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Si no se remedia vendrán millones

    <i>Foto: Efe</i>.

    Eduardo Olier

    Como en otras ediciones, fui invitado este año a participar en los cursos de verano de la Universidad Politécnica de Cartagena. Me pidieron hablar de las amenazas económicas a la seguridad nacional. Entre otros asuntos, abordé el problema de la inmigración ilegal. Un tema que he tratado en muchos foros. Durante los meses de abril y mayo, por ejemplo, participé en unos trabajos europeos sobre el Sahel, la Cooperación Estructurada Permanente (Pesco) y la seguridad europea. Se estudió con detalle el problema de la emigración desde África. También tuve la oportunidad este año de estar en Melilla y comprobar de primera mano los problemas de la valla con Marruecos. Fui testigo de los cientos de personas que cruzan diariamente la verja que nos separa de allí; lo que sostiene una economía sumergida de unos 1.000 millones de euros que se mueven en pesados bultos que cargan mujeres marroquíes. Tuve además la oportunidad de estar no hace mucho en Catania (Sicilia) viendo a cientos de emigrantes que habían sido recogidos por una fragata de la Armada española. Aparte del drama humano, pude ver con detalle la estructura de la Operación Atalanta de la Unión Europea contra las mafias organizadas que trafican con emigrantes. Sería deseable más eficacia frente al Gobierno libio.

    El gran éxodo de África hacia Europa ha comenzado; y hacer demagogia con un asunto tan serio empeora las cosas. No está equivocado Pablo Casado cuando habla de la posibilidad de que millones de emigrantes puedan llegar a España. Es cierto: esto no ha hecho más que empezar. Nos enfrentamos a un problema no de decenas de miles, sino de cientos de miles e, incluso, de millones de personas que podrían arribar a Europa en no mucho tiempo. Es uno de los asuntos más graves que tenemos, y sobre el que el Gobierno carece de estrategia. La Península, al estar tan solo a 14 kilómetros de distancia, es un lugar muy débil. Esto sin contar que Ceuta y Melilla están en primera fila. Debilidad que aumenta cuando los mensajes que se dan desde altas instancias del Gobierno son de apertura de puertas, de sanidad para todos, y de que no habrá vallas que lo impidan. Un efecto llamada que las mafias que se dedican a este trágico y lucrativo negocio saben aprovechar, y con el cierre de Italia tienen muy claro que España es el lugar idóneo.

    Los datos demográficos son incontestables. África tiene hoy unos 1.300 millones de personas. Su población crece a un ritmo imparable. En 2025 habrá superado los 1.500 millones. A mitad del siglo cruzará el umbral de los 2.500 millones, para alcanzar los 4.500 millones en 2100. La envejecida Europa, en 2050, tendrá 706 millones de habitantes que, al final del siglo, habrán caído a los 645 millones. ¿Y España? En 2030, las previsiones hablan de 46 millones, que se reducirán hasta los 38 millones en 2100. Son datos de Naciones Unidas. Es perfectamente normal que, si los africanos no tienen la esperanza de vivir dignamente en sus países, busquen sus oportunidades en la rica Europa. El propio Gobierno alemán, en un informe que se filtró a la prensa no hace mucho, estimaba en 6.600.000 personas las que esperan para llegar desde África; de las cuales, dos millones y medio lo harían atravesando el Mediterráneo. En 2018 han arribado a nuestras costas casi 23.000 emigrantes y más de 50.000 esperan hoy para saltar cuando puedan a nuestro país. Enorme cifra que, de darse, no sabríamos como manejar. Pensemos entonces en cuatro o cinco veces esa cifra de personas llegando a España. Por no hablar de Ceuta o Melilla. Ciudades de unos 85.000 habitantes cada una. ¿Serían capaces de acoger a 150.000 emigrantes, por poner un ejemplo? Hablaríamos de una auténtica catástrofe humanitaria.

    El problema de fondo tiene que ver con la situación del África Subsahariana, y especialmente la zona del Sahel. Una franja que toca 14 países, que corta horizontalmente el continente africano de costa a costa con países muy pobres. Ahí están, por ejemplo, Mauritania con 1.100 dólares de renta per cápita; Mali con 824; Níger con 378; Burkina Faso con 670; o Chad con similar cantidad. Países políticamente muy inestables: Mauritania, desde su independencia, ha sufrido tres golpes de estado: el último en 2008; Mali otros tres desde 1960; y Níger dos: el último en 2010. Una zona que incluye países con los menores Índices de Desarrollo Humano entre los 188 que contabilizan las Naciones Unidas. Un polvorín en lo que se refiere al fenómeno migratorio, pues es conocido que las diferencias de renta entre los que emigran y los destinos de acogida motivan los movimientos. Baste un dato: en 2017, el África Subsahariana tuvo, de media, 1.554 dólares de renta per cápita, mientras que la Unión Europea alcanzó los 33.715 dólares.

    Marruecos es para España el país que puede contener la llegada masiva de emigrantes. La colaboración con ellos es una imprescindible necesidad. Sin embargo, Marruecos tampoco soportaría la afluencia de millones de personas. Además, en lo relativo a renta per cápita, Marruecos tiene 3.000 dólares, mientras que España tuvo, en 2017, casi 26.600. Diferencia que aumenta los riesgos. España por si sola no puede acometer este desafío. Como tampoco debería el Gobierno usar este asunto con demagogia. Lo que estamos oyendo estos días de su lado demuestra mucha frivolidad y poco conocimiento. África necesita un plan: una estrategia de la Unión Europea que implique a los países africanos afectados. Llámese Marshall, o llámese como se prefiera, es urgente lanzar un Plan África, que cree riqueza in situ, y no explote la que allí hay. Y la primera riqueza son los propios africanos, especialmente los jóvenes. El Plan África debería comenzar por mejorar los niveles educativos y profesionales de los países más pobres. Y una vez ahí, dar el salto tecnológico como se hizo en otros lugares. India puede ser en esto un buen ejemplo. Es imprescindible aportar desde Europa capital financiero y capital humano. África espera. Se puede llegar demasiado tarde y España será la más perjudicada.