Firmas

La familia Miau (II)

    Los expresidentes González, Aznar y Zapatero. <i>Foto: Efe</i>.

    Joaquín Leguina

    Aunque en la carrera funcionarial se incluya el nivel de Director General, en la práctica a los políticos les ha gustado mucho más el mangoneo, que les sirve para colocar a los amiguetes y, de paso, para deteriorar la Función Pública.

    El desprecio por la estabilidad funcionarial, que tales ceses y nombramientos denuncian, o bien indica que los nuevos gobernantes llegan siempre con la intención de quedarse eternamente o bien estamos ante la satisfacción de unas inaceptables aspiraciones arribistas por parte de quienes poseen como mérito principal el carnet del partido. Sin tener en cuenta el riesgo que ello anuncia de, llegado el momento, ser medidos con la misma vara de avellano. El resultado es la degradación de la cosa pública.

    Un portero mayor o una jefa de enfermería, un subdirector general o un gerente hospitalario trabajan en asuntos que nada tienen que ver con los cambios políticos. ¿Por qué esos ceses, coincidentes con los cambios gubernamentales? La razón viene no de la mano del cambio de Gobierno sino, por un lado, de la venganza que los afines pretenden perpetrar con los de la otra cuerda, y, por otro, es el fruto amargo de un clientelismo que pretende satisfacer a los propios en perjuicio de los ajenos. Un perjuicio que no se queda en el ámbito de los cesantes sino que se amplía a los usuarios, es decir, a los ciudadanos, que se ven, de esta forma, sometidos a una inestabilidad incomprensible. La politización partidaria se inocula así en el cuerpo social y no sólo entre los servidores públicos, dificultando la convivencia, que ha de ser, necesariamente, plural. ¿Dónde van a ir a parar los principios de trabajo, de mérito y de capacidad que han de regir la promoción y el buen hacer de los funcionarios?

    Todo este dislate tiene una parte notable de su explicación en el desprecio del mérito y, también, de lo público por parte de muchos de los representantes políticos, tan ideólogos como iletrados.

    Este disparate comenzó en 1996, con la llegada de Aznar a La Moncloa. En efecto, el PP cesó a todos -sí, a todos- los jefes de superiores de Policía y el mismo camino siguieron la mayor parte de los Jefes de Tráfico, los directores y subdirectores de Prisiones, todos los presidentes de las confederaciones hidrográficas, todas las autoridades portuarias. Veintiséis de los 27 Jefes de Inspección del Ministerio de Educación también cesaron, igual que Jefes de Unidades de Programas, Inspectores y Coordinadores de ese Ministerio. Casi la mitad de los subdirectores generales de la Administración central, que eran cargos de carrera y no políticos, se vieron asimismo cesados. Hasta a los Directores provinciales de Muface les alcanzó el bombardeo. Para no hablar del Servicio Exterior, donde la remoción de embajadores se pareció más a un cambio de régimen que a una alternancia en el Gobierno.

    Lo malo es que el PP hizo escuela y cuando llegó Zapatero hizo lo mismo. Igual que Sánchez ahora.