su momento, que los tribunales habían actuado correctamente con la imputación del delito de rebelión. Después llegaron jueces alemanes, belgas, daneses y holandeses y dijeron otra cosa.
Dos debilidades quedaban frente a frente. Por parte del Gobierno de Sánchez la de saberse en la boca de una ratonera que era jaleada constantemente por PP y Ciudadanos: otro 155. Y ello cuando el independentismo, declaraciones extemporáneas aparte, se asentaba en un movimiento ciudadano que comenzaba a darse cuenta del exceso de improvisación por parte de la Generalitat. Las fisuras en el bloque independentista comenzaron a aparecer. Pero todavía era pronto; se habían dicho y cometido disparates por una y otra parte. Los dos más importantes: la declaración unilateral de independencia sin contar con la mayoría ciudadana y la respuesta virulenta del Gobierno. Y como siempre ocurre en casos como éste, las posiciones de una y otra parte no querían negociar sino derrotar al "enemigo". Una en declaraciones y actos políticos en nombre de la España "traicionada". La otra en algaradas callejeras violentas y sin proyecto, pero en nombre de la República Catalana también "traicionada". Se constataba que los extremos se tocan.
Uno ha aprendido, creo, que la independencia de Cataluña no será viable sin un mayor peso ciudadano en su favor. Y además ha aprendido que el Estado no es un tigre de papel. El otro ha caído en la cuenta de que el independentismo como proyecto político no es un delito, sino un proyecto totalmente legítimo si se respetan las reglas democráticas. A unos y a otros les queda la tarea inexcusable de encontrar un marco global nuevo de relaciones multilaterales en beneficio de las clases populares en su conjunto.