Firmas

Sánchez-Casado: nada más que hablar

    Pedro Sánchez y Pablo Casado junto a Ana Pastor. Foto: Efe

    Víctor Arribas

    La sesión parlamentaria del 24 de octubre de 2018 va a ser recordada en las crónicas históricas del Congreso como una de las más esclarecedoras de lo que políticamente va a ocurrir en el país en los meses venideros. Todas las posiciones quedaron fijadas con nitidez, con extrema nitidez incluso, ya que se llevan los extremos a la hora de calificar. Pablo Casado le propinó un golpe inesperado al presidente, pero fue esclarecedor en relación al tono que ha elegido para su labor de oposición al gobierno. Tono duro, en el que muchas cosas que no le gusta escuchar a Pedro Sánchez en su burbuja monclovita tendrá que escucharlas cada miércoles en el hemiciclo. Pudo ser excesiva la afirmación de que es responsable y partícipe del golpe que se intenta desde hace un año en Cataluña, porque en realidad el presidente es partícipe a título lucrativo del voto de conveniencia de los partidos que están llevando a cabo ese golpe. El matiz es importante, aunque la realidad no le resta un ápice de gravedad a la forma en que se condujo Sánchez para alcanzar el poder.

    Tras la invectiva llegó la respuesta nocturna. La amenaza de romper relaciones con el PP resulta vacía porque esas relaciones no existen desde el dos de agosto, cuando ambos mantuvieron la reunión meramente institucional que el presidente del gobierno convoca con cualquier nuevo líder de una formación política con representación parlamentaria. No existe porque Sánchez no la necesita. Mantener una relación fluida con el líder de la oposición, cosa aconsejable en la actual situación, le impediría atender los requerimientos de todos aquellos que le han aupado a la presidencia. Gobierno y PP no van a pactar nunca un 155 porque Sánchez no va a aplicar ese artículo constitucional mientras dure su limitado mandato. La cuestión es discernir si, de acuerdo a las normas políticas más aconsejables, un gobierno puede romper relaciones con un partido, máxime si ese partido es el más votado por los electores. Podríamos considerar que la ruptura de relaciones del ejecutivo es con los casi ocho millones de españoles que se sienten representados por el Partido Popular. Pero eso, ¿le importa en realidad al presidente?.

    Buscando analogías a esta lamentable situación, Rajoy podría haber roto relaciones con el PSOE la noche en que su candidato electoral le llamó indecente acusándole de ser un corrupto. Cierto es que después de aquello en España ha llovido demasiado y son un verdadero exceso las cosas que han ocurrido en el patio político nacional. El mismo Sánchez que hizo esa acusación, apoyó un año después al entonces presidente, de aquella manera, cuando aplicó el 155, revistiendo ese apoyo de lealtad institucional mientras preparaba a unos meses vista la reacción que hoy conocemos a la esperada sentencia del caso Gürtel que a la postre le llevaría a Moncloa. Hoy podemos afirmar al observar los movimientos del jefe del gobierno que trata con mayor comprensión a los que han perpetrado el golpe que a los partidos que como el suyo defienden la unidad de España y el orden constitucional. Mucho tendrá que explicar a los ciudadanos para que comprendan su cuestionamiento de las decisiones del Tribunal Supremo contra los procesados, como ha hecho con el delito de rebelión ayer mismo en las Cortes. Lo más sorprendente ha sido, si cabe, la referencia que Sánchez ha utilizado para sembrar dudas sobre el trabajo del juez instructor: nada menos que unas palabras de Federico Trillo, el del Yak. La realidad nos retuerce las cosas hasta el punto de que el PSOE considere ejemplar una declaración de alguien a quien descalificó durante años.