Firmas
Constitución Española: cuarentona y en boca de todos
Víctor Arribas
Hoy es uno de esos días en que los españoles nos preguntamos qué estábamos haciendo en la fecha recordada, cuál fue nuestro quehacer aquél día cuarenta años atrás. Ya les aclaro que este cronista contaba doce años de edad pero ya era consciente de la importancia de lo que veía por televisión y escuchaba contar a sus padres y abuelos. En el ambiente se impregnaba un espíritu de construcción de algo nuevo y mejor, una decisión colectiva de superar las diferencias irreconciliables y emprender un camino de progreso y unidad. Cualquier parecido con lo que hoy padecemos en la vida pública española es pura coincidencia. El cuarenta aniversario de la Carta Magna es seguramente el más crispado de todos los que se han celebrado.
Lo primero que hay que celebrar es la presencia en los actos institucionales del Rey Juan Carlos I. Afortunadamente no se han salido con la suya quienes defendían una marginación del Jefe de Estado que condujo al país a la democracia que hoy disfrutamos. Algún día habría que analizar qué hay en esas cabezas que se niegan a reconocer los méritos de aquellos a los que desprecian. Por fortuna, el Rey Felipe VI estará hoy flanqueado por su antecesor y por la heredera de la Corona, una imagen más que elocuente de la vigencia del símbolo constitucional que a todos nos representa, y que va a tener que emplearse a fondo para conjugar los constantes ataques que contra él se lanzan. La campaña está en su punto álgido, va a durar todo el tiempo que sea necesario, y tiene como objetivo evidente la caída de la Monarquía y el cambio del modelo de Estado.
Afortunadamente, quienes redactaron la Constitución supieron colocar una serie de garantías por las cuales un cambio de ese tenor no se podrá realizar nunca si el pueblo español no lo quiere. Igual que hicieron con el sistema autonómico. Por mucho que llegue ahora un partido que defienda el final de ese modelo territorial, sólo los ciudadanos con su voto pueden cambiarlo, como ocurre con la Monarquía. Ya pueden los detractores de la Constitución buscar apoyos para conseguirlo porque sin mayorías reforzadas y sin preguntarle al pueblo no podrán llevar a cabo sus ensoñaciones que suponen una reforma agravada de nuestro sistema institucional. Tan acertados estuvieron los siete diputados que se encerraron para redactar el texto constitucional.
Ante las celebraciones que hoy se desarrollan cabe exigir prudencia en las declaraciones de quienes tienen en la actualidad la responsabilidad de gobernar. Hablar de una repentina supresión de la inviolabilidad del jefe del Estado no va precisamente en la dirección correcta de preservar los símbolos del país precisamente en el momento en el que más invectivas reciben. Y conviene también sopesar mucho la propuesta de cualquier reforma constitucional, como la que alumbraría nuevos y sorprendentes aforamientos, que abriría la puerta a las reclamaciones ilegales y daría alas a quienes han vulnerado la ley para conseguir sus propósitos secesionistas. Se ha llegado a cuestionar esta semana en esas entrevistas selectivas en las que sólo dos o tres medios tienen el privilegio de preguntar, para qué sirve el Senado. Un poco de mesura, y repensar bien las manifestaciones que se hacen desde el poder ejecutivo, suele ayudar
bastante en estas encrucijadas históricas. Por no hablar de los coqueteos con el indulto a encausados que aún no han sido condenados pero cuyos partidos tienen que votar un proyecto de presupuestos, o de la consideración a la carta de inconstitucional para algunas fuerzas políticas y no para otras con mayores méritos para recibir esa calificación.