Firmas
Cuba, una controversia hispano española
Carlos Malamud
Cuba ha sido siempre objeto de un profundo debate en la sociedad española. Lo ha sido y lo sigue siendo por su cercanía, los vínculos familiares y personales, sin olvidar las relaciones diplomáticas, comerciales y económicas. Sin embargo, si hoy la cuestión cubana es un tema de la agenda política interna se debe a la repercusión que para unos y otros tuvieron la Revolución y Fidel Castro. Por eso es una controversia hispano-española.
Esto se ha recuperado en el viaje de Pedro Sánchez. Al analizar su breve visita a La Habana chocaron distintos puntos de vista, desde los que hacían gala del pragmatismo más absoluto, relacionado con los intereses de las empresas españolas, hasta los más idealistas que subordinaban la relación bilateral a la condena de la dictadura y la defensa de los derechos humanos. De este modo, una cierta cacofonía impide el discernimiento, amplificada por la gran distancia que va del gobierno a la oposición y la escasa importancia de la coherencia al juzgar lo que se dijo en uno u otro momento. En realidad, más allá de la retórica y de ciertas subidas de tono, desde los orígenes de la transición la política española hacia Cuba ha estado marcada por la continuidad más que por la ruptura. Da igual que gobiernen socialistas o populares, las líneas maestras se mantienen, lo que no evita algunos gestos altisonantes para diferenciarse del otro.
Si Felipe González tuvo serios desencuentros con Fidel, José María Aznar lo recibió en la Moncloa. Si Aznar impulsó la posición común de la UE y José Luis Rodríguez Zapatero abogó por revocarla, Mariano Rajoy asistió a su eliminación definitiva y sus ministros buscaron relanzar la relación bilateral en sintonía con Bruselas y otras capitales europeas. La posible visita a La Habana del Rey, del presidente de Gobierno o de ambos se plasmó antes de la moción de censura, aunque nunca terminó de concretarse. Si la continuidad primó sobre la ruptura es porque hay una serie de temas que marcan la agenda de cualquier gobierno, como la defensa de la colonia española radicada en Cuba, incluyendo a los numerosos descendientes de inmigrantes que han accedido a la nacionalidad española. Tampoco se puede olvidar los amplios intereses económicos, a la vista del nutrido grupo de empresas, mayoritariamente de mediano tamaño, con destacadas inversiones, negocios y comercio bilateral. Es obvio que la política, el respeto a los derechos humanos y los presos políticos ocupan un lugar importante, pero los cálculos de los gobernantes son los que son. La visita de Sánchez a Cuba fue más política que económica, por mucho que se insista en lo contrario. El objetivo básico era reintroducir la normalidad en los contactos al más alto nivel, interrumpidos por Felipe González. Este viaje estuvo condicionado por dos hechos relevantes. El primero, la presencia de Trump y su política cubana que pilló con el pie cambiado a numerosas cancillerías europeas, la española inclusive, después del ejercicio de reconciliación de Obama. El segundo, la ausencia de un Castro al frente del Gobierno cubano.
El abandono español de Cuba hizo perder inversiones importantes, como la gestión del aeropuerto de La Habana que obtuvo Francia. Los empresarios que viajaron con Sánchez buscaban nuevas oportunidades de inversión, consolidar las posiciones conquistadas y acelerar el pago de las deudas del Gobierno cubano. Pero la decisión de invertir más es suya y no del gobierno, que carece de los recursos y de los mecanismos para hacerlo.
Las autoridades cubanas insisten en la idea de que para salvar su modelo necesitan unos 2.500 millones anuales de inversión extranjera, aunque su llegada no es automática. Es necesario profundizar en las reformas económicas, un proceso casi paralizado y sin fecha de relanzamiento. Uno de los grandes nudos a deshacer es el de la doble moneda, para lo cual falta decisión política y sobran las contradicciones entre los distintos grupos dirigentes.
A la visita de Sánchez le faltó algo más de determinación, la que sí tuvo a la hora de negociar sobre Gibraltar. Había que haber puesto mayor énfasis en la defensa de la democracia, como había que haber dado pasos sustantivos en la recuperación del Centro Cultural Español de La Habana cerrado en 2003.
Con un poco más de audacia política se podrían haber acallado algunas de las críticas más duras, tanto en España, como en Cuba y Europa.